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– ¿Qué? -preguntó Azucena.

– «¡Pues la felicidad! Por eso no hay que temerle a la tristeza, al dolor. Hay que saberlos gozar, aceptar. "Lo que resistes persiste." Si uno resiste el sufrimiento, éste siempre nos va a estar rodeando. Si uno lo acepta como parte de la vida, del todo, y lo deja entrar hasta agotarlo, quedará rodeado de alegría, de felicidad. ¡Adelante, mucha suerte, niña, y a darle vuelo al gozo! ¡Ah, antes de terminar, una cosita! Si amplía su conciencia lo suficiente como para abarcar a Rodrigo por completo, será capaz de ver más allá del rechazo y logrará saber por qué Rodrigo no la reconoció…»

Cuquita terminó su pequeño discurso y se quedó muda de la impresión. Sabía muy bien que todas las palabras que habían salido por su boca le habían sido dictadas. Era la primera vez que le pasaba algo así. Azucena había dejado de llorar y la miraba con sorpresa y agradecimiento. Azucena cerró sus ojos por un momento y, de una manera queda, casi callada, pronunció:

– Porque le borraron la memoria.

– ¿Qué?

– ¡Que Rodrigo no me reconoció porque le borraron la memoria!

Azucena bailaba de gusto. Abrazó a Cuquita y le dio de besos. Cuquita también festejó el descubrimiento, pero les duró poco el gusto pues la comitiva que acompañaba a Isabel en ese momento venía en dirección directa a la cueva. Cuquita y Azucena de inmediato corrieron para recoger a Rodrigo antes de que alguien descubriera la presencia de todos ellos en Korma.

* * *

Azucena no dejaba de observar al borracho marido de Cuquita. Era increíble que dentro de ese cuerpo seboso, grosero, mugroso, abotagado por el alcohol, estuviera contenida el alma de Rodrigo. El «coyote» cuerpovejero había realizado un excelente trabajo. El intercambio de almas entre los cuerpos del marido de Cuquita y Rodrigo no podía haber sido más exitoso. Sobre todo tomando en consideración que el «coyote» cuerpovejero había tenido que trabajar bajo condiciones poco favorables.

Cuquita, por su parte, tampoco le quitaba la vista a Ex Rodrigo. Desde la ventanilla de la nave lo observaba caminar entre la tribu, completamente desconcertado. Se le hacía increíble que por fin se hubiese librado de su marido. A partir de ese día iba a poder dormir en paz. Realmente había sido una magnífica idea la del intercambio de cuerpos entre ellos. Por un lado, Azucena podía traer de regreso a la Tierra a su novio -o más bien el alma de su novio- sin peligro de que la policía lo arrestara por su supuesta participación en el asesinato del señor Bush, y, por el otro, ¡ella recuperaba su libertad! Conforme la nave se alejaba de Korma, Cuquita se ponía más y más feliz. Y más contenta se puso cuando vio cómo una primitiva de pelo en pecho se acercaba a Ex Rodrigo y lo abrazaba sorpresivamente por la espalda. Su marido, creyendo que se trataba de Cuquita, automáticamente le dio una bofetada, y la primitiva como respuesta le puso una buena madriza. Cuquita aplaudió, gritó y lloró de gusto. ¡Si aquello no era justicia divina, no sabía qué podía ser! ¡Hasta que alguien le había dado una sopa de su propio chocolate! Ex Rodrigo quedó noqueado en el piso sin alcanzar a comprender nada de nada.

No era el único en esa situación. Había otra que estaba completamente confundida y no entendía qué pasaba: la abuelita de Cuquita. Estaba muy molesta de que la hubieran sentado junto al «borracho de mierda», como ella llamaba al marido de Cuquita, y nadie la podía hacer entender que no estaba sentada junto al marido de su nieta sino junto a Rodrigo. La abuelita, en su ceguera, sólo se guiaba por los olores y los sonidos, y el cuerpo que tenía al lado, y que apestaba a alcohol y a orines, no podía ser otro que el de Ricardo, el esposo de Cuquita. Le explicaron una y otra vez lo del intercambio de almas y que el alma de Rodrigo, que ahora ocupaba ese cuerpo, era un alma pura. Para comprobarlo le dio un buen soplamocos. Rodrigo no se lo contestó, y eso bastó para que la abuelita de Cuquita cobrara venganza de la paliza del otro día, golpeándolo sin piedad por un buen rato. Le escupió en la cara que por su culpa estaba enferma y le advirtió que para ella era y siempre sería un borracho de mierda. Después de descargar toda su rabia, se durmió tranquilamente. Por fin había descansado en paz.

Rodrigo quedó muy maltratado, más moral que físicamente, por haber sido el receptor de los golpes que le propinó la abuelita de Cuquita. Nuevamente no entendía lo que le pasaba. Le molestaba mucho el olor que su cuerpo despedía. Le daba comezón la mugre. Sentía una necesidad tremenda de alcohol, que no sabía de dónde provenía pues él siempre había sido abstemio. No recordaba haber visto en la vida a la anciana que lo acababa de golpear y de reclamarle maltrato. Se sentía rodeado de locos en esa nave extraña. No sabía adonde lo llevaban ni por qué. Lo único que sabía era que tenía un nudo en la garganta… y unas ganas tremendas de orinar. Se levantó con la intención de ir al baño y sus piernas no lo sostuvieron. La pierna izquierda se le dobló por completo como si alguien se la hubiera desconectado. Azucena se acercó de inmediato a socorrerlo. Lo acostó en el piso y le preguntó si le dolía algo. Rodrigo se quejó de un dolor muy intenso en la cadera. Azucena le puso la mano en el lugar indicado y Rodrigo brincó. No soportaba que nadie lo tocara. Azucena, como buena astroanalista, al instante comprendió que ese dolor tenía su origen en una vida pasada. Era un miedo escondido que fue activado por la abuelita de Cuquita al momento de su agresión. Azucena lo tranquilizó, le explicó que ellos eran un grupo de amigos que habían venido a rescatarlo y que no pretendían hacerle daño sino prestarle ayuda. Que sabían de su pérdida de memoria y que estaban en las mejores posibilidades de poder ayudarlo a recuperarla, ya que ella era astroanalista y era… su mejor amiga. Rodrigo observó un buen rato a Azucena intentando reconocerla, pero su rostro le era completamente ajeno.

– Discúlpeme, pero no me acuerdo de usted.

– Ya lo sé. No se preocupe.

– ¿En serio me puede hacer recobrar la memoria?

– En serio. Si quiere podemos empezar el día de hoy.

Rodrigo no quiso perder más tiempo. Sin pensarlo demasiado asintió con la cabeza. El rostro de esa mujer que se decía su amiga lo hacía sentir muy bien. Su voz le daba segundad.

Azucena le pidió que se relajara y respirara profundamente. Enseguida le dio indicaciones de que respirara con inhalaciones cortas y seguidas. Después le pidió que repitiera varias veces en voz alta: «¡Tengo miedo!» Rodrigo siguió al pie de la letra todas las instrucciones. Llegó un momento en que su cara y su respiración cambiaron. Azucena supo que ya había entrado en contacto con los recuerdos de su vida pasada.

– ¿En dónde está?

– En el comedor de mi casa…

– ¿Y qué pasa ahí?

– No quiero ver…

Rodrigo empezó a llorar. Su rostro mostraba un gran sufrimiento.

– Repita: «No quiero ver lo que pasa ahí porque es muy doloroso.»

– No, no quiero…

– ¿En esa vida es hombre o mujer?

– Mujer…

– ¿Y qué es lo que le hacen para que tenga tanto miedo? ¿Quién la lastimó?

– El hermano de mi esposo…

– ¿Qué le hizo?

– Yo no quería… Yo no quería…

– ¿No quería qué?

– Que… me violara…

– Vamos a ese momento. ¿Qué está pasando?

– Es que fue horrible… no quiero verlo…

– Yo sé que es doloroso, pero si no lo vemos, no vamos a avanzar ni se va a poder curar. Es bueno que lo hable por más malo que haya sido.

– Es que me acababan de decir que estaba embarazada.

El llanto de Rodrigo se hacía cada vez más doloroso.

– Y… para mí estar embarazada era algo muy sagrado… y él arruinó todo…

– ¿De qué manera?

– Mi esposo estaba tomado y se había quedado dormido y yo estaba recogiendo la mesa y…

– ¿Y qué pasó?

– No veo… No veo nada…

– Repita: «No quiero ver porque es muy doloroso…»

– No quiero ver porque es muy doloroso…

– ¿Ahora qué ve?

– Nada, todo está negro…

Cuquita no alcanzaba a oír nada de lo que Rodrigo y Azucena hablaban, pero ni así perdía detalle de lo que estaba pasando en el rincón de la nave donde ellos se encontraban. Sus oídos se agudizaron tanto para pescar algo de la conversación, que al poco rato de estarse esforzando alcanzó a oír hasta lo que Anacreonte trataba de decirle a Azucena y ella estaba renuente a escuchar: Rodrigo no podía hablar por dos cosas. Por un lado tenía un bloqueo de tipo emocional muy parecido al de Azucena, y, por el otro, un bloqueo real provocado por la desconexión con su memoria. Pero si Azucena había podido romper ese bloqueo al escuchar la música que le pusieron durante su examen de admisión en CUVA, lo mismo podía suceder con Rodrigo, pues al ser almas gemelas reaccionaban a los mismos estímulos. Cuquita esperó un rato a ver si Azucena ponía atención a su guía, pero al ver que no, se decidió a prestar sus servicios de metiche profesional llevando a Azucena el mensaje de su Ángel de la Guarda: «tenía que poner a Rodrigo a escuchar una de las arias de ese compact disc y registrar la regresión con una cámara fotomental». Azucena le preguntó a Cuquita cómo le hacían para conseguir una, y Cuquita recordó que el compadre Julito tenía una. Siempre viajaba con ella, pues le era muy útil para detectar estafadores entre los asistentes a sus espectáculos. Azucena cada día se sorprendía más con Cuquita. Le resolvía todos sus problemas. ¡Y ella que la había menospreciado por tanto tiempo! Esa mujer realmente era un genio.

Rápidamente le pidieron prestada la cámara al compadre Julito y la instalaron frente a Rodrigo. Acto seguido, le pusieron en la cabeza los audífonos del discman para que escuchara una de las arias de amor.

PRESENTACIÓN 3:

Nessun dorma (Aria de Calaf)

Turandot – Puccini

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