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– Sí, es el dragón. Pero el dragón hembra, el dragón andrógino, porque era realmente muy bello. Estaba asombrado de su belleza, de aquel azul extraordinario…

– A pesar de su miedo, tuvo sin embargo presencia de ánimo suficiente para captar el miedo del otro.

– ¡Es que lo veía! Veía el miedo de sus ojos, le veía lleno de miedo ante el niño. Aquel enorme y bellísimo monstruo, aquel saurio tenía miedo de un niño. Me quedé estupefacto.

– Dice que el dragón era de una gran belleza por ser «hembra, andrógino». ¿Significa esto que, en su sentir, la belleza está esencialmente ligada a lo femenino?

– No, entiendo que hay una belleza andrógina y una belleza masculina. No puedo reducir la belleza, ni siquiera la del cuerpo humano, a la belleza femenina.

– ¿Por qué habla de «belleza andrógina» a propósito del lagarto?

– Porque era perfecta. Allí estaba todo: gracia y terror, ferocidad y sonrisa, todo.

– En su caso, la palabra «andrógino» no carece de importancia. Ha hablado mucho del tema del andrógino.

– Pero insistiendo siempre en que andrógino y hermafrodita no son una misma cosa. En el hermafrodita coexisten los dos sexos. Ahí están las estatuas de hombres con senos… El andrógino, por su parte, representa el ideal de la perfección: la fusión de los, dos sexos. Es otra especie humana, una especie distinta… Y creo que esto es importante. Ciertamente, los dos, el hermafrodita y el andrógino existen en la cultura no sólo europea sino universal. Por mi parte, me siento atraído por el tipo del andrógino en el que veo una perfección difícilmente realizable o quizá inasequible en los dos sexos por separado.

– Pienso ahora en cierta oposición que descubre el análisis «estructural» entre lo bestial y lo divino en la Grecia arcaica: ¿Admitiría que el hermafrodita se sitúa del lado de lo monstruoso y el andrógino del lado de lo divino?

– No, pues no creo que el hermafrodita represente una forma monstruosa. Se trata de un esfuerzo desesperado por alcanzar la totalización. Pero no es la fusión, no es la unidad.

– ¿Qué sentido da a la habitación grano de uva? ¿Sabe por qué ha conservado tan vivo ese recuerdo?

– Lo que me impresionó fue la atmósfera, una atmósfera paradisiaca, aquel verde, aquel verde dorado. Y después, la calma, una calma absoluta. Y el penetrar en aquella zona, en aquel espacio sagrado. Digo «sagrado» porque aquel espacio era de una calidad completamente distinta; no era un ambiente profano, cotidiano. No era mi universo de todos los días, con mi padre, mi madre, mi hermano, el patio, la casa… No, era algo completamente distinto. Algo paradisiaco. Un lugar prohibido hasta entonces y que seguiría prohibido después,… En mi recuerdo, aquello fue algo verdaderamente excepcional. Más tarde llamé «paradisíaco» a aquel lugar, cuando aprendí lo que significaba esa palabra. No fue una experiencia religiosa, pero comprendí que me encontraba en un espacio completamente distinto y que estaba viviendo algo del todo diferente. La prueba es que ese recuerdo me ha obsesionado.

– Un espacio completamente distinto, verde o verde y oro; un lugar sagrado, prohibido (pero de forma que no hubo transgresión, ¿no es así?); imágenes realmente paradisiacas: el verde, original, el oro, la esfericidad del lugar, aquella luz. Como si en su primera infancia hubiera vivido un momento de paraíso, digamos de Edén, el Paraíso original.

– Sí, así es.

– Pero, a través de ese completamente distinto, oigo resonar notoriamente el ganz andere con que Otto define lo sagrado. Y al mismo tiempo advierto que esa imagen de su infancia es una de las que más tarde, en los mitos, habrían de fascinar y absorber a Mircea Eliade. Cualquiera que haya leído sus libros, al escuchar este recuerdo sin saber que es suyo, no dejaría de recordarle. ¿No será que estas grandes experiencias del dragón y de la estancia cerrada y luminosa han orientado profundamente su vida?

– Quién sabe… Conscientemente, sé qué lecturas, durante mi adolescencia, qué descubrimientos despertaron en mí el interés por las religiones y los mitos. Pero no puedo saber en qué medida esas experiencias de la infancia determinaron mi vida.

– En El jardín de las delicias del Bosco hay seres que viven en el interior de unas frutas…

– Verdaderamente yo no tenía la sensación de hallarme dentro de una fruta enorme. Pero no podía comparar la luz verde, dorada, sino con la que se trasluce a través de un grano de uva. No era la idea de la fruta, de estar dentro de una fruta, sino la de hallarme en un espacio, desde luego paradisiaco. Es la experiencia de una luz.

«COMO DESCUBRÍ LA PIEDRA FILOSOFAL»

– Su primera escuela fue la de la calle Mántuleasa… ¿Qué recuerdos guarda de ella?

– El descubrimiento de la lectura ante todo. Hacia los diez años empecé a leer novelas -novelas policíacas-, cuentos y, en resumen, todo lo que se suele leer a los diez años y un poco más. Alejandro Dumas traducido al rumano, por ejemplo.

– ¿Aún no escribía nada?

– Comencé de verdad a escribir en la primera clase del liceo.

– Sé que por entonces le apasionaba la ciencia.

– Las ciencias naturales, pero no las matemáticas. Me comparaba con Goethe… Goethe, que no podía sufrir las matemáticas. Como él, también sentía pasión por las ciencias naturales. Empecé por la zoología, pero me interesó sobre todo la entomología. Escribí y publiqué artículos sobre los insectos en una revista, la «Revista de ciencias populares».

– ¡Un joven autor de doce años!

– Sí, publiqué mi primer artículo cuando tenía trece años. Una especie de cuento científico que presenté en un concurso abierto a todos los alumnos de liceo rumanos por la «Revista de ciencias populares». Mi pequeño texto se titulaba: Cómo descubrí la piedra filosofal. Obtuve el primer premio.

– Creo que habla de ese texto en su Diario, y dice: «Lo he perdido, ya no lo podré encontrar, pero ¡cómo me gustaría releerlo de nuevo!» ¿No ha podido encontrarlo?

– ¡Sí! En Bucarest, un lector del Diario fue a la biblioteca de la Academia, lo encontró y tuvo la gentileza de copiarlo y enviármelo. Recordaba el tema y el desenlace, pero no del todo la trama y el estilo. Me quedé asombrado al comprobar que la narración era buena. Nada pedante ni «científica». Era verdaderamente un relato… Se trataba de un escolar de catorce años -yo mismo, en realidad- que tiene un laboratorio e intenta la experiencia, pues está obsesionado, como todo el mundo, por el deseo de encontrar algo capaz de cambiar la materia. Tiene un sueño, y en ese sueño recibe una revelación: alguien le muestra el modo de preparar la piedra. Se despierta y allí, en su crisol, encuentra una pepita de oro. Cree en la realidad de la transmutación. Más tarde se dará cuenta de que se trata de un bloque de pirita, de un sulfato.

– ¿Es el sueño lo que lleva a la piedra filosofal?

– Fue un ser que tenía a la vez aspecto de hombre y de animal, un ser transformado, el que me dio en sueños, la receta. Yo me limité a seguir su consejo.

– Para que un niño escriba un cuento como ése, es preciso que se interese no sólo por los insectos, sino además por la química y la alquimia, ¿no es así?

– Me apasionaba la zoología, especialidad «insectos»; también la física en general, pero sobre todo la química, y aún más la química mineral antes que la química orgánica. Es curioso.

– El sueño, la alquimia, el iniciador quimérico: ahí están ya, desde el primer escrito, las figuras y los temas de Eliade. ¿Quiere eso decir que ya desde la infancia sabemos confusamente quién somos y a dónde vamos?

– No lo sé… Para mí, la importancia de ese cuento está en que, ya desde los doce, los trece años, me veía trabajando de manera, científica, con la materia. Y al mismo tiempo me sentía atraído por la imaginación literaria.

– ¿Esa eso a lo que alude cuando habla del lado diurno del espíritu?

– Del régimen diurno del espíritu y del régimen nocturno del espíritu.

– La ciencia del lado diurno, la poesía del lado de la noche.

– Sí. La imaginación literaria que es también la imaginación mítica y que descubre las grandes estructuras de la metafísica.

Nocturno, diurno, los dos… La coincidentia oppositorum. El gran todo. El Yin y el Yang…

– Hay en su personalidad, por un lado, el hombre de ciencia y, por el otro, el escritor. Pero ambos se encuentran en el terreno del mito…

– Exactamente. El interés por las mitologías y por la estructura de los mitos es también el deseo de descifrar el mensaje de esa vida nocturna, de esa creatividad nocturna.

LA BUHARDILLA

– En resumen, que antes de abandonar el liceo ya era escritor.

– En cierto sentido, sí, porque no sólo había publicado un centenar de pequeños artículos en la «Revista de ciencias populares», sino además algunos relatos, impresiones de viaje por los Cárpatos, el relato de un periplo por el Danubio y el Mar Negro y, finalmente, algunos fragmentos de una novela, La novela de un adolescente miope… Novela absolutamente autobiográfica. Al igual que mi personaje, cuando sufría alguna crisis de melancolía -mi herencia moldava…- luchaba contra esa crisis con todo tipo de «técnicas espirituales». Había leído el libro de Payot, L'Education de la volonté, y trataba de ponerlo en práctica En el liceo había empezado lo que yo mismo llamaría más tarde la «lucha contra el sueño». Quería ganar tiempo. En efecto, me interesaba no sólo por las ciencias, sino por otras muchas cosas; había descubierto progresivamente el orientalismo, la alquimia, la historia de las religiones. Leí por casualidad a Frazer y Max Müller, y como había aprendido italiano (para leer a Papini), descubrí a los orientalistas e historiadores de las religiones italianos: Pettazzoni, Buonaiuti, Tucci y otros… Y escribía artículos sobre sus libros o sobre ellos problemas que trataban. Evidentemente, tuve una gran oportunidad para todo ello: en la casa materna de Bucarest vivía yo en una buhardilla, pero aquella buhardilla era completamente independiente. Por ello, a los quince años podía recibir a mis amigos y podía quedarme allí durante toda la tarde o toda la noche bebiendo café y discutiendo. La buhardilla estaba aislada, el ruido no molestaba a nadie. Cuando tomé posesión de aquella buhardilla, tenía dieciséis años. Al principio tuve que compartirla con mi hermano, pero mi hermano entró en el liceo militar y yo me quedé como dueño único de la buhardilla, dos pequeñas habitaciones maravillosas. Podía leer impunemente durante toda la noche… ¿Se da cuenta?

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