Литмир - Электронная Библиотека
A
A

8

Hay reptiles en Borneo que nacen y mueren sin tocar la tierra. De árbol en árbol. Por miedo a las serpientes.

El día en sí

Estoy cansado le dijo Lucas a Marcos. Marcos le preguntó por qué y le dijo no puedes estar cansado todo el día en la cama. Así mismo le dijo Marcos, que no podía estar cansado todo el día en la cama, y se rió. También Lucas se rió, pero solamente para empatar con Marcos. Y le dijo que no, que no era eso; estoy cansado, quiero decir que estoy como para morirme ya, y siguió diciendo que era conveniente que se muriese ahora, no anteayer o ayer, tengo que morirme ahora. Marcos le preguntó por qué lo sabes tan seguro. Lucas dijo que lo sabía y después dijo que lo sabía bien, porque me da igual, porque parecido voy a estar vivo que muerto, muerto mejor igual, porque sin dolor y más tranquilo. Marcos le preguntó dónde le dolía. Lucas empezó a decir de dónde vienen tantas polillas, y se quedó callado, y luego dijo hay cientos. Marcos no veía polillas, pero Lucas le dijo dile a Rosa que venga, que tiene que ver este espectáculo, porque la mayoría de las polillas son normales, pero algunas tienen las alas rojas, y el rojo es el color preferido de Rosa.

*

María se acercó a la habitación de Marcos. La puerta estaba abierta, y Marcos tenía en las manos un libro blanco, en un sillón azul. María se quedó quieta, sin decir nada, hasta que Marcos se dio cuenta.

– Voy a la calle -dijo María.

Pensó un poco y dijo lo que realmente quería decir.

– Acabé el cuento ayer.

– ¿Y? -Marcos.

– Acaba en un puente. Puede que en París.

– ¿Conoces París?

– No, pero he leído muchas veces París.

Marcos le pidió el cuento, que lo quería leer. María le dijo que lo cogiera él mismo, encima de la mesilla. Luego fue al cuarto de Lucas. Estaba dormido.

Una vez en la calle, empezó a pensar María en lo que había escrito, y le empezaron a no gustar algunas cosas del cuento que había acabado hacía, exactamente, 27 horas y 13 minutos.

*

Cuando subió al avión, Marcos se acordaba, cómo no, de Lucas. También cuando bajó del avión. Pensaba que era una locura haber ido a Nepal, pero que ya estaba allí y que no había más que hablar.

Al entrar en la habitación del hotel, se dio cuenta Marcos de que había olvidado una cosa: no se había fijado en el cielo de Nepal. Porque ése era, precisamente, uno de los encargos de Lucas, que se fijase en el cielo de Nepal.

Abrió la ventana entonces. Y se quedó mirando al cielo. Estuvo mucho tiempo pensando cómo le iba a explicar aquel cielo a Lucas. Pensó que el cielo era azul y era negro al mismo tiempo; es decir, que tenía miles de puntos azules y miles de puntos negros, mezclados, sin miramientos. Era difícil de decir. De hecho, aunque tuviera muchos puntos negros, era un cielo claro el de Nepal.

Cuando decidió que ya había visto el cielo, bajó la vista y vio un pelo en su brazo. No podía ser suyo. Ni de ningún nepalí. Porque era rojo. Tampoco había azafatas pelirrojas en el avión. Sería de Roma. Y cuando se convenció de que era de Roma, se lo envolvió en el dedo cinco o seis veces; luego, aprovechando que era un pelo largo, lo dobló hasta hacer dibujos retorcidos y bastante rojos, y estuvo otros veinte minutos jugando con el pelo, acordándose de Roma, para guardárselo después en el bolsillo del pantalón, muy despacio, en Nepal, en Katmandú.

*

Para el cumpleaños de Lucas se habían reunido Marcos, Roma, el hermano de Roma, la hermana de Roma, María y el propio Lucas. Pusieron una tabla encima de la cama de Lucas, y encima de la tabla patatas, queso, trozos de chocolate. El primer intento se frustró enseguida, porque Lucas no tardó en pegar con las rodillas en la tabla y tirar todo al suelo. Recogieron rápidamente todas las cosas de comer pero, así y todo, tuvieron que segregar varios pelos de los trozos de chocolate, y los tacos de queso confraternizaron hasta tal punto con el polvo del suelo que nadie, a pesar de los ruegos y las promesas, pudo volver a separarlos.

Todos los invitados se sentaron alrededor de la cama y empezaron a comer como peces. Antes de meterse nada a la boca, lo frotaban varias veces; no porque tuvieran la costumbre de venerar la comida, sino para librarse de algún hectogramo de porquería. A pesar de todo, la conversación era entretenida, y el hermano de Roma hablaba mucho y contó su problema. Y su problema era que si se quedaba mirando a un sitio vacío, a una pared sin cuadros, por ejemplo, o al techo, y si seguía mirando un tiempo sin pensar en nada, empezaba a ver cosas; veía, por ejemplo, enterradores jugando al ajedrez o moscones contando argumentos de películas.

Lucas no comía nada, pero hacía gestos, como si estuviera comiendo. Todo era de su gusto, y chupaba como los demás y masticaba como los demás. Y siguió haciendo gestos de comer hasta que estuvo tan lleno que no le cabía ni un cuarto de aceituna más.

*

La cosa es que Roma y Marcos buscaban dos casas que estuvieran frente a frente; una, por ejemplo, de ocho pisos y de siete pisos la otra, a unos treinta metros de distancia. Elegían casas que tuvieran ventanas anchas en las escaleras. Una vez encontradas, Roma se metía en una y Marcos en la otra. Subían al séptimo piso y se ponían junto a la ventana de la escalera; pero, aun estando los dos en el mismo piso, siempre quedaba uno por encima del otro, porque los arquitectos siempre han sido personas inconstantes.

Entonces se empezaban a mirar desde las ventanas, como si fueran desconocidos, y Roma hacía un dibujo de Marcos en un cuaderno y se quitaba el jersey. Marcos ponía más atención, porque Roma sin jersey era bastante más Roma que Roma con jersey. Y la desmedida atención de Marcos hacía que Roma tuviese cosquilleos en las manos y en la parte de arriba de las rodillas. Marcos ponía las manos en el cristal y lo empañaba, y se quitaba él también el jersey.

Y llegados a este punto, estaban ansiosos por volver a bajar a la calle y por volver a verse de cerca. Pero no podían en media hora. Eso era lo que decía el juego, que tenían que estar media hora en las ventanas. Y estaban, por lo tanto, media hora mirándose de una casa a otra. Y cuando pasaba media hora, bajaban las escaleras a todo correr y se iban a la cama de Roma o a un restaurante italiano.

*

Marcos se sentó en la silla junto a la cama de Lucas. Lucas agarró los pantalones de Marcos con la mano derecha, un poco más arriba de la rodilla. De vez en cuando apretaba la mano hasta arrugar el pantalón y tenía los ojos cerrados.

Lucas no paraba de decir cosas, pero, sobre todo, esto era lo que quería decirle a Marcos: Estoy debajo del Shisha Pangma, Marcos, con Rosa. El Shisha Pangma es un monte bonito. Y tiene música. Quiero decir que se oye música aquí, en el campamento base, y que yo creo que viene del monte. Le he cogido la cintura a Rosa, para bailar, pero Rosa me ha dicho que me esté quieto, que ya no tenemos edad. A Rosa le gusta mucho la seriedad. La seriedad y el viento. El viento también le gusta. Es una pena que no estés aquí, Marcos. Luego le he preguntado a Rosa cuándo vamos a empezar a

Cuando el día empieza

a dejar de ser día

subir al Shisha Pangma y ella me ha dicho que no diga esas cosas, que estoy un poco loco, que somos viejos ya, que el monte es una cosa seria y que estoy loco y que estoy viejo. La verdad es que yo me veo bastante viejo, pero Rosa está muy joven, como cuando tenía veinte años o como cuando tenía veintidós años. Me ha parecido un poco triste, porque a mí me gustaría pisar el Shisha Pangma, aunque tenga que morirme allí. Entonces ha aparecido un hombre y nos ha dicho que hay un tranvía que hace el viaje hasta el Shisha Pangma, hasta arriba, y nos ha señalado una dirección, y hemos visto un tranvía negro, elegante. Y vacío. Y aquí estamos los dos, Rosa y yo, en el tranvía, esperando a que empiece a andar. Rosa ha subido antes que yo al tranvía, y yo he decidido que la cosa más bonita que he visto en mi vida ha sido Rosa subiendo a un tranvía.

Roma

Los museos son malhechores. En general. Porque los cuadros se tienen que ver despacio y con ganas, y en los museos no se ven despacio y se ven como si no fueran cuadros ni nada, o se medio ven. Los museos son hoy tengo que ver los 602 cuadros del museo porque la entrada está pagada ya.

De hecho, durante los diez primeros minutos del museo, no hay problemas para digerir lo que vas viendo, pero, a medida que pasan cuadros y pasan salas, tu cuerpo es incapaz de asimilar todo lo que mira y, de repente, ves cómo te empieza a salir una menina por la oreja o la propia Gioconda por la nariz.

Es entonces cuando sientes que tu cuerpo está minuciosamente descompuesto y que tienes que vomitar algo. Te acercas a un rincón del museo; al rincón del museo donde suele estar la silla del vigilante, concretamente. Y empiezas a vomitar (siempre tras comprobar, claro, que el vigilante es poco trabajador y aficionado a distraerse en el baño). Entre los despojos que van saliendo de tu cuerpo, ves 42 impresiones de 42 pintores impresionistas, 212 líneas rectas de 17 cubistas y algún reloj derretido.

Te sientes un cacharro y te prometes que no vas a volver a entrar en un museo grande. Entonces vuelve el vigilante del baño y te pide que, por favor, no te apoyes en la Nariz de Napoleón, y tú le dices que perdón, que estás algo mal y que no sabes casi ni dónde estás.

Vuelves al hotel, y en el hotel te dicen que ha muerto una tía tuya a tres mil kilómetros de allí, o que se está muriendo en el hospital. Entonces te das cuenta del tiempo que has perdido en el museo y de cuánto querías a esa tía y de lo feos que son los retratos de las damas del siglo, por ejemplo, XVI.

Marcos

Ayer encontré un montón de polillas debajo de la cama de Lucas, muertas. Algunas tenían las alas rojas. Se lo he dicho al médico. El médico me ha dicho que no me preocupe, que es normal, que no tiene importancia.

21
{"b":"90427","o":1}