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Miró más atentamente.

– ¿Te he despertado? Madre mía, no tienes muy buena pinta al levantarte, ¿verdad? No me extraña que no te hayas casado. ¿Siempre duermes con chándal? ¿Cómo consigues que el pelo se te levante de esa manera?

– ¿Qué te parecería romperte la nariz por segunda vez? -pregunté.

Kloughn pasó por mi lado y se metió en el apartamento.

– He visto el coche en el aparcamiento. ¿Lo ha encontrado la policía? ¿Tienes mis esposas?

– No tengo tus esposas. Y vete de mi casa. Largo.

– Sólo necesitas un café -dijo Kloughn-. ¿Dónde tienes los filtros? Yo también me levanto hecho un cascarrabias. Y en cuanto tomo un café, vuelvo a ser persona.

¿Por qué a mí?, pensé.

Kloughn sacó el café del frigorífico y puso la cafetera en marcha.

– No estaba seguro de si los cazarrecompensas trabajaban los sábados -dijo-, pero he pensado que más vale prevenir que lamentar. Y aquí me tienes.

Estaba muda.

La puerta de entrada seguía abierta y oí que alguien, detrás de mí, golpeaba suavemente en el quicio. Era Morelli.

– ¿Interrumpo algo? -preguntó.

– No es lo que parece -dijo Kloughn-. Simplemente he traído donuts de mermelada.

Morelli me echó un vistazo.

– Horripilante.

Le miré con los ojos entornados.

– He pasado una mala noche.

– Eso me han contado. Por lo visto te vino a visitar un gran pájaro. ¿Un búho?

– ¿Y?

– ¿Hizo algún estropicio?

– Nada digno de mención.

– Ahora te veo más que cuando estábamos viviendo juntos -dijo Morelli-. ¿No estarás organizando todas estas movidas sólo para que me pase por aquí, verdad?

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