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Le pidió ayuda a Teo y él entró en acción rápidamente. Con la ayuda de un péndulo y un mapa, en pocos minutos localizó el lugar exacto donde se encontraba dicha casa. Ex Azucena ahogó un grito en la garganta. ¡El lugar que el péndulo indicaba era precisamente la dirección de Isabel! Eso lo complicaba todo. Ex Azucena confirmó que en el patio de la casa efectivamente había una pirámide luchando por salir. Azucena aseguró que ahora sí que se los iba a llevar la chingada, pues la casa de Isabel era una fortaleza inexpugnable a la que ninguno de ellos tenía acceso. Ex Azucena la tranquilizó. Sí había una manera de penetrar la fortaleza, y era a través de Carmela, su hermana la gorda. Carmela quería a Ex Azucena muchísimo. Él fue la única persona que le proporcionó cariño en su niñez, que estuvo a su lado en sus enfermedades, que hizo las tareas de la escuela con ella, que le llevó flores en sus cumpleaños, que la sacó a pasear todos los domingos, que le dijo que era bonita y que siempre le dio el beso de las buenas noches. Estaba segurísimo, pues, que si le pedía ayuda no se la iba a negar, pues era como su hija adoptiva.

– Es más, no le va a importar que utilicemos su ayuda para acabar con su madre, pues la verdad, nunca la ha querido, y el odio entre ellas desde siempre ha sido mutuo -dijo.

Teo comentó que gracias al resentimiento que dejaban ese tipo de relaciones se habían gestado todas las revoluciones. En un momento dado todos los marginados, los olvidados y lastimados se unían contra el poderoso. Lo malo era que cuando triunfaban y había cambio de gobierno, los lastimados lo único que querían era vengarse y terminaban actuando igual que las personas que los antecedieron, hasta que otro grupo de descontentos los quitaba del poder. Así son las cosas desgraciadamente. La gente sólo cuando está siendo oprimida ve con claridad la injusticia, pero cuando consigue llegar al poder, lo ejerce sin piedad contra todo el mundo con tal de que no lo quiten del trono. Es muy difícil pasar la prueba del poder. La mayoría se enchamuca de a madres, olvida todo lo que había aprendido cuando formaba parte del pueblo y comete todo tipo de atrocidades. La solución para la humanidad va a llegar el día en que los que tomen el poder lo hagan de acuerdo con la Ley del Amor. Azucena tenía muy claro que eso sólo iba a ocurrir el día en que la Pirámide del Amor pudiera funcionar adecuadamente. Todos coincidieron con ella y empezaron a elaborar un plan para ponerse en contacto con la gorda de Carmela.

Fue una verdadera lástima que en ese momento, cuando estaban a punto de solucionar su problema, cuando ya tenían todos los datos en la mano, la policía llegara a aprehenderlos.

Dos

El juicio de Isabel era una rompedera impresionante de la Ley del Amor . Anacreonte asesoraba a Azucena. Mammón a Isabel. Nergal, el jefe de la policía secreta del Infierno, a la defensa. San Miguel Arcángel a la fiscalía. Los Demonios y Querubines se encargaban por igual de los jurados. Mammón rezaba. Anacreonte maldecía. Y todos trataban de romperse la madre a como diera lugar. La batalla era sangrienta. Sólo el más fuerte iba a sobreviviría. Pero era imposible dar un pronóstico. Desde el inicio de la lucha había quedado demostrado que los dos bandos tenían las mismas posibilidades de obtener la victoria.

Isabel se había preparado muy bien. Como sabía que tenía que dar una pelea limpia, o sea, sin microcomputadora de por medio, se había entrenado con un Gurú Negro. Tomó en cuenta que el jurado estaría integrado en su mayoría por médiums y que le era indispensable controlar a voluntad las imágenes que su mente emitía para poder convencerlos de su inocencia. Después de meses de intenso entrenamiento Isabel era capaz de esconder sus verdaderos pensamientos y de proyectar con enorme fuerza las imágenes que le convenía que los demás observaran. Con gran éxito había impedido que los médiums penetraran en su mente. Los tenía descontroladísimos. No confiaban en ella pero no encontraban datos falsos en sus declaraciones. Isabel, pues, daba golpes bajos a la vista de todos sin que nadie se diera cuenta.

PRIMER ROUND

¡Derechazo!

El primero en pasar a rendir su declaración por parte de la defensa había sido Ricardo Rodríguez, el marido de Cuquita. El muy pendejo se había dejado sobornar para declararse culpable del asesinato del señor Bush. Isabel le había prometido que en cuanto ganara el juicio y subiera al poder lo iba a sacar de la cárcel. Ricardo Rodríguez lo daba por hecho y estaba convencido de que iba a vivir a cuerpo de rey por el resto de sus días. Lo que no sabía era que Isabel no tenía palabra de honor y que no estaba dispuesta a ayudarlo para nada. Ricardo se había echado la soga al cuello solitito. De pasada se había llevado entre las patas a Cuquita, Azucena, Rodrigo, Citlah, Teo y el compadre Julito al acusarlos de ser sus cómplices.

SEGUNDO ROUND

¡Gancho al hígado!

El fiscal había contestado el golpe recibido con la declaración de Ex Azucena. Ex Azucena había explicado ampliamente cuál había sido su participación en los crímenes del señor Bush, de Azucena y del doctor Diez. Habló de la manera en que los había asesinado y acusó a Isabel de ser la autora intelectual de esas muertes. Su denuncia había logrado conmover al jurado no sólo por la sinceridad de sus palabras sino por la panza de nueve meses de embarazo que se cargaba y que lo hacía verse realmente angelical.

TERCER ROUND

¡Golpe bajo!

La defensa, para contrarrestar el positivo efecto de la comparecencia de Ex Azucena, había llamado a declarar a Agapito. Agapito dijo que, efectivamente, Ex Azucena había participado junto con él en todos los asesinatos, pero que lo había hecho por órdenes suyas y no de Isabel. Se declaró autor intelectual de los crímenes y liberó a Isabel de toda responsabilidad. Dijo que él solo había planeado los asesinatos. No pudo justificar su motivación para haber cometido tales actos, lo único que enfatizó una y otra vez fue que había actuado por su cuenta. Isabel obtuvo un gran triunfo con esta declaración.

CUARTO ROUND

¡Izquierdazo!

A continuación, el fiscal llamó a Cuquita a rendir su declaración, pero el abogado defensor se negó terminantemente a aceptarla como testigo. Su pasado como crítico de cine la convertía en un testigo de muy dudosa reputación. No por el hecho de haber sido crítico, sino porque había ejercido su profesión únicamente impulsada por la envidia. De su puño habían salido infinidad de notas venenosas. Se había metido de mala fe con la vida personal de todo el mundo. Si alguna vez había favorecido a alguien lo había hecho como resultado del cuatachismo y nunca como resultado de un análisis crítico y objetivo. Además, en su curriculum no aparecía la manera en que había pagado esos karmas. Cuquita alegó y alegó que los había pagado viviendo al lado de su esposo, que era un reverendo cabrón, pero el abogado defensor contrarrestó esta aseveración con declaraciones que favorecían ampliamente a Ricardo Rodríguez, en las cuales se afirmaba que él era un santo y la que siempre le había hecho la vida de cuadritos era Cuquita. Cuquita enfureció, pero no pudo hacer nada. Lo que más coraje le dio fue que había perdido la oportunidad de actuar frente a las cámaras de la televirtual. Toda su vida se había estado preparando por si acaso algún día tenía que ser testigo de un crimen. En sus visitas al mercado trataba de memorizar las facciones de tal o cual marchanta, como si más tarde fuera a hacer un retrato hablado de ella. O trataba de recordar todos los detalles de su visita. Cuántas gentes estaban en el puesto de las verduras. Cuántas naranjas había comprado su vecina. Con qué tipo de moneda había pagado. Si se había peleado con la marchanta por el precio o no. Si la marchanta la había amenazado con un cuchillo o no. No sólo eso. Su mente amarillista la hizo pensar en la remota posibilidad de que le tocara ser la víctima en lugar del testigo, y para esos casos también se preparó. Nunca salía de su casa con un hoyo en los calzones o los calcetines. Le llenaba de horror llegar a la Cruz Roja y que los médicos al desvestirla se dieran cuenta de su fodonguez. ¡Toda una vida de preparación para nada!

QUINTO ROUND

¡Súper gancho al hígado!

El fiscal, ante el fracaso anterior, llamó a declarar a Ci-tlali. Su testimonio podía hacer mucho daño. Citlali, durante su condena en el Penal de Readaptación había tenido tiempo más que suficiente para trabajar en sus vidas pasadas. Ahora sabía perfectamente cuáles eran los motivos que la habían mantenido unida a Isabel. Inició su declaración narrando su vida de 1527. En esa vida, Citlali había asesinado al hijo de Isabel. Isabel se había muerto odiándola. En su siguiente vida juntas, Isabel y ella habían sido hermanos. Citlali había violado a la esposa de su hermano y en respuesta Isabel la había asesinado. Entonces, la Ley del Amor había intentado equilibrar la relación entre ambas haciéndolas reencarnar como madre e hija para ver si los lazos de sangre podían salvar el odio que Citlali sentía por Isabel. De nada había servido. Isabel nunca quiso a su hija. De niña, más o menos la toleró, pero en cuanto llegó a la adolescencia la sintió como una clara enemiga. Isabel era una mujer divorciada. Con los años había conocido a Rodrigo y se había enamorado de él. Se habían casado cuando Citlali era una niña. Cuando Citlali empezó a convertirse en una señorita, Rodrigo empezó a mirarla con otros ojos, ante el terror de Isabel. Por fin, un día sucedió lo que Isabel tanto temía. Rodrigo y Citlali huyeron de la casa y se hicieron amantes. Isabel los localizó viviendo en una casona en ruinas del centro de la ciudad. Citlali estaba embarazada y disfrutando plenamente su amor. Isabel estaba furiosa. Los celos la volvían loca. El día del terremoto de 1985 había corrido a la casa de los amantes, no para ver si su hija vivía sino porque quería saber si Rodrigo había sobrevivido al temblor. Los dos habían muerto, pero bajo los escombros Isabel encontró viva a Azucena, que en esa vida era su nieta. Isabel, enceguecida por el odio, dejó caer una piedra en la cabeza de la niña, que murió en el acto.


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