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SEXTO ROUND

¡Súper golpe bajo!

Este testimonio sí que había dañado a Isabel, pero como siempre que parecía que ya la habían derrotado, el abogado defensor daba un giro total a las cosas y cambiaba todo a su favor. En primera, le pidió a Citlali que mostrara las pruebas que tenía para comprobar su testimonio. Citlali no las tenía. Muchos años atrás, Isabel la había localizado y, aprovechando un momento en que estuvo internada en un hospital, programó su mente de forma que nunca pudiera recordar las vidas en que había sido testigo de los crímenes que Isabel había cometido. Quién sabe de qué métodos se habían valido en el Penal de Readaptación para permitirle acceso a esas vidas, pero una cosa era que ella pudiera entrar y otra que pudiera sacar la información. Su mente estaba incapacitada para proyectar las imágenes que veía. La única que conocía la palabra clave para anular esa programación era Isabel, y de pendeja la iba a soltar. Así que la declaración de Citlali les hizo «lo que el viento a Juárez».

Por otro lado, el abogado defensor insistió en que en 1985 Isabel no era Isabel sino la Madre Teresa. Les recordó a los jurados que Isabel era una ex «santa» que había alcanzado un grado muy alto de evolución y que no mentía. Les pidió que la miraran a los ojos y que comprobaran por sí mismos que era inocente de los crímenes que se le imputaban.

Isabel sostuvo la profunda mirada de los médiums con gran seguridad. El Jurado no encontró en sus ojos el menor signo de falsedad. Isabel sonrió. Todo le estaba saliendo tal y como lo había planeado. Estaba segura de que nadie iba a poder demostrar nada en su contra. Inmediatamente después del debate se había sacado la microcomputadora que llevaba instalada en la cabeza y no existía ninguna prueba de que alguna vez la hubiera traído. Había mandado dinamitar su casa para anular la posibilidad de que analizaran sus muros. Habrían sido unos testigos determinantes. Afortunadamente, ya no había ningún rastro de ellos. Lo único que se había escapado un poco de su control fue la explosión. Había dejado al descubierto la pirámide que estaba en el patio de su casa. Pero no había pasado a mayores. Antes que llegara la policía a investigar un supuesto atentado, Isabel había tenido tiempo de rescatar de entre los escombros la cúspide de la Pirámide del Amor. Esa piedra era lo único que le preocupaba. La había tirado al fondo del Pocito de la Villa. Estaba más que segura de que ahí nadie la iba a poder ver. Mientras la Pirámide del Amor no estuviera funcionando, la gente concentraría su amor en sí misma y no podría ver en el reflejo del agua más allá de su propia imagen. Ese era el mejor lugar para esconderla. Ahí nunca la encontrarían, y por lo tanto nunca podrían demostrar su culpabilidad. Podía estar tranquila. Esa piedra de cuarzo rosa con que había asesinado a Azucena en la vida de 1985 no sabía flotar.

A continuación Carmela pasó a rendir su declaración como testigo de la defensa. Carmela estaba realmente irreconocible. Los ocho meses que habían pasado desde el inicio del juicio en contra de su madre la habían transformado por completo.

La principal razón era que Carmela había entrado en contacto con su hermana, y eso le había dado una perspectiva diferente del mundo. El encuentro entre ambas había resultado de lo más provechoso. Se habían llegado a querer tanto que Carmela, del puro gusto de sentirse aceptada y valorada, había adelgazado doscientos cuarenta kilos. La primera entrevista entre ellas se había realizado en la sala de visitas del Penal de Readaptación José López Guido. Azucena había sido condenada a pasar siete meses en prisión. Finalmente resultaron ser los siete meses más agradables de toda su vida, ya que lo primero que les hacían a las personas que ingresaban en prisión era practicarles un examen para determinar cuánto rechazo y desamor tenían acumulado en su interior. En base a eso se elaboraba un plan para suplir esa falta de amor, pues eran conscientes de que la falta de amor era la base de la delincuencia, de la crítica, de la agresión, del resentimiento. La condena no se sufría, se gozaba. Era un verdadero placer. A mayor desamor, mayores apapachos. A base de amor y cuidados era como se reintegraba a los delincuentes en la sociedad. Ahora que si durante el examen se descubría que un delincuente no sufría de falta de amor sino que había actuado bajo la influencia de un chamuco, se le enviaba al penal El Negro Durazo, especializado en exorcismos, hasta que lo liberaban de sus malas compañías.

Ese había sido el caso del compadre Julito. Lo habían enviado al penal El Negro Durazo argumentando que estaba poseído por el demonio y que en su casa habían encontrado un enorme arsenal de explosivos. Nada. Eran unos cuantos cohetes y algunos fuegos artificiales de los que utilizaba en sus espectáculos del Palenque Interplanetario, pero no hubo manera de convencer a la autoridad de su inocencia. A Azucena, Rodrigo, Cuquita, Ex Azucena, Citlali y Teo los habían remitido al penal José López Guido, pero finalmente todos se la habían pasado de maravilla. Las dos instituciones contaban con astroanalistas de primera. Rodrigo inclusive había empezado a recuperar la memoria. La cercanía de Citlali le resultaba muy benéfica. Los habían instalado en una recámara matrimonial. Ahí, entre orgasmo y orgasmo, se le había ido iluminando su pasado. Claro que de ninguna manera había podido recuperar la memoria de las vidas en que había sido testigo de los asesinatos de Isabel. A los astroanalistas les faltaba la palabra clave. Sin ella no tenían acceso al subconsciente. Rodrigo sabía muy bien que la que sabía era Isabel. Pero ¿cómo sacársela? Vencer a Isabel se veía a todas luces como una empresa imposible. Tenía la sartén por el mango.

SÉPTIMO ROUND

¡Chingadazo!

Isabel sabía que tenía la batalla ganada y estaba muy tranquila esperando la declaración de Carmela. «¡Gracias a Dios que adelgazó!», pensó. Ya no se avergonzaba de ella. Carmela se veía guapísima delgada. Despertaba miradas de admiración. Isabel se sentía muy orgullosa de ella y hasta la estaba empezando a querer.

– ¿Cuál es su nombre?

– Carmela González.

– ¿Cuál es su parentesco con la acusada?

– Soy su hija.

– ¿Cuántos años ha vivido al lado de su madre?

– Dieciocho.

– Durante ese tiempo ¿alguna vez usted la ha visto mentir?

– Sí.

Un cuchicheo recorrió la sala. Isabel tensó la boca. El abogado defensor se descontroló por completo. Aquello no estaba en sus planes.

– ¿En qué ocasión?

– En muchas.

– ¿Podría ser más específica y darnos un ejemplo?

– Sí, cómo no. Me dijo que yo era hija única.

– ¿Y eso no es cierto?

– No. Tengo una hermana.

El abogado defensor buscó con la vista a Isabel. Él desconocía por completo esa información y no le gustaba nada. Podía resultar muy peligrosa. Isabel estaba con la boca abierta. No se podía imaginar de dónde había obtenido Carmela aquel dato.

– ¿Cómo lo sabe?

– Me lo informó Rosalío Chávez.

– ¿El guarura que su mamá despidió recientemente?

– Sí, el mismo.

– ¿Y usted confía en la información que le proporcionó una persona que obviamente estaba resentida porque la acababan de despedir?

– ¡Objeción! -pidió el fiscal.

– Aprobada -dijo el juez.

Carmela ya no tenía por qué contestar la pregunta. El abogado defensor se enjugó el rostro. No sabía cómo salir del embrollo en que se encontraba.

– ¿Y usted considera al señor Rosalío Chávez como una persona de fiar?

– No sólo eso, lo considero como mi verdadera madre.

Una ola de comentarios se escuchó en toda la sala. Ex Azucena lloró emocionado. Nunca había esperado ese reconocimiento público a su actuación como madre sustituía. A Isabel se le descomponía la cara minuto a minuto. «¡Pinche gorda, me las vas a pagar!», pensó. Isabel le hizo una seña a su abogado y éste corrió a conferenciar con ella. Isabel le dijo algo al oído y el abogado regresó al interrogatorio con una muy buena pregunta en los labios.

– ¿Es cierto que usted sufrió toda su vida de obesidad?

– Sí, es cierto.

– ¿Y no es cierto que ese problema le causó muchos roces y enfrentamientos con su madre?

– Sí, es cierto.

– ¿Y no es cierto que envidiaba terriblemente a su madre porque ella podía comer de todo sin engordar?

– Así es.

– ¿Y no es cierto que por eso decidió vengarse de ella viniendo aquí a declarar en su contra sin tener ninguna manera de demostrar lo que dice?

– ¡Objeción! -clamó el fiscal.

– Aprobada -dijo el juez.

Carmela sabía que no tenía por qué contestar la pregunta, pero quería hacerlo.

– Señor juez, me gustaría responder. ¿Puedo hacerlo?

– Adelante.

– Lo que me empujó a venir a declarar es un deseo de que se haga justicia. Yo no tengo nada que envidiarle a mi madre pues como todos ustedes verán, estoy más delgada que ella. -Carmela sacó de su bolsa un pedazo de emplomado y se lo dio al juez-. Permítame entregarle este trozo de vitral para demostrar lo que digo. Si lo analizan verán que no estoy mintiendo.

Carmela había sido muy lista. En primera por haber quitado el trozo de vitral del emplomado a petición de Ex Azucena antes de que Isabel dinamitara la casa, y en segunda por haberlo presentado como prueba de que Isabel le había mentido con respecto a la existencia de su hermana. Pues para poder obtener las imágenes de los hechos que el vitral había presenciado tenían que analizar toda la historia del vitral. Desde que lo habían fabricado hasta el presente. En el camino, por supuesto que fueron saliendo a la luz uno a uno los crímenes de Isabel.

El primero fue el ocurrido en 1890. Desde la altura, el vitral atestiguó la entrada de Isabel (hombre) a la habitación donde Citlali (hombre) violaba a Rodrigo (mujer) y vio perfectamente cuando Isabel le hundía el cuchillo por la espalda. Las imágenes correspondían perfectamente con las que todo el mundo había visto el día del debate. La única diferencia era que estaban narradas desde otro punto de vista.

Más adelante aparecieron las imágenes del crimen de Azucena, acontecido en 1985. Las tomas estaban en movimiento, pues el vitral, lo mismo que toda la casa, se balanceaba de un lado a otro a causa del temblor. Desde la altura vio el momento en que Rodrigo entró en la recámara y cargó a su hija en brazos. Antes de alcanzar la puerta, a Rodrigo se le vino encima una viga y lo mató. Después sólo se veía polvo y oscuridad. De pronto, Isabel entró en la habitación y descubrió entre los escombros a Rodrigo y Citlali muertos. El llanto delató la presencia de la niña. Isabel se acercó a ella y vio que aún estaba con vida. Entonces tomó entre sus manos una piedra de cristal de cuarzo rosa y la estrelló salvajemente contra su cabecita. Con odio. Sin piedad. La imagen mostraba con toda nitidez el impasible rostro de Isabel sólo unos años más joven que en la vida presente en el momento de la colisión. ¡Definitivamente, Isabel era la misma persona que había matado a esa niña!

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