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Era asombroso observar lo repuesta que se encontraba Chencha, después de haberla visto irse en el estado de angustia y desesperación en que lo hizo.

Ni rastro quedaba del trauma que había sufrido. El hombre que había logrado borrarlo estaba a su lado, luciendo una sincera y amplia sonrisa. A leguas se veía que se trataba de un hombre honrado y callado, bueno, eso quién sabe, porque lo que pasaba era que Chencha no le permitió abrir la boca más que para decirle a Tita: «Jesús Martínez para servirle a usted». Después Chencha, como siempre, acaparó por completo la plática y rompiendo un récord de velocidad, en sólo dos minutos logró poner a Tita al día en los acontecimientos de su vida:

Jesús había sido su primer novio y nunca la había olvidado. Los papás de Chencha se habían opuesto terminantemente a esos amores y de no haber sido porque Chencha regresó a su pueblo y él la volvió a ver, nunca hubiera sabido dónde buscarla. Por supuesto no le importó que Chencha no fuera virgen y se casó inmediatamente con ella. Regresaban juntos al rancho con la idea de empezar una nueva vida ahora que Mamá Elena había muerto, y pensaban tener muchos hijos y ser muy felices por los siglos de los siglos…

Chencha se detuvo para tomar aire pues se estaba poniendo morada y Tita aprovechó la interrupción para decirle, no tan rápido como ella, pero casi, que estaba encantada de su regreso al rancho, que mañana hablarían de la contratación de jesús, que hoy venían a pedir su mano, que pronto se casaría, que aún no terminaba la cena y ley pidió que ella la hiciera para poderse dar un calmante baño de agua helada y de esta manera estar presentable cuando John llegara, que sería de un momento a otro.

Chencha prácticamente la echó de la cocina y de inmediato tomó el mando. El champandongo lo podía hacer, según ella, con los ojos tapados y las manos amarradas.

Cuando la carne ya está cocida y seca, lo que procede es freír las tortillas en aceite, no mucho para que no se endurezcan. Después, en el traste que vamos a meter al horno se pone primero una capa de crema para que no se pegue el platillo, encima una capa de tortillas, sobre ellas una capa de picadillo y por último el mole, cubriéndolo con el queso en rebanadas y la crema. Se repite esta operación cuantas veces sea necesario hasta rellenar el molde. Se mete al horno y se saca cuando el queso ya se derritió y las tortillas se ablandaron. Se sirve acompañado de arroz y frijoles.

Qué tranquilidad le daba a Tita saber que Chencha estaba en la cocina. Ahora sólo se tenía que preocupar por su arreglo personal. Cruzó el patio como ráfaga de viento y se metió a bañar. Contaba con tan sólo diez minutos, para bañarse, vestirse, perfumarse y peinarse adecuadamente. Tenía tal apuro que ni siquiera vio a Pedro, en el otro extremo del patio trasero, pateando piedras.

Tita se despojó de sus ropas, se metió a la regadera y dejó que el agua fría cayera sobre su cabeza. ¡Qué alivio sentía! Con los ojos cerrados las sensaciones se agudizan, podía percibir cada gota de agua fría recorriéndole el cuerpo. Sentía los pezones de sus senos ponerse duros como piedras al contacto con el agua. Otro hilo de agua bajaba por su espalda y después caía como cascada en la curva de sus redondos y protuberantes glúteos, recorriendo sus firmes piernas hasta los pies. Poco a poco se le fue pasando el mal humor, y el dolor de cabeza desapareció. De pronto empezó a sentir que el agua se entibiaba y se ponía cada vez más caliente hasta empezar a quemarle la piel. Esto pasaba algunas veces en épocas de calor cuando el agua del tinaco había sido calentada todo el día por los poderosos rayos del sol, pero no ahora que en primera no era verano y en segunda, empezaba a anochecer. Alarmada abrió sus ojos, temerosa de que nuevamente se fuera a incendiar el cuarto de baño y lo que descubrió fue la figura de Pedro del otro lado de los tablones, observándola detenidamente.

Los ojos de Pedro brillaban de una manera que era imposible no descubrirlos en la penumbra, así como dos insignificantes gotas de rocío no podían pasar inadvertidas, escondidas entre la maleza, al recibir los primeros rayos del sol. ¡Maldita mirada de Pedro! ¡Y maldito carpintero que había reconstruido el cuarto de baño exactamente igual al anterior, o sea, con separaciones entre uno y otro tablón! Cuando vio que Pedro se acercaba a ella, con libidinosas intenciones en los ojos, salió corriendo del cuarto vistiéndose atropelladamente. Con gran apuro llegó a su recámara y se encerró.

Apenas le dio tiempo de terminar con su arreglo, cuando Chencha le fue a anunciar que John acababa de llegar y la esperaba en la sala.

No pudo acudir de inmediato a recibirlo, pues aún le faltaba poner la mesa. Antes de poner el mantel hay que cubrir la mesa con un tapete, para evitar el ruido que hacen las copas y vajilla al chocar contra ella. Tiene que ser bayeta blanca para así realzar la blancura del mantel. Tita lo deslizaba suavemente sobre la enorme mesa para veinte personas, que sólo usaban en ocasiones como ésta. Trataba de no hacer ruido, ni siquiera al respirar para escuchar el contenido de la plática que sostenían en la sala Rosaura, Pedro y John. La sala y el comedor estaban separados por un largo pasillo, así que sólo llegaba a los oídos de Tita el murmullo de las varoniles voces de Pedro y John, sin embargo alcanzaba a percibir en ellas cierto tono de discusión. Antes de esperar que las cosas llegaran a mayores, colocó rápidamente en el orden debido los platos, los cubiertos de plata, las copas, los saleros y los portacuchillos. Enseguida puso las bujías bajo los calentadores para los platos principales, entrada e intermedio y los dejó listos sobre el aparador. Corrió a la cocina por el vino de Burdeos que había dejado en baño María. Los vinos de Burdeos se sacan de la bodega con varias horas de anticipación y se ponen en un lugar caliente para que un suave calor desarrolle su aroma, pero como a Tita se le había olvidado sacarlo a tiempo, forzó el procedimiento artificialmente. Lo único que le faltaba era poner en el centro de la mesa una canastilla de bronce dorado con las flores, pero como éstas se deben colocar unos momentos antes de pasar a la mesa para que conserven su frescura natural, encargó a Chencha este trabajo, y apresuradamente, tanto como su almidonado vestido se lo permitía, se dirigió a la sala.

La primera escena que presenció al abrir la puerta fue la acalorada discusión entre Pedro y John sobre la situación política del país. Parecía que los dos habían olvidado las más elementales reglas de urbanidad, que dicen que en una reunión social no hay que sacar a colación cuestiones sobre personalidades, sobre temas tristes o hechos infortunados, sobre religión o sobre política. La entrada de Tita suspendió la discusión y los forzó a tratar de reiniciar la plática en un tono más amigable.

En un ambiente tenso, John dio paso a la petición de mano. Pedro, como el hombre de la casa, dio su aprobación de una manera hosca. Y se empezaron a establecer los detalles de la misma. Cuando trataban de fijar la fecha de boda, Tita se enteró de los deseos de John de posponerla un poco para así poder viajar al norte de Estados Unidos para traer a la única tía que le quedaba y que quería estuviera presente en la ceremonia. Esto representaba un grave problema para Tita: ella deseaba irse lo más pronto posible del rancho y de la cercanía de Pedro.

El compromiso quedó formalizado cuando John le hizo entrega a Tita de un hermoso anillo de brillantes. Tita observó largamente cómo lucía en su mano. Los destellos que se desprendían de él la hicieron recordar el fulgor en los ojos de Pedro momentos antes, cuando la miraba desnuda, y vino a su mente un poema otomí que Nacha le había enseñado de niña:

En la gota de rocío brilla el sol la gota de rocío se seca en mis ojos, los míos, brillas tú yo, yo vivo…

Rosaura se enterneció al ver en los ojos de su hermana lágrimas que ella interpretó como de felicidad y se sintió un poco aliviada de la culpa que algunas veces la atormentaba por haberse casado con el novio de Tita. Entonces, muy entusiasmada, les repartió a todos copas con champaña y los invitó a brindar por la felicidad de los novios… Al hacerlo, los cuatro reunidos en el centro de la sala, Pedro golpeó su copa con la de los demás con tal fuerza que la rompió en mil pedazos y el liquido de las otras los salpicó en el rostro y la ropa.

Entre el desconcierto reinante fue una bendición que en ese momento Chencha apareciera y pronunciara las mágicas palabras de: «la cena está servida». Este anuncio les proporcionó a los presentes la serenidad y el espíritu que el momento ameritaba y que estuvieron a punto de perder. Cuando se habla de comer, hecho por demás importante, sólo los necios o los enfermos no le dan el interés que merece. Y como éste no era el caso, mostrando buen humor todos se dirigieron al comedor.

Durante la cena todo fue más fácil, gracias a las graciosas intervenciones de Chencha mientras servía. La comida no fue tan deleitosa como en otras ocasiones, tal vez porque el mal humor acompañó a Tita mientras la preparaba, pero no se podía decir tampoco que estuviera desagradable. El champandongo es un platillo de un sabor tan refinado que ningún mal temperamento puede ponerse a su altura y alterarle el gusto. Al terminar, Tita acompañó a John a la puerta y ahí se dieron un largo beso como despedida. Al día siguiente John pensaba salir de viaje, para estar de vuelta lo más pronto posible.

De regreso en la cocina, Tita mandó a Chencha a limpiar la habitación y el colchón donde desde ahora viviría con jesús, su esposo, no sin antes agradecerle su gran ayuda. Era necesario que antes de meterse en la cama se cercioraran que no se iban a encontrar con la indeseable presencia de chinches en el cuarto. La última sirvienta que durmió ahí la había dejado infestada de estos animalejos y Tita no lo había podido desinfectar por el intenso trabajo que se les había venido encima con el nacimiento de la niña de Rosaura.

El mejor método para erradicarlas es mezclar un vaso de espíritu de vino, media onza de esencia de trementina y media de alcanfor en polvo. Esta preparación se unta en los sitios donde hay chinches y las hace desaparecer por completo.

Tita, después de recoger la cocina, empezó a guardar trastes y ollas en su lugar. Aún no. tenia sueño y mejor aprovechaba el tiempo en eso que dando vueltas en la cama. Experimentaba una serie de sentimientos encontrados y la mejor manera de ordenarlos dentro de su cabeza era poniendo primero en orden la cocina. Tomó una gran cazuela de barro y la llevó a guardar al ahora cuarto de los triques, antes cuarto oscuro. A la muerte de Mamá Elena vieron que ya nadie lo pensaba utilizar como lugar para bañarse, pues todos preferían hacerlo en la regadera y tratando de darle alguna utilidad lo convirtieron en el cuarto de los trebejos.

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