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CUARTA PARTE

Uno

Después de esta imagen aparecieron en la pantalla puras rayas horizontales. Rodrigo, a manera de evasión, se quedó dormido. No podía ir más allá. Aparentemente su bloqueo era mucho más poderoso que el de Azucena. De cualquier manera, las imágenes que ella tenía en su mano le iban a ser de enorme utilidad. Como quien no quiere la cosa, las había empezado a hojear en lo que Rodrigo despertaba. Lo primero que le impactó fue descubrir que el comedor de esa casa correspondía a la misma habitación que ella había ocupado como recámara en su vida en 1985. Azucena reconoció el vitral de una de las ventanas como el que se le había venido encima el día del terremoto. Fuera de eso, entre el comedor de la vida de Rodrigo y la recámara de ella existía una abismal diferencia. El comedor pertenecía a la época de esplendor de la residencia y la recámara a la de decadencia. Azucena suspendió de golpe sus comparaciones. Acercó a su rostro una de las fotografías para apreciarla en detalle y descubrió que la cuchara que Rodrigo había sostenido en la mano durante la violación ¡era la misma que ella había visto en Tepito y que había comprado la amiga de Teo el anticuario! En cuanto regresaran a la Tierra, lo primero que Azucena tenía que hacer era ir a buscar a Teo para que lo condujera con su amiga. ¡Ojalá que esa mujer aún conservara la cuchara! Por lo pronto, tenía que terminar con la sesión de Rodrigo. Tenía que armonizarlo. No podía dejarlo en el estado en que se encontraba. Azucena, poniéndole los dedos en la frente, le ordenó que despertara y que continuara con la regresión. Rodrigo reaccionó perfectamente a sus indicaciones.

– Vamos al momento de tu muerte. Vamos a que veas por qué tenías que haber tenido la experiencia que tuviste. ¿Dónde estás?

– Acabo de morir.

– Pregúntale a tu guía qué tenías que aprender.

– Lo que es una violación…

– ¿Por qué? ¿Violaste a alguien en otra vida?

– Sí.

– ¿Y qué se siente ser violado?

– Mucha impotencia… mucha rabia…

– Llama a tu cuñado por su nombre y dile lo que sentiste cuando te violó.

– Pablo…

– Más fuerte.

– ¡Pablo…!

– Ya está frente a ti, dile todo…

– Pablo, me hiciste sentir muy mal… me lastimaste mucho…

– Dile qué sientes hacia él.

– Te odio…

– Dilo más fuerte. Grítaselo en la cara.

– Te odio… Te odio…

– ¿Qué sientes?

– Rabia, mucha rabia… ¡Siento los brazos cargados de rabia!

El rostro de Rodrigo se deformó. Tenía las venas saltadas. Los brazos tensos y las manos apretadas. La voz le salía ronca y distorsionada. Lloraba desesperadamente. Azucena le indicó que tenía que continuar gritando hasta que saliera toda la rabia encerrada. Para facilitar el desahogo le proporcionó un cojín y le ordenó que lo golpeara con todas sus fuerzas. El cojín fue insuficiente para alojar la furia que deja una violación dentro del organismo. Rodrigo, al poco rato de golpear, lo destrozó, lo cual fue muy bueno, pues su rostro empezó a mostrar alivio. Lo malo fue que todos en la nave se tuvieron que hacer a un lado para evitar ser alcanzados por los golpes, y la nave, que no andaba en muy buenas condiciones que digamos, se desestabilizó y empezó a brincotear. La abuelita de Cuquita, que dormía profundamente, se despertó entre el alboroto. Los gritos de Rodrigo se le metieron hasta el fondo del alma y en medio del sueño alcanzó a pronunciar: «Ya lo decía yo, éste es el mismo borracho de mierda.»

Azucena logró tranquilizar a todos. Les explicó que Rodrigo ya había descargado la energía negativa y que de ahí en adelante ya no iba a causar ningún problema. No tenían nada que temer. Todos volvieron a sus puestos. La nave recuperó la calma. Y ella pudo continuar con su trabajo.

– Muy bien, Rodrigo, muy bien. Ahora tenemos que ir al momento en que se originó el problema entre tu cuñado y tú. Porque estoy segura de que fue en otra vida. Dime si lo conocías de antes.

– Sí… hace mucho…

– ¿Dónde vivían y cuál era tu relación con él?

– Él era mujer… Yo era hombre… Vivíamos en México…

– En qué año.

– En 1527… Ella era una india que estaba a mi servicio…

– Vamos al momento en que surgió el problema. ¿Qué pasa?

– Yo estoy sobre una pirámide, que dicen que es la Pirámide del Amor, y ella llega… y yo… la violo allí mismo…

– ¡Mjum! Eso es interesante… Ahora que ya sabes lo que se siente al ser violado, ¿qué sientes hacia ella?

– Me siento muy apenado de haberle causado un dolor así.

– Díselo. Llámala. ¿La conoces en tu vida presente?

– No, en ésta no, pero en la otra sí. Ella era el cuñado que me violó.

– ¡Mjum! ¿Y después de saber lo que sabes lo sigues odiando?

– No.

– Pues llámalo y díselo. ¿Sabes cómo se llama en esa vida?

– Sí. Citlali… Citlali, quiero pedirte perdón por haberte violado… yo no sabía que te estaba dañando tanto… Perdóname, por favor… me da mucha pena lo que te hice… no era mi intención lastimarte… yo sólo te quería amar, pero no sabía cómo…

– Dile cómo fue que pagaste haberla violado… avanza en el tiempo… vamos a la vida inmediatamente posterior a ésa… ¿Dónde estás?

– En España…

– ¿En qué año?

– Creo que es 1600 y pico… Soy un monje… Tengo barba y la cabeza rasurada… Estoy tratando de domar mi cuerpo… Estoy desnudo hasta la cintura, hundido en la nieve… Hay ventisca… tengo mucho frío, pero tengo que vencer a mi cuerpo.

El cuerpo de Rodrigo temblaba de pies a cabeza, se le veía cansado y angustiado, pero Azucena necesitaba continuar con el interrogatorio.

– ¿Y aprendes a controlarlo?

– Sí… Viene una monja y se desnuda frente a mí, pero yo me resisto…

– ¿Cómo es la monja?

– Bonita… tiene un cuerpo bellísimo… pero… es una alucinación… no existe… mi mente la fabrica porque llevo días sin comer para vencer la gula… Me estoy muriendo… estoy muy débil… me arrepiento de haber desperdiciado mi cuerpo… mi vida…

– ¿Por qué? ¿A qué te dedicaste en esa vida?

– A nada… a controlar mi cuerpo y mis deseos… Pero me costó mucho trabajo…

– Pero algo bueno tienes que haber hecho… Busca un momento que te haya dado mucha satisfacción…

– No lo encuentro… No hice nada… Bueno, lo único útil que hice fue inventar groserías…

– ¿Cómo fue eso?

– Los monjes de la Nueva España no querían que los indios aprendieran a insultar a la manera de los españoles, pues éstos constantemente decían «Me cago en Dios», y nos pidieron que inventáramos groserías nuevas…

– ¡Mjum! Qué interesante. Bueno, entonces no fue una vida del todo desperdiciada, ¿no crees…?

– Pues no, pero sufrí mucho…

– Díselo a Citlali en la vida en que la violaste… Dile que tuviste que penar mucho para pagar tu culpa… Dile que fue muy duro aprender a controlar tus deseos… Dile cómo sufriste.

Azucena le dio un tiempo a Rodrigo para que hablara mentalmente con Pablo-Citlali y luego se decidió terminar con la sesión.

– Bien, ahora repite junto conmigo: «Te libero de mi pasión, de mis deseos. Me libero de tus pensamientos de venganza, pues ya pagué lo que te hice. Te libero y me libero. Te perdono y me perdono. Dejo salir toda la rabia que me tenía unido a ti. La dejo circular nuevamente. La libero y permito que la naturaleza la purifique y la utilice en la regeneración de las plantas, en la armonización del Cosmos, en la diseminación del Amor.»

Rodrigo repitió una a una las palabras que Azucena le dijo y su rostro poco a poco fue llenándose de alivio. Descubrió que el dolor de cadera había desaparecido, y cuando abrió los ojos, papujados por el llanto, su mirada era por completo otra. Inmediatamente el humor en la nave mejoró y todos se sintieron inmensamente felices por el resto del trayecto.

Dos

Hacen estrépito los cascabeles,

el polvo se alza cual si fuera humo:

recibe deleite el Dador de la vida.

Las flores del escudo abren sus corolas,

se extiende la gloria,

se enlaza en la tierra.

¡Hay muerte aquí entre las flores,

en medio de la llanura!

Junto a la guerra,

al dar principio la guerra,

en medio de la llanura,

el polvo se alza cual si fuera humo,

se enreda y da vueltas,

con sartales floridos de la muerte.

¡Oh príncipes chichimecas!

¡No temas corazón mío!

en medio de la llanura,

mi corazón quiere

la muerte a filo de obsidiana.

Sólo eso quiere mi corazón:

la muerte en la guerra…

Ms. «Cantares Mexicanos», fol. 9 r.

Trece Poetas del Mundo Azteca , MIGUEL LEÓN-PORTILLA.

México, 1984

Con el mismo ímpetu con que el volcán de Korma lanzó escupitajos de lava, el corazón de Isabel bombeó sangre.

Tuvo que hacerlo como medida de emergencia, pues en cuanto Isabel sintió que podía ser alcanzada por la lava, empezó a correr como loca, dejando atrás a sus guaruras. Nadie le pudo seguir el paso. Corrió y corrió y corrió hasta que se desmayó. El miedo a morir calcinada entró en su cuerpo con la fuerza de un huracán y disparó su alma hacia el espacio. Su cuerpo, tratando de recuperarla, corrió infructuosamente tras ella hasta que no pudo más y cayó al piso. No era la primera vez que perdía el sentido. De joven era corredora de fondo, pero dejó de practicar ese deporte cuando perdió el control sobre su cuerpo. Con frecuencia, al correr, su cuerpo, cual caballo salvaje, se le desbocaba y no se detenía hasta que se le agotaban todas las fuerzas. Generalmente corría sin motivo ni justificación. Bueno, escapar de la lava del volcán era una razón más que justificada, pero no siempre era así. Su galgomanía tenía que ver con una inexplicable necesidad de huir que le surgía del fondo del alma. El caso es que su cuerpo, extenuado por la carrera, había caído en el piso justo al lado de Ex Rodrigo, quien a su vez había perdido el conocimiento a manos de la primitiva que lo había noqueado de un solo golpe.

Cuando Agapito y Ex Azucena llegaron al lado de su jefa, se alarmaron. Ignorantes por completo del pasado correril de su patrona, no sabían ni qué pensar. Isabel, en apariencia, estaba completamente muerta. ¿Qué cuentas iban a dar al partido en caso de que eso fuera cierto?



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