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– ¡Ese era Rodrigo!

– ¿Ése?

Cuquita estaba muy sorprendida del estado lamentable en que se encontraba.

– Sí.

– ¡Y ésa era usted!

– Sí.

– ¿Y qué hace su novio en Korma?

Azucena no lo sabía. Lo único que sabía era que estaba metida en un lío gordo. Si los hombres que intentaron asesinarla y le robaron su cuerpo eran los guaruras de Isabel, Isabel tenía que ver en todo eso. Si Isabel tenía que ver en todo eso, tenía el poder de su parte. Y si tenía el poder de su parte, iba a estar cabrón enfrentársele. Azucena rápidamente empezó a imaginar cuáles eran las razones que Isabel había tenido para querer matarla. De seguro que ella había mandado matar al señor Bush. Luego, había elegido a Rodrigo como candidato ideal para ser acusado del asesinato. ¿Por qué a él? Quién sabe. Luego, se había enterado de que Rodrigo había pasado toda la noche del crimen haciendo el amor con ella, y el paso lógico fue mandar eliminar a la coartada, o sea, a ella. Bien, hasta ahí todo iba muy bien. Pero ahora ¿qué seguía? A Isabel le convenía tener a Rodrigo como el asesino. Pero ahora ¿cómo iba a hacer para que Rodrigo no declarara su inocencia ante las autoridades? A lo mejor no estaba en sus planes que declarara. A lo mejor por eso lo había llevado a Korma. A lo mejor pensaba dejarlo allá para siempre. A lo mejor… a lo mejor. Lo que no entendía era la manera en que Isabel se arriesgaba a que todo se le viniera abajo. ¿Qué tal que uno de los virtualenses que en ese momento estaba viendo el noticiero reconocía a Rodrigo y lo denunciaba? ¿Qué pasaría? ¿Quién sabe? Azucena no le veía la solución al problema en que se encontraban, pero Cuquita, tal vez por su menor capacidad analítica, sí. Sin esforzarse mucho tomó una resolución.

– Tenemos que ir por su novio y traérnoslo -ordenó.

– No podemos. Lo busca la policía. Dicen que es el cómplice del asesinato del señor Bush, pero no es cierto, él estaba conmigo esa noche.

– Me consta. Los rechinidos del colchón no me dejaron dormir.

Azucena recordó su noche de amor y aumentó la intensidad a su llanto.

– No llore. No importa que lo busque la policía, pos le cambiamos el cuerpo y ya, ¡se acabó el problema! Ya no estamos en los tiempos de mi abuelita cuando decían «¡Qué horror!, la casa caída, los trastes tirados, los niños enfermos, el papá enojado. ¡Ay qué cuidado!» No, ahora al mal tiempo hay que darle buena cara. Seqúese las lágrimas, ¡y a toarmas!

Azucena dejó de llorar y se rindió mansamente ante la voluntad de Cuquita. Ya no podía más. Había recibido demasiadas heridas en muy poco tiempo. En el transcurso de sólo una semana había perdido a su alma gemela, había estado a punto de ser asesinada, se había visto forzada a realizar un trasplante de alma, había descubierto el crimen de un gran amigo, había visto cómo su querido cuerpo era ocupado por un asesino y, por último, había encontrado a Rodrigo en condiciones lamentables, corriendo un grave peligro y en un lugar prácticamente inalcanzable para ella. ¡Qué desesperación! Se sentía profundamente violada, agredida, indefensa, frágil, agotada, incapaz de tomar cualquier decisión.

– Tenemos que irnos mañana mismo.

– ¿Pero cómo? Yo no tengo dinero. ¡Usted menos! Y ya ve que los viajes mterplanetarios son carísimos.

– Sí, no son lo que se dice una vilcoca, pero ya encontraremos la manera…

De pronto, Cuquita y Azucena se miraron a los ojos. Los ojos de Cuquita tuvieron un destello de lucidez y le transmitieron a Azucena la genial idea que se le acababa de ocurrir. Azucena la captó de inmediato y gritó al mismo tiempo que ella:

– ¡El compadre Julito!

* * *

Azucena iba desesperadísima. La nave interplanetana del compadre Julito era una vil nave guajolotera que hacía paradas en todos y cada uno de los planetas que encontraba en su camino a Korma. Cada vez que la nave se detenía Azucena sentía que el Universo entero suspendía su ritmo. Ya había hablado con el compadre Julito para ver la posibilidad de hacer un vuelo directo, pero el compadre Julito se había negado terminantemente, y de manera sutil le había recordado a Azucena que ella no estaba en posibilidades de exigir nada pues viajaba de a gratis. Por otro lado, el compadre estaba obligado a hacer las paradas, pues, aparte de llevar el Palenque a planetas muy poco evolucionados, tenía otros dos negocios que le redituaban grandes ganancias económicas: renta de nietos a domicilio y esposos de entrega inmediata. En las colonias espaciales muy alejadas había hombres o mujeres de edad avanzada que nunca habían podido casarse ni tener nietos y que caían en estados de depresión muy profunda. Entonces, al compadre Julito se le había ocurrido el negocio ideal: alquilar nietos. Y precisamente ahora estaba en la temporada alta, pues los niños huérfanos acababan de salir de vacaciones. Otro de los negocios que tenía mucha demanda era el de esposos o esposas de entrega inmediata. Cuando hombres o mujeres jóvenes estaban en alguna misión espacial por períodos prolongados, se les alborotaban las hormonas. Como no era nada recomendable que mantuvieran relaciones sexuales con los aborígenes, sus parejas en la Tierra les mandaban un esposo o esposa sustituto, según fuera el caso, para que así pudieran satisfacer sus apetitos sexuales adecuadamente. No sólo eso, el amante sustituto se aprendía de memoria mensajes y poemas a petición expresa del cónyuge y se los recitaba a los clientes en el momento de hacerles el amor. Por lo tanto, la nave, aparte de los gallos de pelea, los mariachis, las vedettes y las cantantes del Palenque, estaba llena de niños, esposos y esposas sustitutos.

Azucena estaba a punto de volverse loca. ¡Ella que necesitaba tanto silencio para organizar sus pensamientos! ¡Y el ruidero que reinaba en la nave que no le ayudaba para nada! Niños corriendo por todos lados, los mariachis ensayando Amorato corazón con un cantante que era la reencarnación de Pedro Infante, los esposos sustitutos ensayando su numerito con las vedettes, la abuelita de Cuquita ensayando a tientas una puntada de gancho, el borracho esposo de Cuquita ensayando sus vomitadas, los gallos ensayando su kikiriquí, y el «coyote» cuerpovejero -que le había vendido su nuevo cuerpo- ensayando sin buenos resultados un intercambio de almas entre una vedette y un gallo.

Ante esa situación, Azucena no tenía más que dos opciones: volverse loca de desesperación al no poder obtener la calma que necesitaba, o ponerse a ensayar algo como todos los demás. Decidió ponerse a practicar el beso que le iba a dar a Rodrigo en cuanto lo viera. Y con gran entusiasmo experimentó y experimentó cuáles serían los mejores efectos de un buen beso chupeteador poniendo el dedo índice entre sus labios. Dejó de hacerlo cuando uno de los esposos sustitutos se ofreció a practicar con ella. Azucena se apenó de que la hubieran descubierto, y entonces decidió mejor aislarse de ese mundo de locos. Como todos los amantes de todos los tiempos quería estar sola para poder pensar en Rodrigo con más serenidad. La presencia de los otros le estorbaba, la distraía, la molestaba. Como no era posible hacer desaparecer a todos los de la nave, cerró los ojos para recluirse en sus recuerdos. Necesitaba reconstruir nuevamente a Rodrigo, darle forma, recordar el encanto que tenía estar unida al alma gemela, revivir esa sensación de autosuficiencia, de plenitud, de inmensidad. Sólo la presencia de Rodrigo podía dar sustancia a la realidad, sólo la luz que iluminaba su sonrisa podía liberar la tristeza que apretaba el alma de Azucena. La idea de que pronto lo vería hacía que todo cobrara nuevamente sentido.

Se puso los audífonos y empezó a escuchar su compact disc. Lo único que quería era internarse en un mundo diferente del que se encontraba. Ya había perdido la esperanza de que la música le provocara una regresión a la vida pasada en la que había vivido al lado de Rodrigo. La noche anterior había escuchado por completo su compact disc con la ilusión de encontrar en él la música que le habían puesto cuando presentó su examen de admisión en CUVA, pero nunca la encontró. Así que, como de antemano sabía que la música contenida en ese compact disc no era la que buscaba, se relajó y se perdió en la melodía. Curiosamente, al quitarse de encima la obsesión de hacer una regresión, dejó que la música entrara libremente a su subconsciente y la llevara de una manera natural a la vida anterior que tanto le interesaba.

PRESENTACIÓN 2:

O mio babbino caro (Aria de Lauretta)

Gianni Schicchi – Puccini

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