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CAPÍTULO. 3 SALTO MORTAL

La niña que, quince años antes, había recibido un pinchazo propinado por aquella maqueta de plástico de Ikúo, cuando éste la portaba al acto de la deliberación final del premio, y entonces tuvo que mantener penosamente el equilibrio…, era ya una mujer joven, y aceptó gustosamente la invitación que se le hacía. Kizu se había llevado una gran alegría no exenta de cierta sorpresa, al oírle decir a ella, cuando le respondía al teléfono, que recordaba con todo detalle lo acontecido aquel día. No obstante, ella añadió que actualmente trabajaba en la oficina de un movimiento religioso, y que no disponía de mucho tiempo libre. Recogió la invitación, al sugerir si no podían verse aprovechando su descanso para comer, y citándose cerca de la estación de tren Seijoo Gakuenmae, por donde estaba también su oficina.

Kizu notó que el estilo de vida de ella era ya el de la nueva generación joven de su país, pues al invitarla él a una comida para charlar entretanto, respondió al punto que podía ella misma reservar mesa en un restaurante cercano, de cocina francesa. Decidieron fecha y hora, y colgaron el teléfono. Al día siguiente Kizu recibió un fax que incluía un plano con referencias como una vieja iglesia católica, las paradas donde se toman los autobuses que van a Shibuya, y una foto adjunta del restaurante en cuestión: una antigua casa señorial con un gran árbol de zelkova en su recinto ajardinado.

El viernes de esa semana los tres tomaban asiento bajo un techo de plástico transparente que dejaba ver el frondoso ramaje del zelkova sobre ellos. Como aquello era un reencuentro, se intercambiaron saludos. La joven se sentó junto a una ventana lateral, y Kizu frente a ella, acompañado de Ikúo.

– Yo te recordaba según la imagen representada en este dibujo, pero también ahora te das un gran aire de esa imagen -dijo Kizu, en tanto desenvolvía el regalo de su grueso envoltorio de papel para mostrarlo enseguida.

La joven recibió el obsequio, su largo pelo castaño cayéndole en cascada por los hombros, sobre la espalda, y se quedó mirando el cuadro; como también Ikúo la recordaba, mantenía su boca entreabierta. Acto seguido, enderezó su delgado cuello, redondeado como un cilindro, y fijó sus ojos en Ikúo.

– Hoy, nada más verte, he caído en la cuenta de que eres aquel chico terrorífico -dijo-. También yo te recuerdo bien.

Como Ikúo iba camino de sentirse abrumado, Kizu medió entre ellos:

– El aspecto de Ikúo era muy característico, sin duda, desde sus tiempos de la escuela primaria. También yo me lo he encontrado a los quince años de aquello, y no es que me diera cuenta al principio de que era aquel muchacho; pero tengo la sensación de que en algún estrato más profundo de mi conciencia lo reconocía.

Ikúo apartó su voluminosa cara, ahora enrojecida, tanto de la joven como de Kizu. Al pintor le recordaba la cabeza de un toro; y así miraba atentamente el perfil del joven. También ella lo estaba mirando con interés. Al poco rato llegó el camarero para explicarles las opciones relativas al almuerzo. Kizu, que jamás se acostumbraba a los altos precios del vino en Tokio, indagaba en la carta de vinos, y acabó pidiendo uno de California.

– Tú estabas en el grupo de ballet que iba a actuar en la ceremonia de la votación final de los premios; pero incluso ahora sigues con el ballet, ¿verdad? Me lo dijo alguien del periódico.

– Mi profesor está en la India. Pero aunque voy allí para recibir sus enseñanzas, esto puedo hacerlo sólo una vez al año, para una estancia de cinco semanas. Aparte de eso, he dado algunos recitales en Tokio. Es algo que practico porque me lo paso bien.

– Pero, entonces, ¿cómo te das cuenta de que progresas? -le preguntó Ikúo, abriendo su boca perruna.

Kizu se quedó sorprendido ante la inesperada pregunta, pero la joven no se inmutó. Al entrar en el restaurante ya caía una llovizna, y ésta luego dio paso a una lluvia en toda regla que bañaba la copa del zelkova y percutía sobre el techo de plástico. La joven alzó la vista para mirar aquello, mientras decía en respuesta:

– Mi profesor de danza, en un sentido estricto, está lejos, sí: pero es que tengo cerca quien me enseñe sobre temas más amplios y fundamentales, facilitándome amablemente cada día el acceso a su conversación. Aunque ahora uno de los dos está enfermo, habrá usted oído hablar al periodista de Patrón y Guiador, ¿verdad?, esas personas en cuya oficina trabajo ahora.

La última pregunta iba dirigida a Kizu. Éste asintió. El camarero, al pasar, le sirvió en su vaso un vino blanco al que Kizu se había aficionado en América, del valle de Napa. Cuando el camarero oyó que la joven citaba esos dos extraños nombres de persona, no pudo disimular su curiosidad. Ante esto, Ikúo volvió a él su cara enrojecida. La mirada que le echó al camarero estaba llena de intención, y transpiraba violencia y crueldad. Kizu cotejó esa mirada con el trato que había mantenido con el joven los dos últimos meses, y pensó aterrado en lo tumultuosa que podía haber sido su relación. Quien allí mejor se apercibió del peligro fue el camarero, hombre joven de la edad de Ikúo; no bien acabó de servir el vino desapareció de allí a tremenda velocidad, como si se le hubiera adosado una vela de lona a la espalda y le soplara el viento en popa.

Sin embargo, sólo la joven se mantenía serena. Ella tenía que haber captado el salvaje aire de Ikúo, tan diferente de lo que es normal en la vida cotidiana; así como la reacción del camarero, propia de un perro apaleado que se marcha con el rabo entre las piernas. Aún así, ella no se retrajo, ni dio la más mínima muestra de tensión.

– Los nombres de "Patrón" y "Guiador" son ciertamente extraños, y las personas que no conocen el incidente por el que ambos han pasado no quieren tener nada que ver con ellos -dijo la joven con toda calma-. Pero quienes los tratan de hecho, aun ahora salen persuadidos -por lo que se ve- de que son dos seres extraordinarios. Mi profesor indio de danza, aunque ya no baila él mismo, vino una vez a Japón con el grupo de danza cuya coreografía había él compuesto tiempo atrás, y que es ya un conjunto clásico en la India. Cuando yo estaba en el segundo ciclo de Grado Medio iba a Madras para participar en un seminario de danza; pero más tarde, al oír mi profesor que yo no estaba aquí bajo la tutela de ningún especialista en danza, sino que vivía con dos personas religiosas, se preocupó muy amablemente por mí. Pero cuando vino y nos vio a Patrón, a Guiador y a mí en el sitio donde vivimos, se quedó gratamente impresionado.

– ¿Por Patrón? -preguntó Ikúo, cuyo rubor ya se había atenuado.

– Por Patrón y Guiador. Por los dos. Dijo que en el mundo de la mitología hindú hay una pareja semejante a la de ellos.

– ¿Debido a la actuación que protagonizan Patrón y Guiador como personajes? -preguntó Kizu.

– No se trata de una correspondencia tan al detalle -le contestó ella-. Pienso si no sería más bien por su cara, su presencia física, su manera de hablar, el sentido de sus ademanes y andares. Me refiero a ambos: los dos en conjunto.

– ¿Quieres decir que tu profesor, por ser un especialista en danza, tiene la habilidad de captar ese secreto oculto, sólo con la vista?

– Creo que a eso lo podríamos llamar "la expresión corporal" -contestó la joven-. Pues efectivamente él es una persona capaz de leer hasta el interior de los demás a través de todos esos indicios. Y además, y como muestra de su respeto hacia Patrón y Guiador, mi profesor bailó gustosamente para ellos en la sala del edifico anejo, que habían mandado construir para mis prácticas. Sus acompañantes, alumnos suyos que interpretaban la música, se quedaron asombrados, asegurando que no lo habían visto bailar en años.

– Esos alumnos, ¿llevaban el acompañamiento musical? En tal caso, tal vez tuvieron la corazonada de que tu profesor podía lanzarse a bailar -apuntó Kizu.

– Incluso yo, al ver que seguían al profesor trayendo consigo sus instrumentos, pensé: "Hoy puede que baile". Pero también es posible que, como estaba acordado que se vería con Patrón y Guiador, la corazonada tal vez la tuviera él, e hizo que sus músicos vinieran preparados, ¿no?

Se les sirvieron en platitos varias clases de entremeses muy elaborados, como dulces. Ikúo se zampó un plato de un tirón, aunque haciendo gala de un modo muy natural de comer, con lo que pasó al siguiente platito sobre la marcha. La joven también era abiertamente de buen comer, como si fuera una máquina automática que repostaba su combustible.

A continuación hizo su aparición un foie-gras adobado con una salsa del color del vino tinto. El camarero había insistido, al presentar el menú, en que el foie-gras había sido importado directamente de Francia por avión. Kizu pasó su propio foie-gras al plato de Ikúo -que éste había dejado limpio enseguida-, y se sirvió unas verduras al vapor, que fue tomándose aderezadas con salsa. La joven contemplaba la escena con la boca entreabierta, su expresión habitual -al parecer-, mientras guardaba silencio.

– Tampoco yo quiero que Patrón coma cosas de éstas -dijo ella.

En este ambiente, apenas charlaron ya hasta dar cuenta del segundo plato, una carne -bistec de alce- que sin ponerse previamente de acuerdo habían coincidido, los tres en elegir de entre los platos del menú. Kizu por su parte se amoldaba a la tónica seguida por los dos jóvenes. Ikúo en este intervalo estaría sin duda barajando frases en su cabeza; porque cuando llegó el tiempo del café irrumpió de nuevo con una inesperada pregunta:

– A propósito de los apelativos "Patrón" y "Guiador", ¿es algo que viene usándose desde que la iglesia empezó a existir?

– No creo que sea eso. Cuando la iglesia era sólo un grupo religioso… se llamaban de otra manera.

– Y ahora, aunque se hayan separado de la iglesia, parece que les gusta mantenerse fieles al grupo y siguen usando esos nombres. ¿Puede decirse que el juego continúa en marcha?

La joven apartó de sus labios, que mantenía ligeramente entreabiertos, como siempre, su taza de café, y la devolvió a su platito. A continuación clavó la mirada en Ikúo. Kizu notaba que a él mismo se le superponía en la mente lo imaginado con lo recordado, ya que aquello invadía a esto último; el caso es que creía recordar, de quince años atrás, la misma mirada en los ojos de la misma joven.

– No hay ahí tal cosa como un juego en marcha. Si se define la palabra "juego" como diversión, como intercambiar por entretenimiento palabras en las que no se cree, y cosas por el estilo…, te diré que esas dos personas no han pasado estos diez penosos años aguantándolo todo por mera diversión.

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