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– Tu papá se muere. Para mí, esta noche. Está muy viejo, no le va a dar el corazón -me dijo después Margot, creyendo que me daba una buena noticia, mientras jugaba a fumar en uno de esos tubitos de plástico rellenos de no sé qué sustancia capaz de emitir un vapor suave con cada aspiración.

Ella esperaba de mí un suspiro, una señal que expresara pena y alivio al mismo tiempo, pero no pude: de golpe la muerte se me hizo presente en toda su miseria, me sopló eternidad en la oreja. Estaba recostado sobre el almohadón grande, el que más te gustaba. Miré hacia abajo y luché contra la presbicia para enfocar el pelo que me blanquea el pecho, tanto más canoso que el de la cabeza o la barba. Estoy demasiado cerca de la vejez como para pensar en la muerte -en cualquier muerte- sólo con alivio.

Tengo miedo.

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