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– ¿Y qué otra cosa podía hacer…? Para moverse es necesaria una estrategia, y no podía quedarme quieto esperando. En cualquier estrategia, uno termina elaborando un modelo de adversario que condiciona sus siguientes pasos… Wellington hace esto pensando que Napoleón piensa que hará esto. Y Napoleón…

– También Napoleón comete el error de confundir a Blucher con Grouchy, porque la estrategia militar implica tantos riesgos como la literaria… Escuche, Corso: ya no hay lectores inocentes. Ante un texto, cada uno aplica su propia perversidad. Un lector es lo que antes ha leído, más el cine y la televisión que ha visto. A la información que le proporcione el autor, siempre añadirá la suya propia. Y ahí está el peligro: el exceso de referencias puede haberle fabricado a usted un adversario equivocado, o irreal.

– La información era falsa.

– No se empeñe. La información que proporciona un libro suele ser objetiva. Quizá pueda estar planificada por un autor malvado para inducirle a errar, mas nunca es falsa. Es usted quien hace una lectura falsa.

Pareció reflexionar con atención. Se había movido un poco, acodándose de nuevo en la balaustrada, vuelto el rostro al jardín en sombras.

– Entonces hay otro autor -dijo entre dientes, en voz muy baja.

Se quedó así, inmóvil. Al cabo de un rato vi que sacaba la carpeta con El vino de Anjou de entre el gabán para dejarla a un lado, sobre la piedra cubierta de musgo.

– Esta historia tiene dos autores -insistió.

– Es posible -comenté mientras recuperaba el manuscrito Dumas-. Y tal vez uno sea más malvado que el otro… Pero lo mío es el folletín. La novela policíaca debe usted buscarla en otra parte.

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