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5 de abril

Marcos

Ya sé por qué no me gusta el jazz. He hecho un esfuerzo muy grande para que me guste el jazz. Imposible. De hecho, es bien elegante decir «Yo escucho, sobre todo, jazz». Hay que decir sobre todo y hay que decir escuchar, no otro verbo. Acto seguido, para ilustrar ese efusivo comentario, conviene nombrar tres o cuatro músicos de Nueva Orleans, o de Filadelfia como mínimo, tres muertos y uno vivo (siempre en esa proporción).

Por eso he hecho yo un gran esfuerzo para que me guste el jazz. Me he pasado días enteros escuchando jazz. Pero ahora sé por qué no me gusta: por la trompeta. La trompeta es un ser bastante antipático.

Mucho más cariñosos que las trompetas son, quién va a empezar a negarlo ahora, los violines y los banjos. Pero, claro, no tiene ni gota de categoría decir «Yo escucho, sobre todo, música celta». Y mucho menos si, acto seguido, se nombran tres o cuatro cantantes antiestéticos, todos vivos además. Pero casi nadie conoce el libro que escribió Robert McKenna en 1926. Lo único que hizo Robert McKenna en su vida fue tocar el banjo (una vez cantó), y, ya de viejo, escribir un libro. Y la pena es que no escribiera diez. Cada cuatro o cinco páginas, McKenna escribía esto (siempre igual): «He visto gente escuchando música. He visto gente que no muere. Como si no fuera lo mismo».

Lucas se está haciendo pequeño. Está muy mal. Tiene los ojos absorbidos. Está tranquilo así y todo. Está convencido de que ésa es su obligación: estar tranquilo, ir enfermando poco a poco y morirse. También está convencido de que tiene que recordar cosas. Cada vez recuerda más cosas. Recuerda a Rosa y recuerda cosas que no ha visto nunca.

Lucas. Ejercicios

Las polillas son mejores que los japoneses. No todas, claro. Pero algunas polillas son mejores que algunos japoneses. La gente piensa que la gente siempre es mejor que los insectos. Sólo porque son gente. Pero no suele ser. Los murciélagos, por ejemplo, son bastante mejores que las personas. Las polillas no son tan buenas como los murciélagos o como las tortugas, pero sí mejores que algunos japoneses.

La gente ha tratado mal a las polillas. No hay más que coger la enciclopedia. Tres líneas para decir qué es una polilla y cuatro líneas para explicar los daños que hace la polilla a las personas. Otras tres líneas más para contar las maneras más espectaculares de matar una polilla. Nueve líneas en total. Que estropea las ropas, que se come los libros. Mentira. Las polillas no comen ropa. Son las larvas de las polillas las que se comen los jerséis y las que se comen las fajas. Quiero decir que puede que de jóvenes hagan las polillas alguna barrabasada, pero que luego se arrepienten, y que a una polilla adulta (a una polilla que puede ser ya incluso padre de familia) ni se le ocurriría comerse, por ejemplo, el sujetador de una chica joven. Ni de una chica vieja.

Pero no todos los animales son buenos. El cuco, por ejemplo, es bastante malo. Yo he hecho relojes de cuco. Porque le vi cosas buenas al cuco. Y seguramente tengan cosas buenas y cosas malas los cucos. Por eso pienso que algunos japoneses son como los cucos. Eso lo he podido comprobar hace poco. La cosa es que había una expedición japonesa en el campamento base. De un ochomil. Y que empezaron a subir y que bastante arriba encontraron otra expedición, polaca o suiza, y que uno de los de esa expedición estaba medio muerto, y que los compañeros no le podían bajar, y que les pidieron ayuda a los japoneses, y los japoneses que no, que no iban a bajar a nadie, que ellos habían ido a subir, no a bajar, y que no iban a perder el tiempo.

Esos japoneses son peores que las polillas. Los demás no sé.

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