– He tenido muchas veces la certidumbre de haberlo alcanzado, y al hacerlo, he aprendido mucho, me he reconocido. Pero luego me he perdido otra vez. Tal es nuestra condición: no somos ni ángeles ni puros héroes. Una vez que se llega al centro, se adquiere una riqueza, se dilata la conciencia y se hace más profunda, todo se vuelve claro, significativo. Pero la vida continúa: otro laberinto, otros encuentros, otros tipos de pruebas, a un nivel distinto… Nuestras Conversaciones, por ejemplo, me han proyectado en una especie de laberinto.
– Habla de esos momentos en que se ha «reconocido». Pienso en lo que dice la tradición de los sufíes o el zen: el hombre invitado a contemplar el rostro que tenía antes de su nacimiento o el ángel que él mismo es secretamente… ¿Qué rostro era el suyo cuando se reconoció? ¿Guardará silencio sobre este punto?
– Sí.
– En su Diario evoca el sentimiento que, de pronto, tuvo un día acerca de la duración de su propia vida, en su continuidad y en su profundidad.
– Es una experiencia que he vivido muchas veces; es muy importante para encontrarse a sí mismo y encontrar el sentido de la propia existencia. En general, cada cual vive su vida por segmentos. Un día, en Chicago, al pasar ante el Instituto oriental, sentí la continuidad de este tiempo que comienza con mi adolescencia
y que prosigue con la India, Londres y todo lo demás. Es una experiencia reconfortante, pues se siente que no se ha perdido el tiempo, que no se ha malgastado la vida. Todo está ahí, incluso los períodos que no parecían tener importancia, como el servicio militar, por ejemplo, incluso los que se han olvidado. Todo está ahí y se ve entonces que nos ha guiado un fin, una orientado.
– ¿Nada, entonces, ha salido mal?
– Veo un número considerable de errores, de insuficiencias, de fracasos quizá. Pero el mal, verdaderamente no. También es posible que yo mismo me impida verlo.
– ¿Cómo mira hoy su propia obra?
– Me satisface estar todavía inmerso en el trabajo. Aún me faltan muchas cosas por terminar. Pero si se trata de juzgar lo que he escrito, habrá que considerar mis libros en su totalidad. Si hay en ellos algún valor, alguna significación, se manifestarán en la totalidad. Vea, por ejemplo: Balzac no es Le Pere Gariot ni Le Cousin Pons, por admirables que sean estas obras, sino La Co médie humaine. También es la obra entera de Goethe, no sólo Fausto, la que nos revela la significación de Goethe. Del mismo modo, si es que he de atreverme a una comparación con estos gigantes, será el conjunto de mis escritos el que revelará la significación de mi obra. Envidio a los escritores que se realizan en un solo gran poema o en una gran novela. Envidio no sólo el genio de un Rimbaud o de un Mallarmé, sino también, por ejemplo, a Flaubert, que está todo entero en L'Education sentimentale. Por mi parte, desgraciadamente, no he escrito ningún libro que me represente enteramente. Algunos de mis libros están sin duda mejor escritos, son más densos, más claros que los demás; algunos otros adolecen sin duda de repeticiones y puede que constituyan fracasos a medias… Pero, lo diré una vez más, no podrá captarse el sentido de mi vida y de cuanto he hecho sino a través del conjunto. Pero eso será muy difícil; en efecto, una parte de mi obra está escrita en rumano y por ello resultará inaccesible al Occidente; la otra, escrita en francés, permanece inaccesible a los rumanos.
– ¿Cree que estas Conversaciones servirán de ayuda a esa visión de la totalidad?
– En el curso de estas Conversaciones he tropezado con obstáculos no sólo de lenguaje, sino también de orden interior. He revivido, de improviso, ciertos momentos importantes de mi vida,
de mi juventud. Sus preguntas me han obligado a veces a repensar ciertos problemas. En cierto modo me ha obligado a recordar una gran parte de mi vida. ¿Demasiado grande? Ahí está el riesgo. No es posible profundizar en todo lo que se dice. En todo caso, tengo curiosidad por leer el texto. Me reconozco por anticipado en todo cuanto he dicho, dejando aparte las cuestiones de forma, pero a condición de insistir en este punto: no tengo el sentimiento de haberle respondido de manera perfectamente clara y definitiva. Hay que valorar con justicia estas charlas tal como son: circunstanciales, provisionales. Todo queda abierto. Habría que rehacerlo todo. Las respuestas dadas son justas, pero parciales. Aún podría subrayar algunas cosas, añadir otras. Es algo que va en la naturaleza misma de estos diálogos. Ionesco, según creo, tenía este mismo sentimiento al final de unas Conversaciones análogas. Sí, todo queda abierto. Y, como ocurre con toda experiencia inesperada, me encuentro ante una perspectiva más ancha de la que me era familiar. Ahora me veo pensando cosas muy interesantes que no me imaginaba hace unas pocas semanas. Al iniciar estas Conversaciones, sabía que tenía que decir ciertas cosas, pero no son precisamente las que ahora me vienen a la imaginación. Esta apertura hacia el porvenir es la imagen que ahora me posee.
– Ha necesitado mucha energía para llevar a término la obra que ha realizado. ¿De dónde le viene esa energía? ¿Sabe qué le ha impulsado en el fondo a levantar todo este edificio?
– No sé qué responder… Digamos que el destino.
– En todo momento he evitado hacerle preguntas acerca de lo divino, sospechando por anticipado su reserva…
– Hay cuestiones, en efecto, de tal importancia para mi existencia misma y para el lector al que quizá preocupan que no acertaría a abordarlas convenientemente en una conversación. La cuestión de lo divino, que es capital, no quisiera tratarla a la ligera. Espero, sin embargo, abordarla un día de manera absolutamente personal y coherente, por escrito.
– ¿No se explicará su silencio también por un deseo de no hacer el papel de maestro espiritual?
– Es cierto que no me veo en el papel de maestro del pensamiento o guru. No me siento como un guía, sino como un compañero -un compañero un poco más adelantado-, un compañero de los demás. Y de ahí también que me resista a tocar ciertos problemas esenciales de manera improvisada. Sé muy bien lo que creo, pero no se puede decir en unas pocas frases.
– Muchas veces ha hablado de la realidad. -Sí.
– ¿Qué es lo que considera real? ¿Qué es la realidad?
– ¿Acaso es algo que se pueda definir así como así? No puedo definirlo. Me parece que se trata de algo evidente, y si no es evidente, haría falta sin duda una larga demostración.
– ¿No podría ayudarnos en este punto san Agustín? «Si se me pregunta qué es el ser, no lo sé; si no se me pregunta…».
– «Lo sé». Sí, verdaderamente, ésta es la mejor respuesta.