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TERCERA PARTE

Uno

Las sacudidas que Cuquita le dio interrumpieron bruscamente las visiones de Azucena. Su corazón latía aceleradamente y su respiración era agitada. Cuquita, al verle la cara, se apenó mucho de haberla despertado. Nunca quiso ser inoportuna. Lo hizo porque creyó que era su obligación informarle que estaban a punto de aterrizar en Korma. ¡Qué pena sentía! Azucena tenía la cara roja y sudaba a mares. Cuquita pensó que de seguro era porque estaba teniendo un sueño de tipo pasional y cachondo con Rodrigo cuando ella había llegado a despertarla. Inmediatamente pidió una disculpa, pero Azucena ni la veía ni la escuchaba. Estaba completamente ensimismada. ¡Isabel y ella se habían conocido en esa vida pasada! ¿Cómo era posible? Habían transcurrido tantos años e Isabel seguía conservando su aspecto físico actual. Cada día la cosa se complicaba más. ¿No que Isabel en esa vida había sido la Madre Teresa? ¿Cómo era posible que esa «santa» hubiera sido capaz de matarla a ella siendo una bebé? Pues porque no era una santa. Era una hija de la chingada, que había engañado a todo el mundo haciendo creer que había sido la Madre Teresa cuando lo cierto era que la Isabel del 2200 era la misma que la de 1985. Azucena hizo cuentas rápidamente. Si esa mujer era la misma que ella había visto durante el terremoto en el que habían muerto sus padres en la ciudad de México el año 1985, ¡en lugar de ciento cincuenta años tenía doscientos cincuenta años! ¿Quién le había fabricado la vida de Madre Teresa? ¡De seguro el doctor Diez! Lo más probable era que le hubiera creado una vida falsa y se la hubiera puesto dentro de una microcomputadora igual a la que le había instalado a ella. ¡Las cosas empezaban a cuadrar! Seguramente en cuanto el doctor hubo terminado su trabajo, Isabel lo había eliminado para que no la denunciara. Tal vez por eso mismo también la había mandado matar a ella. Aparte de ser la coartada de Rodrigo, era testigo de que Isabel había vivido en 1985. ¡Un momento! No sólo eso. Azucena era testigo también del crimen que Isabel había cometido contra su persona, y un candidato a la Presidencia del Planeta de ninguna manera puede tener en su pasado un crimen. Al menos en sus diez últimas vidas anteriores a la candidatura. Isabel quedaría automáticamente fuera de la silla presidencial si alguien se enteraba que en 1985 había cometido im asesinato. Pero algo no encajaba; si Isabel la había matado siendo ella una bebé, obviamente Isabel también conocía a Rodrigo, pues Rodrigo había sido padre de Azucena en esa vida. Si Isabel conocía a Rodrigo, ¿por qué no lo había mandado eliminar? Tal vez porque cuando Isabel cometió el asesinato Rodrigo ya estaba muerto y no la vio. Quién sabe. Y también quién sabe que tanto peligrara la vida de Rodrigo ahora que Isabel se encontraba en Korma. Lo único seguro era que Isabel era extremadamente peligrosa y tenía que mantenerse alejada de ella.

Le dio un sorbo al atole caliente que Cuquita le estaba ofreciendo y se sintió muy reconfortada. Azucena era una niña huérfana que nunca había tenido quien la consintiera. Era la primera vez que alguien le preparaba algo con el único propósito de hacerla sentir mejor. Le conmovió mucho que Cuquita se hubiera tomado tal molestia, y desde ese momento empezó a quererla.

* * *

Igualito al tronido que hace una jarra de cristal caliente al recibir un líquido helado, sonó el corazón de Azucena cuando vio a Rodrigo. Su alma no estaba templada para recibir una mirada tan fría. Los puñales de hielo que la observaron como a una extraña le congelaron la ilusión del encuentro.

No había sido fácil dar con la cueva en donde él se encontraba, porque Rodrigo procuraba mantenerse alejado de la tribu. Su constante necesidad de poner cosas en orden lo hacía esperar a que los primitivos hicieran sus cochineros y se fueran a cazar para entrar él en acción. En ese momento estaba recogiendo todos los papeles donde venían envueltas las tortas de tamal y los estaba doblando cuidadosamente uno sobre otro. La cueva, a partir de que él había llegado, tenía un aspecto muy diferente. Ya no había cacas por todos lados ni restos de comida por los rincones y la leña para el fuego estaba perfectamente ordenada. Al ver a Azucena suspendió su labor. Le llamó mucho la atención esa mujer rubia que estaba parada frente a él con los brazos abiertos y una gran sonrisa. No sabía quién era ni de dónde había salido. Pero, por supuesto, no de una cueva de Korma. Era obvio que ella, al igual que él, no pertenecía a ese lugar.

La pasividad de Rodrigo desconcertó a Azucena. Lo único a lo que podía atribuirla era a que, con su nuevo cuerpo, él no la hubiera reconocido. Azucena se tranquilizó y procedió a explicarle rápidamente que ella era Azucena. Rodrigo la miró con extrañeza y repitió: «¿Azucena?» Ahí sí que Azucena ya no supo qué pasaba. Ella había soñado con un encuentro de película donde Rodrigo la descubriera a lontananza y corriera a su lado en cámara lenta. Ella vistiendo un vestido de gasa blanca que se ondeaba al viento. El, vestido como galán del siglo XX, con pantalones amplios de lino y una camisa de seda abierta, que mostrara su ancho y musculoso tórax. El fondo musical no podía ser otro que el de Lo que el viento se llevó. Al llegar uno junto al otro se darían un abrazo como el de Romeo y Julieta, como el de Tristán e Isolda, como el de Paolo y Francesca. Y entonces, la música de sus cuerpos se integraría a la de las Esferas haciendo de su encuentro un momento inolvidable que pasaría a formar parte de la historia de los amantes famosos. Y en lugar de eso, estaba parada frente a un hombre que no daba el menor signo de vida, que no tenía la menor intención de tocarla, que no se animaba a pronunciar una palabra, que no le permitía la entrada al fondo de sus ojos, que la estaba matando con su indiferencia, que la hacía sentir un anacronismo viviente. Se sentía más ridicula que las lentejuelas de la falda de china poblana con la que se había tenido que disfrazar para viajar en la nave del Palenque, más forzada que consigna de acarreada, más fuera de lugar que una cucaracha en un pastel de bodas. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Para este encuentro tan pinche se había quedado tantas noches sin dormir? Ahora ¿cómo controlaba los besos que se querían escapar por la boca? ¿A quién le daba el abrazo tan esperado? ¿Qué hacía con los susurros que se le anudaban en la garganta? Azucena dio media vuelta y salió corriendo. En la entrada de la cueva se topó con Cuquita, el marido de Cuquita y el «coyote» cuerpovejero. Les dio un empellón y se echó a correr. Cuquita dejó a los hombres en la cueva y salió en busca de Azucena. La encontró llorando junto al tronco de un árbol calcinado.

– ¿Qué le pasa? ¿Se siente mal? Yo también, oiga. Ya gomité. Es que el compadre de veras que no se mide con las vueltas y vueltas que le da a la nave… Pero ¿qué tiene? ¿Está llorando?

Azucena lloraba amargamente. Cuquita la abrazó. Sus brazos eran anchos y acolchonados. Sus pechos redondos, voluminosos y esponjaditos, esponjaditos. Azucena se sumió en ellos y sintió por primera vez lo que era ser acurrucada por unos brazos maternales. Sin darse cuenta siquiera, volvió a sus primeros años y con voz infantil se lamentó con Cuquita. Cuquita la apapachó y aconsejó como lo haría una buena madre.

– ¿Se pelió con su novio? -Azucena negó con la cabeza-. Enton's, ¿por qué llora?

– ¡Ay, Cuquita…! -Azucena lloró con más intensidad y Cuquita le secó las lágrimas.

– ¡Si todos son iguales, pero ya les caerá encima toda la sal de nuestras lágrimas! ¡Malditos, infelices! Tenía otra vieja, ¿verdat?

– ¡No, Cuquita! Lo que pasa es que Rodrigo ya no se acuerda de mí.

– ¿Cómo que no se acuerda?

– No, no sabe quién soy, no me reconoció.

– ¡Pero cómo! ¿No le habrán dado burundanga?

– ¡Qué burundanga ni qué la chingada! Lo que pasa es que Dios no me quiere, me odia, me engaña, me hizo creer en el amor nada más para que me llevara la chingada, pero el amor no existe.

– No, no diga eso. Diosito se va a enojar si la oye.

– Pues que se enoje, a ver si así me deja en paz. Ya estoy harta de él y de toda su corte de Angeles de la Guarda que para lo único que sirven es para poner puras fregaderas en mi camino.

– ¿Y no ha pensado que tal vez todo lo que le está pasando le tenía que pasar?

– ¡Cómo cree, Cuquita! Si yo no le he hecho nada a nadie.

– En esta vida, pero ¿qué tal en las otras? ¡Uno nunca sabe!

– ¡Yo sí sé! Y le juro que ya pagué todo lo que hice en las otras. ¡Esto es una injusticia!

– No creo, en esta vida no hay nada injusto.

– ¡Sí lo hay!

– En lugar de peliarnos, ¿por qué no le pregunta a su Ángel de la Guarda qué opina?

– No quiero saber nada de él, estoy así porque no me ayudó y dejó que me hicieran puras chingaderas. Me abandonó cuando más lo necesitaba. Nunca le voy a volver a hablar, es más ¡que ni se me aparezca porque lo agarro a palos!

– Mmm, pues así va a estar bien canijo que salga de este lío.

– No, no está canijo porque yo no soy ninguna pendeja.

– No, si yo no digo eso, es más, me es completamente inverosímil lo que usté haga de su vida pero yo sé que todo en esta vida pasa por algo… o ¿a poco cree que mi abuelita tiene la asiática nada más porque sí?

– ¿Qué? ¿Cuál asiática?

– ¡La asiática que le da en la cadera! Ése es un karma que se ganó cuando fue general de Pinochet, y yo que usté ya estaría yendo p'atrás para saber por qué le están pasando estas horrendidades.

– ¡Pues yo no puedo! Mientras esté deprimida no puedo hacer regresiones a vidas pasadas…

– Pues desdeprímase, porque si no…

Cuquita sentía tales deseos de ayudar a Azucena que se convirtió en el médium ideal para que Anacreonte pudiera enviar un mensaje a su protegida. Sin decir agua va, de su boca empezaron a salir palabras que no le pertenecían.

– Porque si no… porque… «lo que usté aún no se ha dado cuenta es que está en un momento privilegiado. En medio de un gran sufrimiento, sí es cierto, pero es en estos momentos cuando uno puede aceptar que se siente mal, que está mal. En el momento en que usté lo acepte, se va a abrir una puerta muy real, muy palpable, a la posibilidad de poder coordinarse consigo misma. En ese estado de apertura usté va a darse cuenta que se puede ser feliz en la Tierra. Es lógico que en este momento no lo sienta así, usté ha sufrido mucho, pero pronto va a empezar a ver claro. Va a empezar a sentir que todo lo que ha sucedido forma parte de un mundo equilibrado. Desde la rosa que le regalaron hasta el palo que le dieron en la cabeza. Todo tiene una razón de existir. Entonces, ¿qué tan necesario es contestar el palo? El mundo se ha convertido en una cadena interminable de "él me hizo, entonces yo le hago". Esa cadena se va a romper cuando alguien se detenga, y en lugar de responder con odio lo haga con amor. Ese día comprenderá que se puede amar al enemigo. ¡Ya bastantes profetas se han encargado de decirlo! Y ese día se va a reír de todo lo que le pase. Va a aceptarlo como parte del todo y va a permitir que su pensamiento viaje hacia donde quiera ir. Hacia lo desconocido. Hacia el origen. No al origen de la Tierra, no, que ya es bastante difícil: al origen, donde nadie ha llegado. Porque fíjese que el hombre, a pesar de que habla tanto y ha escrito tanto y filosofea tanto, no ha encontrado la fuerza suficiente como para ir al origen del origen. Cuando yo la conocí supe que usté sí tenía esa fuerza. Usté está buscando obtener la paz y el equilibrio interior recuperando a su pareja original. Está luchando por encontrarse a sí misma en Rodrigo. ¡Está bien! Pero déjeme decirle una cosa, durante su lucha, a quien verdaderamente va a recuperar es a usté misma. Parece que es lo mismo pero no lo es. No es igual recuperar el equilibrio interno como resultado de una armonización interior, que por la unión con otra persona, así sea esa persona nuestra alma gemela. ¿Y cómo va a obtener ese equilibrio? Expandiendo su conciencia. De manera que pueda abarcar todo lo que la rodea. Por ejemplo, en este momento usté está triste. La tristeza la envuelve. El mundo externo sólo le proporciona dolor, sufrimiento. ¿Qué puede hacer? ¡Ampliar su conciencia! Apropiarse de la tristeza, tragándosela sorbo a sorbo, inhalándola, aprisionándola dentro de usté, dejándola entrar hasta el último rincón del cuerpo, hasta que nada de ella quede fuera. ¿En ese momento qué la va a rodear si ya dejó entrar toda la tristeza?»


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