– No desdeñe, capitán, los útiles más comunes porque a veces avisan sobre utillajes más complejos.
El más grande arquitecto militar ha sido Francesco di Giorgio, y todos le hemos copiado y muy pocas veces mejorado. Mis mejores máquinas son las futuras y ésas no están hechas todavía.
– Yo he de combatir mañana y pasado mañana y la semana que viene. No puedo esperar esos prodigios. ¿Se aviene a dotarme de máquinas más asequibles?
– ¡Cómo no voy a avenirme!
Maquiavelo se cuela en la conversación.
– Mañana tal vez partan las tropas hacia Toscana y me sorprende el objetivo. ¿Por qué no Bolonia, César?
– Lo lógico sería ir a por Bolonia, y ya hemos castigado algunas ciudades de su zona de influencia, pero el rey de Francia tiene bajo su protección a esa ciudad. La Toscana. Quizá. A por La Toscana.
Tuerce el gesto Alejandro Vi.
– Ni yo, ni el rey de Francia, queremos que toques Florencia.
Luis Xii porque teme que crezcas demasiado a costa de una ciudad que le ha sido leal y yo porque creo que hay otras maneras de dominar Florencia. Que paguen su impunidad.
– Ya hablaremos de lo de Florencia. Ahora es urgente consolidarnos en Nápoles aprovechando el acuerdo entre Francia y España para acabar con la estirpe de Aragón hasta ahora reinante.
Quiere intervenir Maquiavelo y lo consigue colándose por un pasillo de silencio creado por la preocupada expresión de Alejandro.
– Quisiera exponer algunas teorías sobre el movimiento de los infantes, sea cual sea el empeño bélico.
Le da la venia César, pero no Leonardo.
– Señor de Maquiavelo, usted teoriza muy bien, pero ante los muros de los castillos las teorías se desmoronan, como pronto se desmoronarán los castillos y no tendrán sentido. No habrá que construir castillos. Toda la maquinaria de guerra se dirige a hacer inservibles los castillos.
Creo más en la infantería. Siempre he creído más en la infantería.
– La infantería se compone de cadáveres -refunfuña Maquiavelo.
Leonardo sonríe protector de la ingenuidad de Maquiavelo y señala un extraño cono situado sobre la mesa.
– Ése es el futuro. Un vehículo autónomo y blindado contra toda clase de fuego. Puede ir lleno de infantes y sobre todo puede abrir camino a los infantes. Cuando ese vehículo sea operativo, ¡adiós al caballo! ¡Se acabarán las carnicerías de caballos! Ése es el futuro militar, ése y el vuelo.
– ¿Se refiere al vuelo oscurecedor de millones de estorninos que aterren al enemigo como en la Biblia?
– No me sea tan sarcástico, señor Maquiavelo. Va a pensar nuestro señor César que soy imbécil. Un día el hombre volará y los hombres volando sobre el enemigo estarán más allá de cualquier potencia de fuego. Yo los emplazo a una prueba de vuelo. En cuanto al menú que tengo entre manos no lo asocio con ustedes. A usted, señor de Corella, le iría bien unos intestinos hervidos con gengibre y azafrán, y para el señor César unos testículos de cordero con miel y nata.
El señor César no atiende la propuesta de Leonardo, ni tampoco Corella, porque ambos dialogan y César le transmite lo que parecen penúltimas confidencias. Corella le resume la situación.
– Florencia de hecho ya se ha rendido al aceptar tus cuatro puntos, sobre todo que me nombren su capitán y que permitan el regreso de los Medicis, que serán unos comparsas en nuestras manos.
– ¿Han satisfecho a Vitellozzo?
Corella farfulla que eso parece, aunque ese cabeza de corcho es imprevisible. Tan pronto se convierte en alfombra para que la pises como se alza colérico por cualquier nimiedad. Es un tiranozuelo sangriento y arbitrario. Los florentinos ya han asumido entregarle a seis rehenes, escogidos entre los que intervinieron en el asesinato de su hermano. Pero César se ha ido de Florencia mientras Corella habla. Ahora a por Nápoles, piensa, y luego a por Génova.
Giuliano della Rovere ha ordenado al copero que sirva vino en la copa del cardenal D.Amboise y ambos se saludan a distancia con las copas en la mano antes de beber.
– Por fin Luis Xii ya es rey de Jerusalén por el simple hecho de la conquista de Nápoles.
– No por simbólico es un título menos apetecido.
– Pero mi querido George, me da la impresión de que el conquistador de Nápoles no haya sido Luis Xii, ni Fernando el Católico, sino…
– César.
– César.
– Es cierto. Su conquista de Capua ha sido espectacular.
– Y sangrienta.
– ¿Qué conquista no es sangrienta?
– ¿Y el episodio de las cuarenta jóvenes secuestradas por la tropa?
– Creo que han sido sólo treinta.
– El papa retiene a doña Sancha, pero le permitirá volver a Nápoles con su medio marido, Jofre. Qué tristeza de muchacho.
Pendenciero. Acomplejado por la desvergüenza amatoria de su mujer.
Es un peligro ese chico.
– El único peligro es César.
– Y el rey de Francia sigue sin considerar un peligro el prestigio militar de César. ¿Quién va a ser el señor de Italia?
¿Luis Xii? ¿Fernando el Católico? No. César. Los Borja.
– Es un aliado, "malgre lui".
Nos consta que César nos detesta a los franceses, pero no tiene más remedio que ser nuestro aliado.
– Hasta que sea rey de Italia.
– Eso nunca sucederá si le removemos el agua para que navegue, sí, pero con cuidado, con prudencia. Tu política de mantener el fuego sagrado de las familias romanas contra los Borja es muy interesante.
– ¡Pobres familias! Las han metido en cintura. La última derrota de los Colonna y los Savelli ha permitido a los Borja anexionarse todas sus propiedades.
Los ricos Borja son temibles no
por lo que tienen, sino por lo que compran.
– ¿Y César?
– Descansa. Cuando no guerrea se pasa el día tumbado en una cama, melancólico, comprobando cómo la sífilis le mancha progresivamente el rostro. Unas veces mete en su cama a Fiammetta y otras a esa joven Dorotea, secuestrada primero de mal grado y ahora encantada de los excesos de César. Es como una serpiente en período de letargo.
Me han dicho que en las Indias hay serpientes enormes que se llaman boas, capaces de tragarse a un buey. Pero luego han de digerirlo.
Paciente. Pacientemente.
– Me he quedado solo en la oposición. Todos los enemigos de los Borja de la curia ya no cuentan.
He de tener más paciencia que los Borja. Parece un proyecto de titanes.
– He de dejarle, Della Rovere. Me espera una audiencia.
– ¿Con el papa?
– ¿Con el papa? ¿Para qué?
Con César. Con el todopoderoso César Borja.
César permanece semiyaciente en un lecho escuchando las elucubraciones de un Maquiavelo peripatético, pero la voz le llega lejana, sin percibir el sentido total de lo que dice hasta que de pronto retiene la palabra feudalismo… campesinos y mercaderes, ésos son los sectores sociales en alza porque tienen un sentido realista de lo que hacen. La derrota del feudalismo es inevitable y por lo tanto hay que tratar de no convertirse en un señor feudal más. La derrota del feudalismo. Es evidente. Los señores feudales o se vuelven cortesanos, es decir, animales cuyo medio natural es la corte, o agonizan defendiendo sus feudos, ¿treinta, cuarenta años más? Hay que ocupar un lugar de privilegio para ser un competidor de los modernos reyes, Luis Xii o Fernando el Católico. César entra en conversación porque le molesta que Maquiavelo, peripatético, hable como para sí mismo.
– ¿Fernando el Católico o Luis Xii?
– He ahí el modelo, más Fernando el Católico que Luis Xii.
Los viajes coloniales, la victoria sobre el Islam, el sometimiento de los señores feudales de Castilla y Aragón, las limpiezas de etnias y religión del cardenal Cisneros y el oro, los galeones cargados de oro que llegan de América, el oro con el que los españoles pueden comprarlo todo. Ésas son las bases de una posible hegemonía española en los próximos años.
– Será inevitable un choque con Francia, con Austria.
– Con Austria no. La boda entre la hija de Fernando e Isabel con un hijo de Maximiliano de Austria evita esa confrontación, aunque Maximiliano se mueva en la frontera para disuadirle de que ataque Florencia. El choque será con Francia y lo vivirá la próxima generación.
– ¿Lo viviré yo?
– Sin duda.
– Si vivo, lo viviré. Últimamente no consulto a los astrólogos.
Al pobre Lorenz Beheim le pago, pero no le consulto. Me da miedo que acierten y sueño que paso por un desfiladero compuesto por las espadas de mis enemigos y corro, corro, corro, pendiente de la penúltima espada que me acecha. Y me despierto sin saber si he acabado de atravesar el corredor.
– Hay que soñar despierto. Es una época para soñadores, pero despiertos. Imitamos los modelos antiguos pero nada es igual a la antigüedad. Copérnico se protege afirmando que sus teorías planetarias se basan en el saber antiguo, pero no es así. Se justifican en el saber antiguo, porque todavía es muy fuerte la superstición o una interpretación arcana de las Sagradas Escrituras. Cada día aparecen nuevas máquinas, nuevos descubrimientos, incluso tal vez la Tierra sea redonda y gira alrededor del Sol, como sostiene Copérnico. Las patentes de invención llenan los despachos de legajos y legajos y ninguna como la imprenta, que permite el libertinaje de reproducir libros no siempre convenientes. ¿Y la mecánica? Se aplica en el arte militar y luego los descubrimientos pasan a la industria civil y al comercio. Lógicamente las costumbres se resienten.
Virtudes en otro tiempo sagradas se revelan obsoletas al lado del papel del dinero, por ejemplo.
¿Cuándo se había visto tanto poder en manos de los banqueros y los comerciantes? La expansión geográfica, de momento, la controlan los aventureros, pero ya están allí la Iglesia y el Dinero, Dinero con mayúscula, César, dinero fluyente, no propiedades feudales, oro, oro, ríos de oro necesarios para comprar y controlar. Ése es el signo de los tiempos. El cambio. Y hay miedo al cambio. Sólo una minoría de sabios y de audaces no teme al cambio. A los demás los seduce primero, los asusta después y acaban oponiéndose.
– Señor Maquiavelo, tiene usted vocación de augur.
– Los augures han perdido el tiempo analizando las vísceras de los animales sacrificados. Lo que hay que ver es la sociedad, la naturaleza social, las conductas sociales. ¿Por qué? ¿Para qué? Sobre todo para qué. La finalidad.
De la idea de finalidad se han apoderado las religiones, pero ahora se ha humanizado y no es posible ser un príncipe, ni un banquero, ni un guerrero sin finalidad.