CAPÍTULO 5 . EL COMITÉ MOSSBRUGER
Ogi empezó a poner en orden el fichero de nombres al día siguiente de recibirlo de Patrón. Una vez que había metido toda la información en el ordenador, pasó a la siguiente tarea de ponerse en contacto con cada una de las personas de la lista. Siendo así que Patrón iba a iniciar un nuevo movimiento, se trataba de preguntarles si con tal motivo deseaban recibir una carta de saludo del líder, con el fin de conocer sus intenciones. Una de las razones por las que Bailarina pidiera a Ikúo su colaboración en tareas de oficina era -sin duda- que Ogi estaba volcando casi todas sus energías en esta labor. Ogi informaba por carta a cada destinatario de que su nombre y dirección pasaban a la agenda de Patrón, y le rogaba que mediante una tarjeta que iba incluida en el sobre contestara a la pregunta arriba formulada. Un treinta por ciento aproximadamente de las personas contestaba que "líos esperaban con expectación la carta de Patrón. Los nombres de aquellos otros que, o bien respondían que no estaban interesados, o bien no respondían para nada, Ogi los tachaba de la lista con sus direcciones respectivas; pero cuando en este quehacer se topaba con nombres conocidos gracias a los medios de comunicación, Ogi llegaba a dudar si esa lista de nombres no la habría confeccionado Patrón a su antojo. Pero la gente que había respondido configuraba una lista de ciudadanos sin renombre especial. A medida que avanzaba el trabajo, se veía cada vez más claro que Patrón había ido apuntando en sus notas los nombres y direcciones de aquellos que, con posterioridad al Salto Mortal, o bien le habían dirigido críticas razonables, o le habían enviado cartas dándole ánimo. Como respuesta que ofrecer a cuantos criticaron su postura en los medios de información, Patrón era el único, al parecer, que no olvidaba los comentarios bienintencionados de la gente: cuando los nombres registrados en la lista correspondían a individuos, no había problema alguno; pero cuando en las notas entregadas por Patrón figuraban nombres de compañías y asociaciones, y aun apareciendo el nombre de algún responsable, éste no respondía a la carta circular, entonces Ogi, todo un perfeccionista en este tipo de asuntos, hacía una llamada telefónica para indagar. En algunos de esos casos, con todo, hay que decir -en honor a la verdad- que era más bien el afán de fisgonear lo que impulsaba a Ogi a marcar el número correspondiente en el teléfono.
En las afueras de Tokio, en una ciudad universitaria de nueva construcción adonde se llegaba por una extensión satisfactoriamente desarrollada de una línea privada de ferrocarril, había establecido su sede una de las aludidas asociaciones, en un edificio multifuncional que albergaba varias actividades culturales, y se alzaba en una zona de residencias universitarias y viviendas en venta. Resultaba ser que el nombre de dicha asociación era "Comité Mossbruger"; y ¿qué cosa podía significar eso de "Mossbruger"? -se preguntaba Ogi-. El destinatario de la circular de sondeo que él había enviado era un hombre cuyo nombre figuraba como responsable de la asociación; pero cuando marcó el número de teléfono de la asociación para indagar, quien respondió al aparato fue -por su voz- una mujer. Parecía ser mayor que él; pero su voz femenina, un tanto alegre y como de dibujos animados, hizo presentir a Ogi que sería, sin duda, de esa gente que escribe por puro entretenimiento y en calidad de admirador. Sin embargo, su interlocutora al teléfono era la encargada de supervisar los distintos grupos alistados en la nómina de actividades culturales allí adscritas.
– Quisiera hacerle una pregunta relacionada con el Comité Mossbruger -dijo Ogi, poniendo escasa convicción en lo que pronunciaba, dado que respecto a ese nombre, supuestamente alemán (y, en todo caso, extranjero) no las tenía todas consigo sobre si lo estaría pronunciando bien o no.
– ¿El Comité Mossbruger? ¡Ah, ya! Desde luego había un círculo de socios así llamado entre los diversos grupos registrados aquí. Pero ahora ha entrado en un período de inactividad. ¿Llama usted como vendedor de algún tipo de suministros?
– En realidad yo trabajo en la oficina de una persona destacada en nuestro entorno, a quien llamamos "Patrón", palabra que se escribe con los caracteres de "Gran Maestro". Bajo su dirección se desarrollan varias actividades. Y el caso es que nos ha llegado una carta de ese comité dirigida a Patrón.
– ¿Patrón? ¿El de la secta religiosa? ¡Aah! ¡Ya caigo! Ciertamente veo muy posible que le escribieran una carta, porque son un grupo de lo más extraño, y no tengo claro qué se proponen. Pero todo eso debe de haber ocurrido años atrás. Y ahora, ¿qué desea usted de ellos con esta llamada?
– Yo estoy encargado del trabajo administrativo que conlleva la reanudación de actividades de Patrón. Debo pedirle disculpas, pues en realidad no estoy informado sobre ese comité que tiene ahí su sede. Tan sólo me gustaría decirle, sobre nuestra situación actual, que Patrón sale ahora de la inactividad en que estaba, para lanzarse a nuevos proyectos. Con ocasión de ello, está enviando cartas introductorias y de saludo a las personas y grupos que durante estos diez años de letargo -diríamos- le han enviado cartas de adhesión.
– Me parece usted una persona joven, pero muy competente -dijo la mujer, con un tono de voz distinto del de su risa anterior, que se pasaba de animada y rayaba en la insolencia-. Echando ahora un vistazo a los grupos que hay registrados, se ve que el Comité Mossbruger no desarrolla casi actividad alguna. Pero también, como los miembros de ese grupo, por lo general, están afiliados además a algún otro grupo de los de aquí, aun ahora suelen asomar la cara por este centro. En ese caso, voy a hacer averiguaciones, y si doy con alguien, le pondré a usted al corriente por teléfono de que ha habido un contacto con quien sea. ¿Sería tan amable de darme su número de teléfono? Yo me llamo Nobuko Tsugane y trabajo en la oficina de este centro. Nuestro centro es una organización subvencionada en parte por el municipio de Tokio.
Para Ogi estaba claro que, después de esa llamada telefónica, había un elemento que tachar de la lista de nombres. Pero al día siguiente le llegó una llamada de aquella mujer comunicándole que dos miembros del Comité Mossbruger habían manifestado interés en conocer detalles sobre el relanzamiento de Patrón. A medida que hablaban, surgió la idea de que Ogi fuera allá precisamente para informarse sobre esto de primera mano, un paso que hasta ahora nunca había dado. Así que al final de la semana Ogi tomó en la estación de Shinjuku un tren de la línea Chuuo y, tras dos transbordos y una hora en total de viaje, llegó a aquella ciudad universitaria.
A pesar de haber nacido y haberse criado en Tokio en plena época del desarrollo económico, y de pertenecer a la promoción que se graduó en la universidad durante el apogeo de la burbuja económica, el joven Ogi carecía de la información básica para calibrar la magnitud organizativa inherente a un complejo como era aquel Centro de Cultura y Deportes, que habían construido conjuntamente la compañía nacional de ferrocarriles y una empresa privada del mismo ramo. Mientras subía la amplia escalera situada entre las dos estaciones de tren, Ogi no salía de su asombro al contemplar la enormidad de las edificaciones que iba descubriendo ante sí. Pronto se hizo con un folleto informativo, y según comprobó por él, había un gran auditorio de conciertos, que atesoraba un órgano de tubos importado de Alemania, dos salas de teatro, de mediano y pequeño aforo respectivamente; y en un hotel edificado aparte había una sala para congresos internacionales equipada con mecanismos de traducción simultánea. En el pasadizo que comunicaba aquellos edificios gemelos y postmodernos había un despacho con una cocinita aneja, en el cual la señorita Tsugane desempeñaba su trabajo burocrático.
Ogi le dijo que, según le había explicado anteriormente, ahora estaba haciendo ese trabajo para Patrón, pero aún mantenía lazos de unión con esta otra empresa -añadió a modo de disculpa, mientras presentaba una tarjeta de su antiguo empleo-. La señorita Tsugane miraba fijamente aquello, mostrando una expresión dura. A pesar de todo, el joven a su vez sintió una cierta nostalgia al ver a aquella mujer que aun teniendo un perfil de ojos-nariz-boca detalladamente cincelado, su rostro oval conservaba un contorno suave. Más aún, su cabellera, de un negro profundo y húmedo, que le caía en delicadas enditas, suscitaba en él un claro recuerdo de algo inexpresable… No obstante, la señorita Tsugane, al observar que Ogi le miraba el cabello, manifestó sin reservas que en su descanso del mediodía se había ido a nadar a la piscina. Verdaderamente se veía que en su época de grado superior, y de universidad luego, habría mantenido un cuerpo bien cultivado por el ejercicio, lo que explicaba sus ademanes vivos al teléfono, aquel "¡Aah!" jocoso; pero, en medio de todo, se la notaba también un poco abochornada por mostrarse con tanto ánimo a su edad. Era, en resumidas cuentas, una mujer bien educada, que transmitía una impresión de inteligencia.
La señorita Tsugane dijo a Ogi que las dos mujeres que mantenían su admiración por la figura de Patrón habían prometido venir, pero que como se retrasaban, ella le explicaría entretanto algunas cosas sobre el Comité Mossbruger.
– Todo empezó en el aula de cultura del centro, a partir de unas sesiones de forum que se abrieron para debatir el libro El hombre sin atributos, de Musil. Y el nombre Mossbruger vino de un extraño personaje de la novela, autor de delitos sexuales. Entre los miembros de esas reuniones había especialistas en Sociología y Psicología, así como amas de casa aficionadas a la literatura.
"Cuando hace cinco años el grupo se puso en marcha, se fijó como principal objetivo oír charlas dadas por un agente retirado del cuerpo de policía a quien se había confiado la investigación de un importante caso criminal. En el curso de estas sesiones se dio un paso más, en el sentido de llegar a escuchar la versión del delincuente implicado en el caso. Esto dio mayor justificación aún al nombre del grupo. Sin embargo, las relaciones con gente muy maniática acarrearon problemas molestos para el grupo. En cierto momento se planteó que a la persona que venía invitada a dar una charla había que darle una gratificación en metálico. Como el grupo no disponía de esos fondos, se salió del paso mediante la donación personal que hizo algún miembro, pero eso también dio lugar a unas complejas repercusiones. A medida que este tipo de complicaciones se iba amontonando, el Comité Mossbruger fue cayendo en un estancamiento global, hasta hoy.