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Kizu se quedó un rato dormido, y se despertó al nivel consciente como si reaccionara ante la sacudida de un anzuelo de pescador. Se encontró con que Ikúo le daba ahora la espalda, aunque seguía tendido junto a él. Kizu vio aquella espalda musculosa, con diversas prominencias escalonadas como si fueran piezas de una armadura, aquellos lomos y aquel culo: toda su piel dejaba aflorar abundantes gotitas de sudor. Kizu incorporó el torso, sintiendo simultáneamente unos latidos de excitación que lo sofocaban; echó mano a una caja de pañuelos de papel colocada sobre la mesa vecina; luego, se tendió cerca de Ikúo hasta poder sentir el calor de su cuerpo, y se puso a masturbarse. Cuando eyaculó en el pañuelo de papel una escasa porción de semen mezclado con una coloración ocre, el joven -al que Kizu creía dormido-, sin cambiar su postura extendió su mano sudorosa hacia los enjutos muslos del pintor. Ikúo, con los ojos entornados, se dio la vuelta hacia Kizu, y rodeó con sus brazos robustos el cuerpo de Kizu, tan desmedrado. Ikúo besó cariñosamente los hombros de Kizu. Éste se sospechaba que tales besos eran una especie de descargo de conciencia por parte de Ikúo, quien estaría temeroso de que se hubiera intuido su instintivo rechazo a acariciarle el pene con sus labios. Sin embargo, la cara cercana de Ikúo, mientras reiteraba sus amables besos, mostraba más bien su arrobamiento y satisfacción.

Sin tener todavía una idea clara de qué tipo de cuadro iba a salirle de allí, Kizu extendió sobre el suelo Los dibujos que había hecho posando para él Ikúo, y mientras los estaba examinando se acercó por allí el joven, con una desgastada bata de Kizu que se había echado por los hombros sobre su cuerpo desnudo. De entre los esbozos que había extendido Kizu, Ikúo estaba fijando su mirada en un dibujo concreto que había sido hecho sobre un papel aparte y luego se había pegado, como mitad inferior, a otra hoja dibujada. En esto, Kizu empezó a preocuparse y, alzando la mirada, descubrió que a Ikúo, cuando concentraba su vista en algo, le sucedía como a él mismo: que mostraba una expresión sagaz y penetrante, como la de un halcón, un halcón peregrino o una rapaz de ese género. Ikúo daba la impresión de ir a correr una membrana sobre sus ojos, cuando con una voz igualmente brumosa se puso a decir:

– Me ha venido a la cabeza una extraña idea: se trata de que este dibujo refleja algo que me ocurrió en el pasado como experiencia personal. No me acuerdo casi. Es de cuando yo era muy niño.

De entrada, también Kizu se quedó estupefacto. Por el tiempo en que, estando en América, él había aceptado de hecho su recaída en el cáncer, precisamente había pedido su año sabático en Japón con la mira puesta en buscar a aquel muchacho, no obstante el tiempo transcurrido. Cuando ese afán se hizo particularmente intenso, llegó a dibujar de memoria un esbozo de la escena protagonizada por el chico, del tipo de los carteles de "Se Busca". El dibujo de aquel incidente en torno a la maqueta de piezas de plástico lo había añadido, sin ninguna intención preconcebida, a un esbozo que trazara de Ikúo. Kizu contempló los dibujos, para luego orientar su mirada al joven que en realidad tenía ante sí. Se produjo un efecto de "zoom" sobre la memoria de quince años atrás, y a Kizu no le llevó ni un momento ver las facciones de aquel niño superponiéndose al rostro mismo de Ikúo: preciosos ojos sobre la fiera cara de un perro. Y una vez que Kizu se percató de esto, no le quedó más remedio que reconocer la existencia de una voz interior que reclamaba insistentemente su atención, regañándole airadamente por tener tan embotada su capacidad de intuición, desde aquella primera vez en que se encontrara con Ikúo en la Sala de Secado del club de atletismo.

Durante la animada conversación que siguió entre ellos, Kizu de vez en cuando se reía estentóreamente, mientras que Ikúo por el contrario volvía a sumirse en actitud pensativa. Ikúo había llegado por la mañana, y no se marcharía hasta la puesta de sol. Desde bastante temprano por la tarde aparecía por el sudeste un cúmulo de nubes agrupadas como en una sola línea de fuerza, y ahora las nubes habían formado un flujo de cirros, con un ligero tinte rojo por su panza. Kizu reorientó su pensamiento a la plenitud que había experimentado ese día en tan corto tiempo, y reconoció que lo que le había pasado en las últimas dos o tres semanas había sido un toque de buena fortuna, algo que difícilmente se encuentra uno en la vida.

– En el dibujo que usted ha hecho, profesor, verdaderamente ha captado muy bien aquella escena -decía Ikúo repitiéndose, sin alcanzar a reprimir su emoción-. Como es natural, se me escapa de la memoria cómo era yo de niño, a esa edad, por lo que yo viera con mis propios ojos. Pero… por ejemplo… cómo aquella abultada maqueta que yo construí con tantísimo esfuerzo se quedó enganchada entre las piernas de una niña, y cómo ella en un gesto tan cómico trató de guardar el equilibrio… Eso sí que, desde luego, le ha salido tal como yo lo vi. Con su carita enfadada ella me está mirando a su vez, y con esa postura de todo su cuerpo parece estar tratándome de tonto… Es algo inolvidable para mí.

– También lo es para un pintor sin especial talento como yo -dijo Kizu; y se le ocurrió luego esto:

"Precisamente a raíz de haberme topado con este incidente, he llegado a la conclusión de que ando falto de verdadero talento.

– Desde mis catorce o quince años yo había empezado a dibujar con plena conciencia de lo que hacía, y aunque en el tiempo transcurrido haya habido períodos de inactividad, por supuesto si uno vive como artista esto llega a ser -y lo diré usando una expresión que me habrás oído usar no sé cuántas veces- un "hábito de por vida". Uno hace un dibujo en el papel. Luego, con ese movimiento de la mano y a esa velocidad ya consabida, aunque uno ya no tenga un lápiz en la mano, va observando y va trazándolo todo en una pura memoria visual: ya sean paisajes, objetos o personas.

Ikúo aguzaba el oído para escuchar cuanto Kizu decía en medio de su pura exaltación. Todo era cierto, desde luego; y mientras lo oía hablar, miraba fijamente, como poseído por un trance, aquel dibujo: aquella chica que se mantenía en equilibrio sobre un solo pie en tan impensable postura.

Kizu dijo, volviendo a la realidad:

– Yo sé dónde esta chica se encuentra ahora. La editora del periódico me comunicó su dirección. Pero hay algo más. Como yo en cierta ocasión quise asegurarme de los datos, incluso la llamé por teléfono.

– Y, hablando por teléfono, ¿qué sensación le dio?

– La propia de estos casos. Me pareció una joven muy singular. Tanto en su voz como en su conversación hay una seguridad que no suele encontrarse hoy día entre las jóvenes de nuestro país. Y cuando recuerdo que ya de entrada, en su infancia, cuando quedó enganchada en tu maqueta, y mientras hacía equilibrios para no caerse y no dar con todo en el suelo, aguantando pacientemente el tipo… ya sólo con eso me imaginé que no era una niña como las demás. Entre las cosas que recuerdo con tanta claridad de todo lo que he vivido, ésta es muy especial, por supuesto. Pero no es sólo por la energía que emana de esa chica. También está el recuerdo de aquel muchacho tan especial, que aceptó destruir su propia creación; él arroja una luz que la ilumina a ella, y ambos juntos quedan así guardados en mi mente como un tesoro.

– Más bien, yo hasta ese momento había sido un chico como los demás -dijo Ikúo pausadamente, como si estuviera aún sopesando la carga interior de esos recuerdos en los que había quedado atrapado-. Yo hacía bastantes modelos con piezas de plástico prefabricadas de muchos tipos, o a veces con taquitos de madera que yo mismo tallaba con mi navaja. Perdía la cabeza con eso, y había días en que dormía poquísimo… Y mientras hacía mis obras, era como si alineara palabras para componer un cuento. Puesto a hablar en función de lo que recuerdo, aquella niña era una persona rara, y esto se vio cuando quedó enganchada en el modelo que yo llevaba: enseguida me dio la impresión de que me estaba retando con la mirada- Recuerdo que llegué a odiarla, por aquello de que me echó a rodar todo lo que podía haberme venido luego: tras ganar aquel premio por una obra original que me había llevado tanto tiempo hacer, una invitación además para visitar la Disneyland de California con todos los gastos pagados.

– No obstante, ahora la mirarás con nostalgia, ¿no? -dijo Kizu; y prosiguió, hablando animadamente de cuanto se le ocurría:

– ¿No estás tú ahora con deseos de enfrentarte a una nueva vida? Aparte de que la enfoques relacionándola o no con la cuestión de la libertad personal, esta circunstancia tal vez pueda convertirse en una buena ocasión para ti. Si nos paramos a pensarlo, eso de que tres personas, a partir de una fecha del pasado, renazcan ahora de golpe a una nueva situación, no es algo que se vea todos los días, desde luego. Vamos a invitarla a cenar, a ver qué pasa. ¿No crees que ella no podrá echarse atrás, si considera que es un reencuentro para vosotros dos después de aquel dramático episodio de hace quince años? Como regalo que llevarle podemos optar por este dibujo.

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