PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN «ESQUEMA BIOGRÁFICO»
Nací en Valladolid el 3 de junio de 1898. Recuerdo los primeros nueve años de mi vida que pasé allí, día por día. Me es difícil, sin embargo, consignar un esquema que pueda dar idea de su tónica. Mi vida espiritual llegó a ser en aquella época tan intensa, que en años posteriores me ha sido difícil superarla. Por una condición paradójica de mi temperamento he merecido entre mis íntimos el título de «trabajador sin materias», porque siempre ha sido mi fuente de actividad lo falto, lo ausente, lo distante. En esa primera infancia, mi vida fue enteramente sedentaria y enteramente ocupada por una obsesión de heroísmo; mis juegos predilectos eran la guerra y la caza. Solitaria, sin un amigo de mi edad, recluida en el mundo más pequeño resto de mi porvenir, por mi parte, podía resolverse o quedarse sin resolver. Esto lo decidí a los once años, a los ocho ya había frecuentado una academia de dibujo, nada más llegar a Madrid, me informé de las que estaban a mi alcance, y al curso siguiente reanudé mi aprendizaje. A los diecisiete años ingresé en la Escuela de San Fernando. Frecuenté el Casón, el Museo y, por último, el Ateneo. Mi posición espiritual estaba sólidamente asegurada. Había conseguido amigos, maestros y, sobre todo, colaboración vitalicia para mis aventuras íntimas. No aludo, ni de pasada, a mi historia afectiva, porque no sabría hacerlo esquemáticamente; algún día constituirá un libro de ochocientas páginas. Dejé la escultura, que para mí no había sido más que un vehículo, aunque me aseguraban que haría algo en ella. Pero entonces empecé a escribir, y puede decirse que a leer. Hasta tanto, mi trabajo intelectual no había te-nido verdadera orientación. A los veintitrés años salí de España y caí en la Academia de España en Roma, en calidad de pensionada consorte. En los cinco años siguientes, algunos viajes por Europa, una estancia larga en los Alpes de la frontera austriaca y otra en Venecia. Frecuentes vueltas a Roma. Allí logré otro gran periodo de cultivo espiritual, sin relación ninguna con la vida de Italia. Simplemente, por estar mi vida íntima en el mejor de los mundos, tener un gran estudio silencioso, un jardín de verde perenne y una urraca amaestrada, única amistad que dejé allí.
Este libro es el trabajo de mis dos últimos años de Roma y fue mi pasaporte de regreso al intentar recuperar aquí un puesto. Me valió, como casi todas mis cosas, más de lo que esperaba; seguramente más de lo que vale. Aunque no coincide con casi ningún hecho de mi vida, le considero autobiográfico, y aunque él empieza a vivir ahora, es el reflejo de una realidad mía ya lejana. Pero en mí la impaciencia y la paciencia viven haciéndose mutuas concesiones impuestas por la lentitud de mi acción, que no encuentro medio de vencer. Estos tres últimos años todavía están muy cerca y no me doy cuenta de lo que ha pasado en ellos. Ni de si ha pasado algo o no ha pasado nada.
ROSA CHACEL, 1930.