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Mientras tanto, sus enemigos no cejan. Chtcherbatov, el nuevo ministro del Interior, es menos avenible que su predecesor Maklakov. Cediendo a la influencia de los detractores moscovitas del staretz , encarga a su adjunto, el viceministro Djunkovski, que ha seguido de cerca el caso del restaurante Yar, que coloque bajo los ojos del Zar el informe integral del coronel Martynov. Al leer ese relato exhaustivo, Nicolás II se asombra, pero traga su indignación y exige que el documento permanezca secreto. A pesar de su promesa, Djunkovski no sabe tener la lengua. Alejandra Fedorovna se entera incidentalmente otros detalles sobre las excentricidades de Rasputín en Moscú. Ahora bien, lo que la subleva no es la conducta del "padre Gregorio" sino la de sus delatores. Exasperada, escribe al Zar, entonces de inspección en el Gran Cuartel General: "Este no es un hombre honesto (Djunkovski), ha mostrado ese innoble papel sucio (el informe sobre Rasputín) a Dimitri (el gran duque Dimitri Pavlovich), que ha repetido todo a Pablo (el gran duque Pablo Alexandrovich), que ha contado todo a Ella (la gran duquesa Isabel Fedorovna, hermana de la Emperatriz). Hay que decirle (a Djunkovski) ya tenemos bastante de esas sucias historias y que esperamos que sea severamente castigado" (Carta del 22 de junio de 1915).

De regreso en Petrogrado, Nicolás II consiente en leer un nuevo informe, aún más detallado, sobre los incidentes de Moscú. Luego de lo cual, con gran enfado de Alejandra Fedorovna, rehusa recibir al "padre Gregorio" que ha regresado para solicitar una audiencia suplementaria de justificaciones y juramentos. Siempre afirmando que ha sido injuriosamente calumniado, Rasputín parte, con la cabeza baja, hacia Pokrovskoi.

Durante el viaje lo persigue la mala suerte. Embarcado el 9 de agosto en Tiumen, en un vapor que debe llevarlo a Pokrovskoi, se mezcla con un grupo de soldados y, ya pasablemente borracho, los invita al restaurante de segunda clase. Les paga el almuerzo y la bebida. Vacían algunas botellas, cantan, bailan y cuentan riendo anécdotas salaces que chocan a los otros pasajeros. El capitán del barco viene a recordar al staretz que el acceso a la "segunda" está prohibido a los hombres de la tropa. Fuera de sí, Rasputín provoca un escándalo, da puñetazos e insulta al maítre d'hótel antes de desplomarse sobre la alfombra. Entre el público, algunos se burlan y otros exclaman que está loco y que hay que "afeitarle la cabeza y la barba". En Pokrovskoi, unos marineros lo desembarcan, semiinconsciente, y lo cargan en un carro. María y Varvara que habían ido a recibirlo, lo trasladan a la casa, completamente borracho. Se levanta un acta por injurias al maitre d'hótel y "palabras injuriosas hacia la Emperatriz y sus muy augustas hijas". Se abren dos instrucciones: una política (por ofensa a la Emperatriz), la otra de derecho común (por ofensa al maitre d'hótel). El gobernador de la provincia amenaza con arrestar a Rasputín si intenta salir de Pokrovskoi. Este, que ha dormido la mona, contesta fríamente: "¿Qué puede hacerme un gobernador?". Pero se cuida muy bien de moverse y espera que Anna Vyrubova le telegrafíe que vuelva, lo que no debería tardar. Esa amonestación administrativa no le impide continuar bebiendo. Su viejo padre, haragán y charlatán, lo irrita. Un día empiezan a discutir. Los dos están ebrios. Gregorio, en un acceso de furor, arroja a su padre al suelo y lo muele a golpes. Los separan a duras penas. Al día siguiente, el incidente está obligado y chocan las copas juntos otra vez. Al año siguiente, cuando muere Efim, Gregorio, que está en Petrogrado, no irá al entierro pero llevará luto durante veinticuatro horas y durante ese lapso de tiempo se abstendrá de toda libación. (Yves Tenon)

Mientras todavía está en Pokrovskoi, La Gaceta Moscovita insiste acerca del escándalo en el restaurante Yar que el Zar y la Zarina habían querido tanto silenciar. ¿Por qué medio los redactores de esa hoja se procuraron el informe ultraconfidencial que Djunkovski había sometido a Nicolás II? El caso es que, de un día para otro, las menores peripecias de ese festejo reservado se echan a rodar en la prensa. Convicto de haber divulgado un secreto de Estado, Djunkovski es separado de sus funciones. Rasputín recibe la buena nueva en Pokrovskoi. En fin, está vengado y la vía está libre. Vuelve varias veces a Petrogrado para burlarse de sus enemigos y pavonearse en los lugares a la moda. La policía, enérgicamente amonestada por sus excesos de celo, lo deja en paz. Y él aprovecha.

Hay un contraste sorprendente entre el apetito de placeres que se ha adueñado de la alta sociedad, lejos del campo de batalla, y la horrible carnicería del frente. Los hombres caen por cientos de miles en el frente, mientras que en Petrogrado y en Moscú se complota, se murmura y se hacen negocios. Para explicar las derrotas sucesivas del ejército ruso, las autoridades invocan el espionaje. Son puestos en la mira los judíos, a quienes el pueblo les reprocha su falta de patriotismo y sus nombres de sonido a menudo extranjero. La embajada de Alemania en Petrogrado ha sido saqueada apenas se declaró la guerra. Los diarios y los libros en alemán están prohibidos. El Santo Sínodo ha prohibido los árboles de Navidad porque corresponden a una costumbre alemana. En las oficinas y las fábricas son despedidos los que tienen apellidos alemanes o judíos, incluso aquellos cuyas familias están establecidas en Rusia desde hace generaciones. Se habla de oficiales superiores vendidos al enemigo, de industriales que fabrican a escondidas municiones para el Kaiser, de dignatarios de palacio cuyos orígenes bálticos los hacen sospechosos en primer lugar. En mayo de 1915, ante el anuncio de la retirada de Galitzia, la multitud de Moscú ha saqueado los negocios alemanes en el curso de una revuelta que duró dos días. Al regresar de una inspección en el frente, Rodzianko proclamó ante la Duma que el país estaba dirigido por incapaces, que los heroicos soldados rusos morían por culpa del comando y que esa impericia se explicaba por la presencia de traidores en las más altas esferas de la política y del ejército. Como hacía falta un chivo emisario, arrestaron al teniente coronel Miasoiedov bajo la acusación de inteligencia con el enemigo y lo colgaron para que sirviera de ejemplo. [19] A instigación del gran duque Nicolás Nicolaievich, el ministro de Guerra, Sukhomlinov, considerado responsable de las principales derrotas militares, es reemplazado por el general Polivanov. El Zar espera que esos cambios en el equipo dirigente calmen a los agitados de la Asamblea y devuelvan la confianza al pueblo en desorden. Pero la ebullición de los ánimos es muy fuerte y Nicolás II debe reconocer que no son las modificaciones ministeriales las que salvarán la situación. Apenas nombrado, Polivanov declara la patria en peligro y afirma que la guerra se está desarrollando sin un plan de conjunto y sin ninguna estrategia. El 23 de julio, Varsovia cae en manos de los alemanes; la Duma, enloquecida, interpela al gobierno y el Consejo de Ministros decide la destitución del jefe de estado mayor, el general Ianuchkevich. Pero, ¿es suficiente?

Cada vez más, Nicolás II piensa en colocarse él mismo a la cabeza del ejército. Sus numerosas visitas al Cuartel General Central, la Stavka, han reavivado su gusto por la vida militar. Entre esos oficiales de élite, descansa de las intrigas de Petrogrado. Además, estima que en caso de peligro grave el lugar del Zar está en el frente, con los soldados. Los ministros, unánimemente, le suplican que no ceda a esa tentación gloriosa pero llena de riesgos. Su esposa, en cambio, lo impulsa con toda su energía, con toda su fe, a asumir las responsabilidades de la conducción de la guerra sobre el terreno. Desde hace largo tiempo, ella sufre por la influencia creciente de Nicolás Nicolaievich. No le perdona el haberse casado con su ex amiga montenegrina, que se ha divorciado -¡cosa altamente condenable!- para volver a casarse con él. Convertido en generalísimo por la gracia del Emperador, está inflado de orgullo. La tropa lo quiere y lo respeta a pesar de su notoria insuficiencia. Grande e imponente, tiene el físico para el cargo. No hace falta más para conquistar las almas simples. Además, Alejandra Fedorovna sospecha que quiere apoderarse del trono aprovechando alguna revolución de palacio fomentada por oficiales a su servicio y, así, apartar a su hijo Alexis de la sucesión dinástica. Por otra parte, ¿acaso no es un enemigo declarado de Rasputín? ¡Está todo dicho! Cuando el staretz manifestó el deseo de ir a la Stavka, el gran duque ha hecho saber que el "padre Gregorio" podría ir, pero que sería "colgado". ¡Tales palabras revelan quién es! Rasputín es tenaz en el rencor, y Alejandra Fedorovna más aún que él. Los dos presionan al Emperador para que destituya a ese rival peligroso en la popularidad de la nación.

Mientras el Zar está de inspección en el Cuartel General Central, su mujer trata de adoctrinarlo por medio de cartas diarias escritas en inglés. Sin decirlo claramente, espera que, tarde o temprano, Rasputín pase del papel de consejero espiritual al de consejero político y militar: "¡Si pudieras mostrarte más severo, querido, es indispensable! […] ¡Es necesario que tiemblen ante ti![…] Escucha a nuestro Amigo (Rasputín) y ten confianza en él. Es importante que podamos contar no sólo con sus plegarias sino también con sus consejos". (Carta del 10 de junio de 1915.) Y todavía: "¡Cuánto desearía yo que Nicolacha (el gran duque Nicolás Nicolaievich) fuera diferente y no se alzara contra el hombre que nos ha sido enviado por Dios!" (Carta del 12 de junio de 1915.) "Me aterran los nombramientos hechos por Nicolacha. Lejos de ser inteligente, es testarudo y se deja guiar por otras personas […]. Por otra parte, ¿no es el adversario de nuestro Amigo? ¡Eso puede traer sólo desdichas! […] Nuestro Amigo te bendice y exige, con suma urgencia, que se organice el mismo día, sobre todo el frente, una procesión religiosa para pedir la victoria […]. Por favor, imparte órdenes en consecuencia." (Otra carta del 12 de junio de 1915.) "Te envío un bastón que perteneció a nuestro Amigo. Lo ha utilizado y te lo da ahora con su bendición. Sería muy bueno si pudieras utilizarlo de cuando en cuando […]. ¡Sé más autócrata, querido, muestra de qué eres capaz!" (Carta del 14 de junio de 1915.)

De día en día, de carta en carta, Nicolás II se persuade de que la voluntad de Dios, encarnada por Rasputín, es que él se muestre más enérgico, que despida al incapaz gran duque Nicolás Nicolaievich y que se coloque a la cabeza de las tropas para levantarles la moral y conducirlas a la victoria. En el corazón del verano de 1915, el momento es de lo más crítico. Del Báltico a los Cárpatos, los rusos se baten en retirada. Kovno, Grodno y Brest-Litovsk acaban de caer. Polonia, Lituania y Galitzia están en manos del enemigo. La cantidad de pérdidas en vidas humanas da vértigo. Los hospitales se muestran insuficientes para atender a los millares de heridos conducidos del frente hacia la retaguardia. La Stavka, amenazada, ha debido replegarse sobre Mohilev.

[19] Después de la guerra su inocencia fue demostrada de manera irrefutable.


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