– El señor César tiene tantos catadores entre sus ayudantes que las comidas se enfrían antes de que lleguen a su plato. Mal asunto la comida fría. Su santidad debe prevenir a su hijo contra las comidas frías.
No para atención Alejandro Vi en el comentario de un Leonardo afanado entre cazuelas sobre fogones, a poca distancia de mesas donde reposan maquetas de máquinas de guerra, pero sí Maquiavelo, que no pierde detalle de las manipulaciones del artista.
– ¿Sopa de caballo? Con lo que quiere usted a los animales y sobre todo a los caballos, ¿va a comer sopa de caballo?
– Es un plato que cocino en honor de su santidad, porque la carne de caballo es poco grasa y preveo que su santidad va algo alto de sangres. Después les propongo un suculento plato de menudillos mezclados: de oveja, cerdo, vaca, un plato de muy buen digerir y sólido si lo acompañamos de polenta.
Era el preferido por Ludovico el Moro, ¡Ah, qué bellos tiempos!
Los Sforza eran los Sforza, los Medicis los Medicis y lo único molesto de Florencia era que de vez en cuando podías encontrarte con el desdichado de Miguel Ángel o el arrepentido de Botticelli convertido al savonarolismo y dedicado a ilustrar la "Divina Comedia" como un acto de expiación.
– ¿Por qué era un desdichado Miguel Ángel? -preguntó fascinado el papa por la seguridad descalificatoria del cocinero.
– Es un maleducado, un mal parido. Un día le pregunté en la calle algo relacionado con la "Divina Comedia" y me envió a tomar viento. Le falta armonía. Serenidad. No se puede ir por la vida buscando sólo el movimiento de los cuerpos, sin hallar serenidad, en pos sólo de los músculos y las es quinas de los hombres. Desde esa rigidez moral de Buonaroti, se mata la pintura, se hace escultura pero no pintura. Botticelli fue un pintor grandioso hasta que se cruzó Savonarola en su camino y se convirtió en un pecador. Un excelente pecador y un pintor acobardado, casi un mal pintor. Mal asunto el humanismo en manos de iluminados y beatos del hombre como Pico della Mirandola, que llegó a escribir una "Oración sobre la dignidad del hombre", aunque estoy de acuerdo en su visión del ser humano como un constante Proteo, alguien que se hace constantemente a sí mismo. En Castilla llaman humanismo a lo que promueve el cardenal Cisneros, pero Cisneros no cree en el hombre, sólo cree en Dios. Yo a España no voy ni atado.
Repara Leonardo con el rabillo del ojo que uno de sus ayudantes, un efebo rutilante y de andares cadenciosos, toca las inconclusas maquetas de sus máquinas militares.
Arroja el cazo con el que removía la sopa y grita:
– ¡Giacomo! ¡Hijo de puta!
¡Nieto de puta! ¡Deja mis maquetas!
Giacomo se encrespa y convierte su amor propio herido en desprecio, arrojando una de las maquetas sobre la mesa. Corre Leonardo a por él y le pega un puñetazo en la espalda que precipita al joven sobre el tablero. Se revuelve y es ahora Leonardo el que recibe un puñetazo en las narices. Asustado, Alejandro Vi busca ayuda con la mirada, pero un flemático Maquiavelo le invita a abstenerse.
– No nos metamos en peleas entre enamorados.
Aún se cruzan algunas puñadas Leonardo y el llamado Giacomo, pero finalmente se detienen, se estudian, se ríen y Leonardo consuela las lágrimas del muchacho para volver suspirando a los fogones.
– No siempre la belleza del cuerpo traduce la del alma. Este bello bastardo es un ladrón. Giacomo Salai. Ha posado mil veces para mí y mil veces me ha robado allá donde hemos ido. He estado mil veces a punto de entregarlo a la justicia. Pero ¿cómo se puede meter en la cárcel ese cuerpo?
¿Cómo se puede condenar a la oscuridad esos ojos rodeados de pestañas de seda? Hasta le he dedicado una receta, huevos a la Salai, a base de huevos cocidos.
Se alza la voz estrangulada de Giacomo Salai desde un rincón del estudio.
– ¡Ese plato es mío! ¡Lo inventé yo y me lo has quitado!
Siempre me lo quitas todo.
– La vida debería quitarte, mastuerzo. Ya está casi a punto la sopa.
– Admiro esa capacidad de los genios modernos de pasar de un saber a otro: de la pintura a la mecánica militar, de la proyección de ciudades al utillaje más cotidiano.
– Sentido del gozo, reivindicación del gozo y luego imaginación y matemáticas, Santo Padre. Cuando no se pueden aplicar las matemáticas no hay seguridad en las ciencias ni en el placer.
– ¿También en la pintura?
– ¿Por qué no?
– ¿Se puede aplicar la matemática, por ejemplo, en la interpretación de las pinturas de Pinturicchio?
– A ése basta aplicarle la retina. Conozco el aprecio que tiene su santidad por su obra, pero es sobre todo un buen colorista. Su santidad ha de conseguir distinguir entre una pintura decorativa y una pintura que sea filosofía.
– ¿Filosofía? ¿Ha oído usted, Maquiavelo?
– Se lo he oído decir varias veces.
– La pintura es un conocimiento ensimismado. No se limita a reproducir la realidad, sino a reordenarla según unas claves armónicas nuevas. Reordenar la realidad, ¿hay otra explicación para la filosofía? Algunos filósofos pretenden desvelarla. Demasiado empeño.
Basta con reordenarla. Nuestro territorio es la naturaleza, ahí debe instalarse la medida humana.
El humanismo, tanto se habla de humanismo y humanistas, no es otra cosa que resucitar el principio de que el hombre es la medida de todas las cosas. ¿Quién controla mejor la medida de las cosas que un contemplador por excelencia, el pintor? Por eso, y que me perdone su santidad, el pintor se parece tanto a Dios. Algunos exageran la nota.
Recientemente vi una Anunciación tan desajustada que el ángel más parecía que quería expulsar a la Virgen a bastonazos que anunciarle su estado de buena esperanza. La pintura es el arte superior, a pesar de que se diga que es mejor la poesía y tengan más prestigio los poetas que los pintores. Lo que la mente urde lo hacen las manos, aunque el cretino de Miguel Ángel, ese maleducado mozalbete, diga que no se pinta con las manos, sino con el cerebro. Quiere aparecer como un sabio, tener el estatus de un filólogo, y por eso ese advenedizo se ha puesto a escribir sonetos para ser considerado un "literato".
– ¿Es superior la pintura a la arquitectura, por ejemplo?
– Viva polémica. Ayer noche precisamente la pasé en vela leyendo la copia de un contrato de arquitectura para Luciano Laurana, firmado por Federico de Montefeltro, y jamás se ha escrito mayor desmesura sobre la hegemonía de la arquitectura. Para él, los hombres que más honra y alabanza merecen son los arquitectos, porque están adornados de ingenio y virtud.
¿Qué sentido tiene la palabra virtud en este aserto, señor Maquiavelo, usted que no se saca la palabra virtud de la boca? Se refiere a la virtud de la arquitectura que se basa en el arte de la aritmética y de la geometría, que son dos de las principales artes liberales, por su gran exactitud, gran ciencia, gran ingenio. Ingenio y virtud, las claves de la modernidad, cierto. Pero tanta virtud o tanto ingenio como la arquitectura exige la pintura y es más libre, porque el pintor puede plasmar sus sueños y el arquitecto depende de cómo quieran o deban vivir los otros.
– ¿El pintor o el escultor no dependen del gusto de quienes les encargamos la obra?
– Sí, si el mecenas es un cretino.
– Puedo darme por aludido.
– Pero si el mecenas, como su santidad, es un espíritu libre y amante del arte, dejará hacer al artista. No le reprocho a su santidad ser un mecenas metomentodo, sino un mecenas demasiado tolerante al no siempre escoger a artistas justificados.
– He dejado hacer a humanistas como Pomponio Leto, Pietro Gravina, Aldo Manuzio. Apenas ejerzo vigilancia sobre las impresiones que multiplican las copias de los libros. Todos los humanistas glosan mi generosidad en el arte ornamental, monumental.
– Cierto, cierto. Excesiva a veces, si me permite.
– ¿Cuántas iglesias de Roma me deben la vida? Todos alaban el esplendor generoso de nuestras estancias vaticanas.
– ¡Mucho color! ¡Demasiado color! No puede su santidad negar que tiene un ojo mediterráneo.
– Y clásico. Yo adoro la armonía de los estilos clásicos. Vivimos en unos tiempos en que nos acercamos a los prodigios de la arquitectura del Imperio, precisamente porque la admiramos, cotidianamente recibimos una lección del pasado.
– Todo fluye, nada es, santidad. Nunca repetiremos lo del pasado y tampoco lo amamos tanto como pregonan los humanistas. Buena parte de los palacios de los príncipes actuales cantados en latín por los poetas se ha construido por el desguace de grandes mansiones y obras suntuarias de la antigüedad.
¿Cuántos mármoles del Imperio están aguantando hoy las casas de los nuevos señores, de los mismos que se rasgan las vestiduras cada vez que desaparece una huella de la antigüedad, de aquella supuesta Edad de Oro?
– ¿Sostiene usted que se ha edificado el humanismo sobre la hipocresía y no sobre el pasado?
– Todo fluye. Nada es. Nunca se repiten los hechos. Las matemáticas permiten la realidad menos fugitiva. Todas las matemáticas son especulaciones filosóficas y la pintura es filosofía porque se dedica al movimiento de los cuerpos en la disposición de sus acciones, desde la sonrisa hasta el crimen.
El que desprecia la pintura desprecia la filosofía y por lo tanto la realidad. No puede entender la realidad.
César desemboca con estrépito en los talleres y cocinas de Leonardo, seguido de sus capitanes y, tras comprobar que poco han crecido las maquetas militares, formula preguntas que Leonardo contesta sin oírlas.
– Reconozco el retraso, pero me he entretenido cocinando mis platos para su santidad y el señor Maquiavelo. Tengo criterios propios sobre cocina, y observe estos utensilios que he diseñado: éste, para sostener el huevo en el momento de cocción. Con esta máquina podríamos acertar en la capacidad cúbica de los huevos, y mire qué maravilloso dibujo para fabricar espaguetis en serie.
Se miran Corella y César sin acabar de asumir lo que oyen.
– Pero lo que necesitamos son máquinas militares.
– No lo he olvidado, y aquí tengo inicios de lo que serán maravillosas novedades. Pero así es mi proceso creativo. Necesito divagar para que de pronto me acudan las ideas más deseadas.
– De momento me valen sus máquinas convencionales. Sólo quiero que mañana las comprobemos en el campo de batalla.
Corella interviene y propone al pintor.
– De paso puede pintar algo, por ejemplo: César ante los muros con una máquina de hacer espaguetis en las manos.