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Pero a todo esto Ikúo no se disculpó especialmente ante Kizu por las pasadas dos semanas y media de ausencia. No parecía deberse eso a una inmadurez derivada de cierto egocentrismo, sino más bien a una actitud consciente por su parte de guardarse dentro lo que debía decir, lo cual preocupaba tanto más a Kizu. Y, por si fuera poco, había una sensación abiertamente extraña en torno al cuerpo desnudo de Ikúo. Con un proceder muy típico de los artistas, Kizu, al mirar a su modelo, lo hacía con una expresión alerta, semejante a la de quien aguza el oído ante un ruido raro; y eso tenían que delatarlo sus ojos. Ikúo, en diametral contraste con la actitud que adoptaba cuando empezó a ir al apartamento, se mostraba ahora con una sensibilidad muy pronta a reaccionar. Con el espeso follaje de la copa del harunire por detrás de su hombro derecho, y posando mientras aguantaba los fuertes rayos del sol -no habituales por cierto tiempo-, Ikúo se masajeaba con la punta de los dedos la escasa carnosidad que circundaba sus músculos abdominales, tensos como una tabla de lavar ropa.

– Durante estas dos semanas -dijo-, algo me he metido, y bien, en entrenamientos, como para matar a un caballo. Porque sólo con hacer de monitor de nadadores aficionados no me mantengo nada en forma. Y me estoy dando cuenta de que las carnes se me van espesando por esta zona, y me temo que la línea ya no sea la misma para usted que la última vez que estuve posando.

– Eso no es mayor problema -respondió Kizu-. Pues ahora estoy dibujando más que nada los salientes de tu espalda. Aunque, por supuesto, tu cuerpo entero se ve en forma, ¿en?

De todas maneras, Ikúo mostraba un aire de preocupación; y con la palma de la mano se puso a frotarse la parte sebosa de su abdomen, estirándola hacia el ombligo. Con ese frotamiento se destacaba de la espesa y oscura pelambre de su ingle el pene, que se notaba blando pero pesado, y se le iba hacia el muslo más próximo a Kizu, que lo estaba mirando actuar de este modo. Al sentir sobre sí los ojos de Kizu, el joven se manoseó los glúteos y trató de escudar sus genitales al amparo de sus gruesos muslos, pero no le salió bien el intento. Entretanto el pene se le curvaba hacia la derecha, a ojos vistas: apuntando al harunire, que estaba tras el cristal, aumentó vivamente de tamaño. Eso para Kizu no era comparable a sus erecciones de ahora; más bien le recordaba las que había tenido de joven, incontrolables y a su propio ritmo.

Ikúo acabó relajando la pose y se tapó el pene con las dos manos; con gesto decidido orientó su cara, enrojecida y seria, hacia Kizu. En ese día se daba por primera vez el caso, desde que tenía a Ikúo ante sí, de que éste lo mirara de frente.

– En realidad, profesor, hay algo que tengo que decirle hoy; y mientras lo pensaba se me ha ido la mente a mis emociones personales, y esto es lo que ha pasado. Perdone mi torpeza. También yo estoy confundido. Incluso me suena raro eso de "emociones personales", pero cuando recuerdo lo amable que ha sido siempre usted conmigo…

"Usted ha querido conversar conmigo de varios temas; y a mí casi me resulta increíble pensar con qué afecto me ha acogido en su casa. La soledad con que he vivido durante años no la he sentido ya estos últimos meses. Si no le diera las gracias sería un completo desagradecido, pero ahora, en realidad, y después de pensarlo mucho, creo que voy a dejar mi trabajo de Tokio.

"Es algo que ya había empezado a pensar cuando nos encontramos en aquella ocasión en la Sala de Secado del club, pues ya llevo trabajando allí dos años enteros. Gracias a eso me ha sido posible conocerlo a usted, profesor, así como conseguir este trabajo de modelo a raíz de ofrecerme a usted para ello, y enriquecerme con su conversación. Es muy de agradecer todo; pero creo que si sigo como monitor de natación, así no voy a ser capaz de enfrentarme con mis problemas personales. Tema éste que está en relación con lo que hemos hablado, de lo que significa la libertad personal…

"Así que mientras reflexionaba sobre todo eso, la semana pasada y la anterior me he dedicado a ponerme en forma, y por el momento, mientras aún me conservo fuerte, he llegado a una conclusión, y es que voy a marcharme. Ayer presenté mi dimisión en el club de atletismo. Según ha establecido el centro, en este caso no me gratifican al irme, pero en fin…

Kizu sintió vivamente en su interior como si un cuerpo extraño estuviese invadiéndole las células que se encontrara en su camino, y fuese creciendo a costa de ellas… como si un sufrimiento extrañamente físico lo sofocase. En tanto que se quedaba confundido sobre qué hacer, trató de autoconvencerse de que "así es como la gente sufre alguna vez el abandono de los demás". Ahora que él había rebasado en su vida la mitad de la cincuentena, éste era un nuevo revés que le reservaba la vida.

– Claro está, desde luego. Tú lo has pensado a tu modo, llegando a tu propia conclusión. También eso define a quien se va haciendo su personalidad concreta. Creo que no conduciría a nada que siguieras toda la vida como monitor de natación. Y vale decir lo mismo, con más razón aún, si se trata de posar como modelo. El irte por fin despegando de eso para marcharte por ahí a algún sitio es muy natural en tu caso. Eso no impide que yo sienta la añoranza de tu partida, digamos; o que me sienta apenado.

Mientras así hablaba, Kizu podía oír con sus propios oídos cómo un apasionado resentimiento por sus errores pasados resonaba al mezclarse con la corriente de su sangre. Ikúo entonces se volvió a él -una fuerte emoción embargándole la mirada- para venir a pedirle algo inesperado, algo que Kizu había pensado y soñado hasta el presente, y que ahora por el mismo desarrollo de los acontecimientos quedaba ya al descubierto; algo tan sorpresivo como desenfadado.

– Profesor, ¿es usted homosexual? A veces me he preguntado si no estaría usted preparando una relación conmigo de ese tipo, y, suponiendo que con esa intención me hubiera tratado tan amablemente, acabaríamos llegando a las manos de mala manera, zurrándole yo bien por mi parte.

Pero ya no tengo esas ideas tan hostiles. Y como hoy es el último día, si quiere hacer algo conmigo en la línea homosexual, no por eso voy a guardarle rencor… esto es lo que he pensado; y aquí tiene mi cuerpo, tal como usted me ve…

Kizu sintió que de súbito lo invadía una conmoción equivalente a la del viejo dicho del país: "un lamento que te destroza las entrañas". Se puso de pie. Ante ese movimiento suya, el joven, que estaba en pie protegiendo sus genitales con ambas manos, se vio aún más movido a la actitud de autodefensa; y esto a su vez hirió a Kizu en su orgullo. Kizu logró lanzar esta voz desde su garganta reseca:

– ¡No hay nada de eso! Ni yo sé nada, ni tengo práctica de amar a los de mi mismo sexo. Sin embargo, y hablando de tu cuerpo, es verdaderamente de una gran belleza, y yo he venido experimentando cierto movimiento de atracción por él. No es que tenga plan alguno en perspectiva, pero aunque sea lastimoso confesarlo, desde el fondo de mí mismo estaba esperando algo. Quizás sea porque estoy en esa época crítica de la vida. Y eso viene a ser todo.

"A propósito, puede que esto suene a que me resisto a ser un perdedor, pero… ¿por fuerza tienes tú que marcharte a algún sitio? ¿No vas a poder volver por aquí? ¿Acaso, en vez de irte a donde sea, no podrías tomarme como compañero de búsqueda para perseguir tu libertad personal?

Kizu dijo esto como aullando, y no teniendo nada preconcebido que añadir concretamente, se desplomó en la butaca, y hundió la cara entre sus manos. Estaba llorando. A través del enrejado de sus dedos llegó a ver cómo Ikúo se bajaba de la tarima de posar, y, mientras con una mano refrenaba el movimiento saltarín de su pene, se le plantó a él mismo justo delante. Proyectó un poco su cintura hacia él, rozándole, y se quedó allí parado como buscando arrimo. Entonces Kizu, para su propia sorpresa, liberó sus manos húmedas de llanto, alargó los brazos por los costados de Ikúo hacia su trasero y, apuntando al pene, que se movía anárquicamente, como objetivo, consiguió atraparlo metiéndoselo en la boca. Abrió la misma ampliamente, ante el temor de poder herir el pene con sus dientes postizos -esos de sensibilidad muerta, con los que no se sabe hasta qué punto apretar-. Por fin inmovilizó el pene, haciéndolo descansar contra el paladar. Luego le pasó la lengua alrededor. Las manos de Ikúo se sujetaban entretanto a su cabeza.

En resumen, ¿no podría decirse que Kizu actuó como un veterano con mucho arte a cuestas? Cuando Ikúo eyaculó, aquello duraba sin que pareciera tener fin, y Kizu no podía más de contento. Cuando soltó sus dedos, antes aprisionados entre la hendidura de los glúteos de Ikúo, éste dejó suspendido su pene, aún demasiado grande para poder abarcarlo en una mano, junto a los labios de Kizu. Y con unas confusas palabras preguntó:

– ¿Qué puedo hacer yo, a mi vez, para corresponderle?

Kizu movió dócilmente la cabeza, en un gesto que esperaba fuese significativo de: "Con esto ha sido bastante". Con el dorso de la mano llegó incluso a secarse el exceso de semen que le goteaba, desbordante, por la comisura de los labios.

Kizu e Ikúo se echaron en unas tumbonas de mimbre, puestas juntas, mirando hacia el harunire, cuyo contorno se recortaba tersamente contra aquel cielo claro de otoño. La luz del sol era tan fuerte que para escudarse frente a ella habían echado las persianillas de gradulux hasta la mitad. Ambos estaban conversando sobre las próximas condiciones de su vida en Tokio, con idea de que Ikúo pudiera seguir haciendo de modelo de Kizu, toda vez que había dejado su trabajo del club de atletismo. Se habían propuesto, ante todo, no precipitarse especialmente en decidir un programa concreto respecto a todos sus pormenores. De vez en cuando se quedaban callados, compartiendo simplemente su sensación de intimidad. Kizu alargó el brazo hacia Ikúo -echado éste cuan largo era a su lado- para dibujar con el borde de una uña sobre la piel del joven -como si se tratara de un papel de gran calidad, y descendiendo de un solo trazo desde la zona baja de las costillas de Ikúo hasta la concavidad de su vientre-, un esbozo parecido a una red de distribución de cables en un circuito eléctrico. Ikúo se miraba hacia abajo viendo aquello como quien contempla el desarrollo de un croquis. Kizu veía a su vez cómo el movimiento de su uña hacía que el pene de Ikúo, algo alejado del muslo, llegara a montarse sobre éste, rozándolo. Aunque la "cabeza de tortuga" del pene estaba en realidad seca, mostraba pequeñas ondulaciones rojizas, como de crepé, que la hacían parecer húmeda. La mano negruzca y lustrosa del joven se echó sobre el pene para cubrirlo, habiendo él advertido que empezaba llamativamente a brillarle de nuevo; entonces Kizu montó su mano, cargada de visibles arrugas, sobre la de Ikúo.

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