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Volvió a mirarme con mucha atención. Como tratando de decidir si todavía era posible retar a un hijo tan grande.

– Hijo, no está bien que tengas novia a esta edad. ¿No deberías tener esposa, hijos? ¿No tendrías que haberme dado nietos?

No era solamente la memoria. Estaba loca. Quién sabe desde cuándo. Pensé en esas miradas oscuras, ojos que llegaban desde el fondo de una niebla. No eran las cataratas, ni la vejez. Mi madre se había vuelto loca en silencio, como casi todo lo que hacía, y yo ni siquiera había sido capaz de darme cuenta.

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