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SEXTA PARTE

Uno

Rodrigo gritó:

– ¡Ésa es mi misma regresión! ¡Esa mujer era yo!

Azucena lo escuchó y se sobresaltó. Regresó bruscamente del lugar donde andaba. El silencio, no sólo de Cuquita, sino de todos los demás, la había dejado a merced de la música y había tenido una regresión. No había ido muy lejos. Sólo al momento de su nacimiento en la vida presente. Se encontró con que el parto había sido dificilísimo. Traía enredadas al cuello tres vueltas de cordón umbilical. ¡Tres vueltas! Había nacido prácticamente muerta. Los médicos la habían revivido, pero por poco logra suicidarse. El motivo que tenía para querer hacerlo era que sabía que su madre iba a ser nada más y nada menos que Isabel González. Ahora sí que, ¡puta madre! ¡Ella era la hija que Isabel había mandado matar de niña! Y lo que era peor, Ex Azucena, el guarura que tan gordo le caía porque la había asesinado y se había quedado con su cuerpo, era la persona que le había salvado la vida siendo ella una niña. Claro que si por un lado le debía la vida, por el otro le debía la muerte: estaban a mano.

Los gritos de Rodrigo la sacudieron de nuevo.

– ¡Azucena! ¿Me oíste? ¡Esa vida de Isabel es la misma vida que yo había visto!

Azucena estaba tan aturdida por lo que acababa de descubrir que le tomó un rato entender lo que Rodrigo, auxiliado por la metiche de Cuquita, le estaba tratando de decir: que Isabel era una asesina de lo peor, que había sido empaladora, que había matado al cuñado de Rodrigo en otra vida, que ahora sí que todo se iba a aclarar, que había quedado como lazo de cochino frente a todos los habitantes del planeta, que se lo merecía por cerda, que de seguro la iban a matar por haber engañado a todos con la microcomputadora que traía en la cabeza, que pronto todos ellos iban a estar libres de sospecha, etcétera, etcétera, etcétera.

El sueño de opio terminó cuando Teo silenció a todos y les pidió que pusieran atención a lo que estaba pasando. La imagen del televisor estaba en negro. La explicación que dieron a los espectadores fue que se les había caído el sistema de transmisión. Abel Zabludowsky estaba leyendo un reporte especial enviado por la Procuraduría General del Planeta en el que se detallaba la información. Pero a fin de cuentas lo que se pretendía era convencer a la población de que las imágenes que acababan de apreciar no existían, que habían sido producto de un sabotaje a la estación de televirtual con el único objetivo de desacreditar a Isabel.

– ¡No es posible! -aullaron todos-. Si lo vimos bien claro.

Azucena se desesperó. Tenían que demostrar que Isabel mentía. Era la única manera de derrotarla. El compadre Julito rápidamente abrió las apuestas para ver si lo iban a lograr o no. Los pesimistas se inclinaban por el fracaso, pero Azucena no. No podía resignarse. Estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de triunfar, así fuera por medio de una lucha armada. Pero no era tan sencillo. En la Tierra nadie tenía armamento. El compadre Julito y ella habían diseñado un plan para organizar una guerrilla de a deveras, pero necesitaban dinero, contactos y una nave espacial para transportar las armas, y no tenían ni lo uno ni lo otro. Lo más fácil por el momento era presentar pruebas de que las imágenes que el mundo entero había visto eran ciertas. Tenían que reunirlas, pero ¿dónde? ¡Cómo le hacía falta la Ouija cibernética! La habían tenido que dejar dentro de la nave del compadre Julito, y la nave del compadre Julito estaba en un planeta alejadísimo de la Tierra. ¡Ya ni llorar era bueno! No habían tenido otra alternativa. Lo peor era que al huir habían salido tan deprisa que habían dejado dentro de su departamento las fotos de la regresión de Rodrigo, el compact disc, el discman para escucharlo y la violeta africana con todo y las fotos relativas al asesinato del doctor Diez. ¡Ni pensar en poder recuperarlas!

Azucena no sabía por dónde empezar. Buscó a Teo y lo abrazó. Le urgía que la inundara de paz. Estaba tan agotada de pensar que dejó la mente en blanco y, al hacerlo, el diamante que tenía en su frente proyectó al interior la Luz Divina. Azucena tuvo un momento de increíble lucidez. Recordó que durante la regresión que le había practicado a Rodrigo en el interior de la nave espacial, él había mencionado que Citlali, la india a la que había violado en 1527, lo había violado a él en la vida de 1890. Citlali, por lo tanto, era el cuñado que había abusado de Rodrigo siendo éste el hermano de Isabel. Si pudieran hacerle una regresión se vería cómo la había asesinado Isabel. ¡Qué coraje que no tenía la música adecuada a la mano! Se trató de consolar pensando que aunque pudiera hacerle la regresión y obtener nuevas fotografías no le iban a servir de mucho, pues ninguno de ellos se podía presentar ante la policía mientras fueran buscados como presuntos criminales. Tenían que reunir nuevas pruebas en algún lugar. De pronto, Citlali se acordó que ella aún tenía en su poder la cuchara que a Azucena tanto le interesaba. Azucena se puso muy feliz, pero en cuanto recordó que ya no contaban con la Ouija cibernética se deprimió. Habría sido buenísimo obtener un análisis de la cuchara. Azucena recordaba perfectamente que en una de las fotos de la regresión de Rodrigo aparecía reflejado en la cuchara el rostro del violador y de la persona que se había acercado a asesinarlo por la espalda, o sea, el rostro de Isabel en su etapa de hombre. ¡Esa sí que sería una buena prueba en contra de la candidata! ¡Qué coraje que no había manera de obtener la imagen!

Cuquita dijo que por qué no intentaban hacerle una regresión a la cuchara. Todos se burlaron de ella, pero Azucena le encontró mucho sentido a su sugerencia. Todos los objetos vibran y son susceptibles a la música, con la enorme ventaja que no tienen los bloqueos emocionales que tienen los humanos. La única desventaja era que no contaban con música para hacerla vibrar ni cámara fotomental para registrar sus recuerdos. Cuquita se ofreció a cantar a cápela un danzón buenísimo. Teo sacó del clóset una cámara fotomental medio cacheteada que tenía escondida, y todos juntos hicieron votos porque funcionara el experimento. Rodrigo sostuvo todo el tiempo la cuchara en la mano para activar los recuerdos de la vida que les interesaba.

Y Cuquita, con gran desparpajo, cantó a voz en cuello el danzón A su Merced.

Para todo el que disfruta
de la verdura y la fruta
va este danzón dedicado
a su Merced el mercado.
Platicaban las naranjas
que las limas son bien frescas,
que la vulgar mandarina
se siente tan tangerina;
y aconsejadas las tunas
por la pérfida manzana
se agarraron de botana
a las pobres aceitunas.
Todo pasa. Todo pasa.
Hasta la… hasta la…
Hasta la ciruela pasa.
Señoras no sean frutas
que todas somos sabrosas,
aquellos se sienten reyes
pero son puros mameyes.
«Uy, qué finas mis vecinas»
se burló el prieto zapote,
luego, criticó el membrillo,
que es como un gringo amarillo.
«No sea usted chabacano
– contestóle la granada-
es usted zapote prieto
y nadie le dijo nada.»
Todo pasa. Todo pasa.
Hasta la… basta la…
Hasta la ciruela pasa.

LILIANA FELIPE

Cuquita se llevó un atronador aplauso que le cachondeó tremendamente el ego. Su voz, de un poder removedor más fuerte que el del amoniaco, le logró sacar a la cuchara hasta el último recuerdo de la escena de la violación. Todos estaban felices. Las imágenes eran muy claras. Sin embargo, el reflejo era muy pequeño. Teo tuvo que ir a su computadora para hacer una ampliación. De esa manera obtuvo una nítida reproducción de la cara de Isabel (hombre) en el momento en que asesinaba a su hermano, o sea, a Citlali (hombre). De ninguna manera se podía decir que ya habían resuelto su problema. Ésa era una prueba que servía para comprobarles a ellos que estaban en lo cierto en sus suposiciones, pero un buen abogado la desacreditaría en un segundo como prueba de la criminalidad de Isabel. La defensa podría alegar que la imagen de la cuchara había sido prefabricada. Era una lástima, porque la fotografía era muy buena.

Azucena se sentía desesperada de no poder analizar personalmente la foto. Su único recurso para recrearla en su mente era la narración que Rodrigo le proporcionaba. Conforme se la imaginaba Azucena sentía que estaba a punto de encontrar un dato perdido. De pronto gritó: lo había encontrado. Según lo que escuchaba, en el reflejo de la cuchara aparecía en primer plano el rostro de Citlali (hombre), en segundo plano el de Isabel (hombre) y en tercero la parte superior de un vitral. Su pulso se aceleró en segundos. La descripción del vitral correspondía exactamente con la del emplomado que ella había visto caérsele encima en su vida de 1985. Ante sus ojos se reprodujo el terremoto con la misma intensidad de antaño. En milésimas de segundo vio nuevamente a Rodrigo tomándola entre sus brazos, vio que se les caía el techo encima, sufrió nuevamente la confusión, el dolor, el silencio, el polvo, la sangre, la tierra, los zapatos caminando hacia donde ella estaba, las manos levantando una piedra que finalmente se estrellaría contra su cabeza… Y un segundo antes de la colisión vio el odio reflejado en el rostro de Isabel. Recordó que en ese preciso momento había girado su cabeza tratando de evitar ser alcanzada por la piedra, y su mente dejó de trabajar de golpe. Congeló sus remembranzas en una sola imagen. Sus ojos antes de morir habían alcanzado a ver enterrada bajo las ruinas de su casa la Pirámide del Amor. Estaba segura. Tenía grabada en la mente la escena de cuando Rodrigo había violado a Citlah. Sus masturbaciones mentales la habían hecho regresar a ella infinidad de veces, y recordaba que Rodrigo había mencionado que la violación de Citlali había sido sobre la Pirámide del Amor. Esa pirámide era la misma que ella había visto bajo su casa antes de morir. Ahora lo único que tenía que hacer era investigar dónde estaba ubicada esa casa para dar con el paradero de la pirámide. Ya que no podía avanzar en la recuperación de su alma gemela, al menos podría cumplir con su misión en la vida.


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