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CAPÍTULO 4 . LEYENDO AL POETA R. S. THOMAS

Ese día, cuando Ikúo llamó por teléfono a la oficina situada en Seijoo, la joven con la que se había visto en el restaurante mostró un modo de reaccionar diferente al de entonces. Por lo pronto, le dijo en tono apremiante que, por favor, apareciera por allí solo.

Por la mañana Ikúo fue al apartamento de Kizu para mudarse al dormitorio desocupado que había allí. Prácticamente se limitó a hacer eso hasta pasado el mediodía, pues ni siquiera deshizo su equipaje. Y a primera hora de la tarde salió hacia aquella oficina, conduciendo el coche de Kizu.

A las cuatro sonó el teléfono en el apartamento de Kizu. Era Ikúo. Le dijo que la chica había tenido un leve accidente de coche dos días antes cuando iba a ver a Guiador, en la entrada del aparcamiento del hospital. Que hoy ella tenía que ir, fuera como fuese, a visitar a Guiador; pero el joven que trabajaba con ella estaba muy ocupado preparando la próxima reanudación de actividades de Patrón. Como el coche de ella aún no podía salir del taller, a Ikúo no le quedaba más remedio que hacerle de chófer con coche incluido. Eso era todo.

Kizu, por su parte, tenía que ir a la fiesta del arquitecto; y, para ello, enfundarse en su esmoquin -algo de lo que estaba él persuadido-; y luego acabar llamando a un taxi.

Ikúo volvió tarde esa noche, e informó a Kizu de que la joven le había confiado el trabajo de chófer de la oficina. Le pidió que su estreno en el mismo fuera recoger del taller el coche de la oficina, al principio de la semana siguiente. Como su trabajo en el club de atletismo había concluido, y en la oficina le iban a pagar un sueldo, Ikúo estaba triunfante. El trabajo era flexible en cuanto a horas -aunque pronto se vería claro que no era así-, en el entendido de que en el día y hora en que hiciera falta el coche debía él presentarse en la oficina; bastaba con eso. No había obstáculo para que siguiera posando como modelo para Kizu, Una razón más para hacerle el trabajo atractivo era -sin duda, para él- que, aunque ahora en la oficina no hubiera lugar a escuchar a Patrón hablar sobre la fe, cuando éste -sin embargo- saliera a sitios distantes sí que habría más de una ocasión de conversar con él, ya que el trabajo de Ikúo consistiría en llevarlo en coche.

Durante los primeros días, Ikúo iba diariamente a la oficina, donde estaba desde por la mañana hasta el anochecer, aprendiendo -como él decía- a cogerle el ritmo a su trabajo. Guiador aún no había recobrado el conocimiento, pero por lo demás iba saliendo adelante, por lo que se comentaba. Patrón, por su parte, se mantenía recluido en su estudio-dormitorio, y por eso no había tenido ocasión de hablar directamente con él más que dos o tres veces, pero le pareció a Ikúo una persona muy interesante, según este último le relató a Kizu. A la joven la llamaban "Bailarina" allí en la oficina; de modo que Ikúo iba a seguir también esa práctica.

De tal forma pasó una semana; y en éstas, llegó un mensaje de parte de Patrón, diciendo que si fuera posible desearía ver a Kizu. Así que éste salió para allá con Ikúo. Kizu intuía que tras esa novedad estaba la intervención de Bailarina manejando los hilos. Ikúo le había dicho que él mismo, hasta el momento, no había mantenido una conversación en condiciones con Patrón, pero a partir de ese día Kizu tendría la ocasión de conversar con Patrón distendídamente. Y no sólo eso, sino que, de resultas del primer encuentro, se llegó a decidir incluso que Kizu iría a visitar a Patrón un día por semana y, como artista, y también como experto en docencia de Bellas Artes -aunque en este caso se le pidiera algo al margen de su especialidad-, le daría a Patrón unas charlas sobre cierto poeta británico.

Cuando se produjo el primer encuentro, Patrón hablaba en voz baja, pero bien resonante.

– He oído que eres pintor -se puso a decirle, sin más saludo previo-. Y aunque no lo supiera, yo diría que se desprende de tu presencia, nada más verte.

Mientras pronunciaba estas palabras, Patrón estaba arrellanado en una butaca extrañamente baja, y dejaba aflorar a su gran cara, redonda y regordeta, un asomo de curiosidad infantil.

– Es que tienes aspecto de irme a hacer un dibujo de contorno a lápiz sobre la marcha: primero la cara, y luego el cuerpo…

A Kizu no le quedó más que estremecerse. A él y a Ikúo los había introducido Bailarina hasta el estudio-dormitorio de Patrón. En ese momento Patrón estaba aún en la cama, y con la ayuda de Bailarina se trasladó a la butaca, en tanto que allí delante ya había un sillón colocado para Kizu. Llegado tal momento, Ikúo se retiró sigilosamente del cuarto, como -sin duda- se le había instruido previamente. En el salón, por el rincón habilitado como despacho próximo a la fachada, se encontraba Ogi trabajando, a quien Patrón y Guiador llaman a veces "el inocente muchacho" -según le iba diciendo Bailarina a Ikúo, presentándole así medio en broma a Ogi.

– Así que mientras tú, poniendo en juego tu arte, me estás observando, también yo a mi modo te he estado mirando y… ¿no es cierto que estás pasando por un gran cambio que te afecta, corporal y mentalmente, como no lo has experimentado durante toda tu vida, en esa proporción?

Con toda sinceridad, Kizu se dijo a sí mismo que su interlocutor, al estar usando estrategias semejantes a las de cualquier adivino callejero, se había rebajado a un nivel ridículo. Pero, al mismo tiempo, viéndose a sí mismo confrontado por la mirada fija y cargada de sorpresa de aquel hombre -párpados abiertos como el contorno de un melocotón; y a igual distancia del párpado superior y del inferior, el iris negro flotando como abalorio de azabache-, a Kizu le bailaba en la cabeza el presentimiento de que él mismo podía acabar arrodillándose allí de un momento a otro, y difícilmente se libraría de confesar cuanto pasaba por su interior. Pues tomando en consideración su recaída en el cáncer, y además su relación con Ikúo, como circunstancias que lo afectaban física y anímicamente, la adivinación de Patrón había dado en el blanco.

Comoquiera que fuese, con el fin de tomar un poco de distancia y disponerse a dar una respuesta neutra, Kizu echó mano de uno de los ardides a que recurría dando clases en su universidad americana; y empezó a hablar de poesía.

– Para cualquier persona que ronde mi edad, el tipo de cambio al que has aludido viene a estar relacionado con la muerte, se mire como se mire, ¿no? Y como eso es así, yo trato por ahora de no concienciarme respecto a la muerte. Sobre este tema, está la poesía escrita por un inglés, a la que me he aficionado. Incluso pienso que me gustaría aprender pronto de él, para adoptar su actitud ante la muerte.

Tras estas palabras, Kizu sacó de su memoria el texto original de los versos, y lo fue traduciendo mentalmente al japonés, para citarlo:

– "La gente virtuosa deja este mundo sosegadamente, como susurrándole a su propia alma: ¡vete!"

"Es así como se expresa el poeta; y eso que dice de que la persona agonizante, al ver que se queda sólo con su cuerpo, habla al alma que se le va… eso me viene como anillo al dedo.

– En términos generales, se diría que es justo al contrario. Si se pudiera hacer esa brusca pausa para despedir al alma, ¡qué sosegadamente podría dormir el cuerpo luego! Yo a mi vez he leído a John Donne. Lo que sigue suena así, si mal no recuerdo:

"Con todo, no vayas nombrando rostros invernales cuya piel cuelga fláccida, marchita como la bolsa de un derrochador: Sólo es ya el envoltorio de un alma".

"Si la carne de un viejo es como una bolsa vetusta y raída, creo que ocurre precisamente eso: al alma le será sumamente fácil marcharse de allí, me imagino.

Kizu se sintió avergonzado al ver que su pretendida erudición, superficial en el fondo, quedaba superada por un hábil golpe de mano. Aunque en realidad Patrón no parecía tener otra intención que la de manifestar que a él también le gustaba la poesía.

– Sin embargo, lo único que he leído a fondo de poesía es lo que acabo de citar; por lo demás, ya pueden ser poetas extranjeros o de nuestro país, que hasta ahora no he prestado atención a ninguno. Pero tú, recientemente, ¿no has dado acaso con un poeta que ha sido un hallazgo? ¿No has pasado por esa experiencia?

– Por lo que se ve, todas las cosas importantes que me conciernen se van desvelando una por una. Verdaderamente, así ha sido -respondió Kizu sumisamente-. El año pasado, en verano, con ocasión de un festival artístico en el País de Gales, se celebró allí un simposio sobre docencia de Bellas Artes, como actividad curricular. Así que viajé a Swansea, donde el organizador del simposio me obsequió con un libro de un poeta de aquella tierra. Esa noche, en el hotel, que se erguía sobre un acantilado en la costa, fui hojeando el libro y leyendo un poco al azar; me invadió una energía anímica y física de tal fuerza que no pude seguir acostado.

Mientras así se expresaba, Kizu pensó que hasta el presente solía siempre relacionar esa inquietud suya con el rebrote de cáncer, pero ahora le daba alegría interpretarla como un presagio de su actual relación de intimidad con Ikúo.

– Enrojecí, con la cara desencajada, y me puse a deambular por la pequeña habitación del hotel; mientras me quejaba interiormente: "Aunque ahora me encontrara con este poeta, ya no me quedan tiempo ni energías para darle una respuesta digna con mi vida". Por eso tampoco puede decirse que yo haya cambiado positivamente a raíz de aquello. Soy demasiado superficial para una cosa así.

– Al oírte decir "el País de Gales"… ¿No será Dylan Thomas ese poeta que has descubierto a estas alturas? -quiso enseguida preguntarle Patrón, como un niño al que están mareando con enigmas.

– Se trata del poeta R. S. Thomas.

– ¿Y cómo es su poesía? ¿No habrá por ahí algún verso del que te acuerdes? -preguntó Patrón, incapaz de reprimir su impaciencia, que iba en aumento.

– A estas alturas ya no me acuerdo de ningún verso con exactitud, de memoria. Otra cosa es cuando yo era joven. En cuanto a los temas, tal vez por aquello de llamarse el poeta Thomas, había allí varios poemas centrados en la figura de aquel apóstol Tomás, tan lleno de dudas. Cuando él introduce la mano en el costado abierto, sangrante, de Jesús, y entonces empieza a creer en su resurrección…: el sentido de todos esos acontecimientos lo describe el poeta según la perspectiva del mismo Tomás. Es este tipo de temática.

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