Este ideal elástico seduce a los fieles de Rasputín, encantados de conjugar sus apetitos sensuales con las aspiraciones religiosas que anidan en ellos. A través de él, se expande el ánimo con la ilusión de que Dios ama ante todo el arrepentimiento de sus criaturas. Ahora bien, para que haya arrepentimiento, es necesario que haya pecado. De allí a pretender que Dios quiere el pecado no hay más que un paso fácil de dar. Según la lección de Rasputín, la falta es ofrecida por Dios, aprobada por Dios. Para agradarle hay que caer lo más bajo posible y confesarse en seguida, levantándose con humildad. ¡Oh, la santa alegría del remordimiento! Si el Mal no existiera, el Bien no tendría ningún sabor. Gracias a esta nueva Biblia de las caídas humanas y de su perdón, Rasputín se considera como el iniciador de una alianza entre los frutos de la Tierra y las luces del Cielo. Al contrario de los sacerdotes que amonestan y maldicen en nombre de Cristo, pretende conciliar lo que, antes de él, era inconciliable.
Ya se encuentre en San Petersburgo o en Pokrovskoi, es el mismo hombre. Pero, en su aldea, labra la glebla y la siembra, mientras que en la ciudad labra y siembra las almas. En los dos casos, piensa, Dios guía su gesto de honesto cultivador. Por lo tanto es normal que aquellos que él ilumina con su palabra lo hospeden, lo alimenten y lo ayuden a vivir sin que él necesite trabajar ni mendigar ni robar. Poco a poco, un mito erótico-religioso se ha creado alrededor de su persona. Se cuenta que tiene el poder no solamente de aliviar las conciencias sino también de contentar las carnes sedientas de amor. El rumor público le atribuye un sexo de dimensiones excepcionales. Constituido como un sátiro, tiene, dicen las damas que han podido disfrutar de sus favores, un corazón de santo.
Con el pasar de los meses, decide mejorar su aspecto. Podría renunciar a su ropa de mujik , ¿pero para qué? Sabe, por instinto, que así perdería la mitad de su influencia sobre la pequeña sociedad que cultiva su compañía. Toda esa gente pretendidamente evolucionada está muy contenta de codearse con un staretz de aspecto pintoresco y lenguaje recio para que él los decepcione cambiando de ropa. Simplemente, ahora lleva una blusa rusa de seda sujeta con un hermoso cinturón, un pantalón negro abullonado de buen corte y botas nuevas. Estas ligeras concesiones a la elegancia vestimentaria no empañan en nada la devoción que le testimonian. Tal vez hasta la ha aumentado, extrañamente. ¡Ya no se teme que ensucie el tapizado de los sillones al sentarse! Es a la vez civilizado y bárbaro. ¿Que más desear en un "hombre de Dios".