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La plática pareció reconfortarla, porque dejó de llorar y recompuso los coloretes de su cara con una cajita oblonga que contenía un espejo y una pelusa polvorienta. Recordé que mi hermana se aplicaba cosmético con un retazo de bayeta y reflexioné que las diferencias sociales se patentizaban en los detalles más baladís o baladíes.

– ¿Qué tengo que hacer? -dijo por fin con aire sumiso.

– ¿Tienes el coche a mano?

– Sí, pero hay que mirarle el aceite.

– ¿Y dinero?

– Me traje todos mis ahorros por si tenía que darme a la fuga.

– Esto es indicio de premeditación, guapa. Pero ya nos ocuparemos a su debido tiempo del elemento procesal. Vamos hacia el coche y te contaré por el camino lo que he descubierto y cuál es mi plan.

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