En una mano llevaba la cazuela y en la otra un quinqué. Entró al cuarto cuidando de no tropezar con la gran cantidad de objetos que estaban en el camino del sitio donde se guardaban las ollas de cocina que no se utilizaban frecuentemente. La luz del quinqué le ayudaba bastante, pero no lo suficiente como para alumbrarle las espaldas por donde silenciosamente se deslizó una sombra y cerró la puerta del cuarto.
Al sentir una presencia extraña, Tita giró sobre sí misma y la luz delineó claramente la figura de Pedro poniendo una tranca en la puerta.
– ¡Pedro! ¿Qué hace aquí.
Pedro, sin responderle, se acercó a ella, apagó la luz del quinqué, la jaló hacia donde estaba la cama de latón que alguna vez perteneció a Gertrudis su hermana y tirándola sobre ella, la hizo perder su virginidad y conocer el verdadero amor.
Rosaura, en su recámara, trataba de dormir a su hija que lloraba desenfrenadamente. La paseaba por todo el cuarto, sin ningún resultado. Al cruzar por la ventana vio salir del cuarto oscuro un resplandor extraño. Volutas fosforescentes se elevaban hacia el cielo como delicadas luces de bengala. Por más gritos de alarma que dio llamando a Tita y a Pedro para que lo observaran, no tuvo respuesta más que de Chencha, que había ido a buscar un juego de sábanas. Al presenciar el singular fenómeno, Chencha por primera vez en su vida enmudeció de sorpresa, ni un solo sonido escapaba de sus labios. Hasta Esperanza, que no perdía detalle, dejó de llorar. Chencha se arrodilló y persignándose se puso a orar.
– ¡Virgen Santísima que’stás en los cielos, recoge el alma de mi siñora Elena pa’que deje de vagar en las tiñeblas del pulgatorio!
– ¿Qué dices Chencha, de qué hablas?
– ¡Pos de qué’a de ser, no ve que se trata del fantasma de la dijunta! ¡La probe algo’a de andar pagando! ¡Yo por si las dudas ni de chiste me guelgo a’cercar por a’i!
– Ni yo.
¡Si la pobre Mamá Elena supiera que aun después de muerta su presencia seguía causando temor y que ese miedo a encontrarse con ella les proporcionaba a Tita y a Pedro la oportunidad ideal para profanar impunemente su lugar preferido, al revolcarse voluptuosamente sobre la cama de Gertrudis, se volverla a morir cien veces!
Continuar á…
Siguiente receta:
Chocolate y Rosca de Reyes