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– Eso quiere decir que no es uno de esos profesores que queman los libros o que afectan hacerlo.

– ¡No, desde luego!

– Sin embargo, junto al universitario, al escritor, está siempre despierto en su persona el ermitaño de Rishikesh, el contemplativo… Me remito a la cita que he recogido al comienzo de esta conversación sobre la India: «La segundad de que pase lo que pase, siempre habrá en el Himalaya una gruta que me espera». ¿Es que recuerda constantemente esa gruta?

– ¡Sí, siempre! Esa es mi gran esperanza.

– ¿Y qué haría allí? ¿Soñar, leer, escribir, qué otra cosa?

– Si la gruta existe todavía., y de seguro que existe; si no en Rishikesh, será en Lakshmanjula o en Bhadrinath, y puedo recuperarla… Una gruta del Himalaya es la libertad y la soledad. Creo que con eso basta: ser libre pero no estar aislado; se aísla uno tan sólo del mundo que acaba de abandonar, si es que se le abandona… Tuve sobre todo el sentimiento de la libertad, y creo que volveré a tenerlo.

– Esta conversación sobre la India se acaba y justamente con la palabra libertad, que acaba de pronunciar. Esto me hace recordar una nota de su Diario, la del 26 de enero de 1961, que me llamó la atención: «Creo que mi interés por la filosofía y la ascesis hindúes se explica así: la India ha estado obsesionada por la libertad, la autonomía absoluta. Pero no de una manera ingenua, caprichosa, sino teniendo en cuenta los innumerables condicionamientos del hombre, estudiándolos objetivamente, experimentalmente (Yoga) y esforzándose por hallar el instrumento que permitiera abolirlos o trascenderlos. Aún más que el cristianismo, el espiritualismo hindú t iene el mérito de introducir la libertad en el cosmos. El modo de ser de un ji vanmukta no está dado en el cosmos; por el contrario, en un mundo dominado por las leyes, la libertad absoluta es inimaginable. La India tiene el mérito de haber añadido una nueva dimensión al universo: la de la existencia libre».

– Sí, hoy volvería a decir eso mismo.

INTERMEDIO

– Sí, he tendido sueños que juzgo muy importantes para mí. Sueños «iniciáticos» en el sentido de que sólo más tarde comprendí su significación, pero entonces aprendí mucho y adquirí una cierta confianza. He sentido que no soy guiado, sino que recibo una ayuda, que estoy ayudado por mi propio yo.

– ¿Ha tenido la costumbre de anotar regularmente sus sueños?

– Sí, durante un verano que pasé en Ascona. Ya sabe que los famosos encuentros de Ascona, conocidos por el nombre de «Eranos», fueron organizados por Olga Froebe-Kapteyn, apasionada de la psicología de Jung. Ella misma me propuso esta experiencia. Tomé esas notas durante un mes, día por día, cada mañana. Pude darme cuenta de que aquellos sueños tenían verdaderamente una continuidad. Creo haber guardado el cuaderno en que anotaba también la fecha de cada sueño. Algunas veces conté esos sueños a los psicólogos y he anotado también sus interpretaciones.

– ¿Cree acaso que todo el que pretenda conocerse y perfeccionarse debe anotar sus sueños?

– No quiero juzgar. Pero creo que siempre resulta útil anotar, un sueño. Recuerdo que después de releer por casualidad un cuaderno de mi Diario en que había anotado un sueño diez años atrás, entendí que este sueño anunciaba algo con toda precisión, y que aquello se cumplió. Creo, por tanto, que es cosa buena anotar los sueños, no sólo para verificar ciertas cosas, sino también y sin duda para conocerse mejor.

– En su caso, quizá no se trate de «premoniciones», sino de un conocimiento profundo.

– Creo que en esos sueños, que recuerdo muy bien con frecuencia, tenemos la autorrevelación del propio destino. Es el destino que se revela, en, el sentido de una existencia que se dirige hacia un fin preciso, una empresa, una obra que es necesario realizar… Se trata del destino profundo de cada cual, y también de los obstáculos con que cada cual tropezará. Se trata de decisiones graves, irreversibles, que es preciso tomar…

– En dos de los sueños recogidos entre los fragmentos publicados de su Diario, el tema es la memoria. En uno había escondido y olvidado unos objetos preciosos, sintió la amenaza de perder la memoria y se arrodillaba ante su mujer, la única capaz de salvarle… Citaré las palabras en que relata el otro: «Dos ancianos que mueren cada cual por su lado solos. Con ellos desaparecía para siempre y sin dejar rastro, sin testigos, una historia admirable (que yo conocía). Terrible tristeza. Desesperación. Me retiré a una habitación contigua y recé. Me decía: si Dios no existe, todo ha terminado, todo es absurdo».

– He consignado también otros sueños, o al menos algunos episodios. Por ejemplo, aquél en que veía caer las estrellas y convertirse en panecillos. Yo los distribuía, diciendo: «¡Comed! Aún están calientes…». Es evidente que si recogí estos dos sueños en la selección de los Fragmentos fue porque me parecieron importantes. La pérdida de la memoria es algo que efectivamente me obsesiona. Yo poseía una memoria extraordinaria y ahora me doy cuenta de que ya no es lo mismo. También me ha obsesionado siempre la pérdida de la memoria como desaparición de un pasado, de una historia que sólo yo conocía.

El sueño de los dos ancianos… Si Dios no existe, todo es ceniza. Si no hay un absoluto que dé significación y valor a nuestra existencia, en este caso la existencia tampoco tiene sentido. No sé qué les ocurrirá a los filósofos que piensan de este modo; para mí, ello significaría no sólo la desesperación, sino aún más una especie de traición. Porque eso no es cierto, sé muy bien que no lo es. Si llegara a pensar que eso es cierto, la crisis sería tan profunda que, aparte de la desesperación personal, el mundo quedaría «roto», como decía Gabriel Marcel.

En esos sueños quizá se manifieste mi temor, mi terror ante la posibilidad de que llegue a desaparecer una herencia. Lo que ocurre a los dos ancianos puede ocurrirle también a Europa, con su herencia espiritual multimilenaria, puesto que las raíces de Europa se hunden en el Próximo Oriente antiguo. Esta herencia puede desaparecer. Y sería una pérdida no sólo para eso que llamamos Europa, sino también para todo el mundo. Por eso me aterrorizaba la desesperación de aquellos dos ancianos que morían aislados y sin transmitir nada. Es muy posible que nuestra herencia en vez de ser recibida y enriquecida por otras culturas, sea despreciada, ignorada e incluso destruida. Es notorio que las bombas atómicas pueden destruir las bibliotecas, los museos y hasta las ciudades… Pero una cierta ideología o algunas ideologías pueden suprimirla igualmente. Este sería tal vez el gran crimen contra el espíritu, pues sigo pensando que la cultura, incluso la cultura llamada profana, es una creación del espíritu.

– Al evocar la herencia europea perdida, despreciada en una palabra, nos lleva a mirar nuestra cultura como una más de las que Europa ha saqueado, roto, cuya memoria ha tratado de conservar en su obra. En su Diario ha escrito páginas estremecedoras sobre este tema: ve nuestros países ocupados por unos pueblos que nada saben de lo que fueron nuestras culturas, nuestros libros.

– Sí, sería una tragedia, espiritual y cultural. Hemos saqueado otras culturas. Felizmente, hay otros occidentales que han descifrado las lenguas, conservado los mitos, guardado algunas obras maestras de arte. Siempre ha habido un puñado de orientalistas, de filósofos, de poetas que han salvado el sentido de ciertas tradiciones espirituales exóticas, extraeuropeas. Pero aun puedo imaginar una posibilidad terrible: la indiferencia; el desprecio absoluto hacia esa clase de valores. Puedo imaginarme una sociedad en que nadie se interesaría por una Europa destruida, olvidada, despreciada. Es una pesadilla, pero también una posibilidad.

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