VIII. Agosto. Champandongo
INGREDIENTES:
¼ de carne molida de res ¼ de carne molida de puerco 200 g de nueces 200 g de almendras 1 cebolla
1 acitrón
2 jitomates azúcar
¼ de crema
¼ de queso manchego
¼ de mole
comino
caldo de pollo
tortillas de maíz
aceite
Manera de hacerse:
La cebolla se pica finamente y se pone a freír junto con la carne en un poco de aceite. Mientras se fríe, se le agrega el comino molido y una cucharada de azúcar.
Como de costumbre, Mita lloraba mientras picaba la cebolla. Tenía la vista tan nublada que sin darse cuenta se cortó un dedo con el cuchillo. Lanzó un grito de rabia y prosiguió como si nada con la preparación del champandongo. En esos momentos no se podía dar ni siquiera un segundo para atenderle la herida. Hoy por la noche vendría John a pedir su mano y tenla que prepararle una buena cena en tan sólo media hora. A Tita no le gustaba cocinar con premura.
Siempre le daba a los alimentos el tiempo adecuado y preciso para su cocimiento y procuraba organizar sus actividades de tal manera que le dieran la tranquilidad que se necesita en la cocina para poder preparar platillos suculentos y en su punto exacto. Ahora estaba tan atrasada que sus movimientos eran agitados y apremiantes y por lo tanto propensos a provocar este tipo de accidentes.
El principal motivo de su atraso era su adorable sobrina, que había nacido tres meses antes, al igual que Tita, de una manera prematura. A Rosaura le afectó tanto la muerte de su madre que anticipó el alumbramiento de su hija y quedó imposibilitada para amamantarla. Es esta ocasión Tita no pudo o no quiso adoptar el papel de nodriza, como en el caso de su sobrino, es más, ni siquiera lo intentó, tal vez por la experiencia demoledora que tuvo cuando la separaron del niño. Ahora sabía que no había que establecer relaciones tan intensas con niños que no eran propios.
Prefirió en cambio proporcionarle a Esperanza la misma alimentación que Nacha había utilizado con ella cuando era una indefensa criatura: atoles y tés.
La bautizaron con el nombre de Esperanza a petición de Tita. Pedro había insistido en que la niña llevara el mismo nombre de Tita, Josefita. Pero ella se negó terminantemente. No quería que el nombre influyera en el destino de la niña. Bastante tenia ya con el hecho de que al haber nacido, su madre tuviera una serie de alteraciones que obligaron a John a practicarle una operación de urgencia para salvarle la vida, y quedara imposibilitada para volverse a embarazar.
John le habla explicado a Tita que algunas veces, por causas anormales, la placenta no sólo se implanta en el útero, sino que echa raíces dentro del mismo, por tanto, al momento en que el niño nace, la placenta no puede desprenderse. Está tan firmemente afianzada que si una persona inexperta trata de ayudar a la madre y jala la placenta utilizando el cordón umbilical, se trae junto con ella el útero completo. Entonces hay que operar de emergencia, extrayendo el útero y dejando a esta persona incapacitada para embarazarse por el resto de su vida.
Rosaura fue intervenida quirúrgicamente, no por falta de experiencia de John, sino porque no había de otra para poder desprenderle la placenta. Por tanto Esperanza sería su única hija, la más pequeña y, para acabarla de amolar, ¡mujer! Lo cual, dentro de la tradición familiar significaba que era la indicada para cuidar a su madre hasta el fin de sus días. Tal vez Esperanza echó raíces en el vientre de su madre porque sabia de antemano lo que le esperaba en este mundo. Tita rezaba para que por la mente de Rosaura no se cruzara la idea de perpetuar la cruel tradición.
Para ayudar a que así fuera, no quiso darle ideas con el nombre y presionó día y noche hasta lograr que la llamaran Esperanza.
Sin embargo, había una serie de coincidencias que asociaban a esta niña con un destino parecido al de Tita, por ejemplo, por mera necesidad pasaba la mayor parte del día en la cocina, pues su madre no la podía atender y su tía sólo le podía procurar esmero dentro de la cocina, así que con tés y atoles crecía de lo más sana entre los olores y los sabores de este paradisíaco y cálido lugar.
A la que no le caía muy bien que digamos esta costumbre era a Rosaura, sentía que Tita le quitaba a la niña por demasiado tiempo de su lado y en cuanto se recuperó por completo de la operación pidió que inmediatamente después de que Esperanza tomara sus alimentos la regresaran a su cuarto para dormirla junto a su cama, donde era su lugar. Esta disposición llegó demasiado tarde, pues la niña para ese entonces ya se había acostumbrado a estar en la cocina y no fue tan fácil sacarla de ella. Lloraba muchísimo en cuanto sentía que se alejaba del calor de la estufa, al grado que lo que Tita tenía que hacer era llevarse a la recámara el guisado que estuviera cocinando, para así lograr engañar a la niña, que al oler y sentir de cerca el calor de la olla en la que Tita cocinaba conciliaba el sueño. Tita regresaba entonces la enorme olla a la cocina y proseguía con la elaboración de la comida.
Pero el día de hoy la niña se había lucido, es muy probable que presintiera que su tía pensaba casarse e irse del rancho, y que entonces ella iba a quedar a la deriva, pues no dejó de llorar en todo el día. Tita subía y bajaba las escaleras llevando ollas con comida de un lado a otro. Hasta que pasó lo que tenía que pasar: tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe. Cuando bajaba por octava ocasión tropezó y la olla con el mole para el champandongo rodó escaleras abajo. Junto con ella se desperdigaron cuatro horas de intenso trabajo picando y moliendo ingredientes.
Tita se sentó en un escalón con la cabeza entre las manos para tomar aire. Se había levantado a las cinco de la mañana para que las carreras no se apoderaran de ella y todo había sido en vano. Ahora tenia que preparar nuevamente el mole.
Pedro no podía haber elegido peor momento para hablar con Tita, pero aprovechando que la encontró en las escaleras, aparentemente tomando un descanso, se le acercó con la intención de convencerla de que no se casara con John.
– Tita, quisiera decirle que considero un lamentable error de su parte la idea que tiene de casarse con John. Aún está a tiempo de no cometer esa equivocación, ¡no acepte ese matrimonio, por favor!
– Pedro, usted no es nadie para decirme lo que tengo que hacer, o no. Cuando usted se casó yo no le pedí que no lo hiciera, a pesar de que esa boda me destrozó. Usted hizo su vida, ¡ahora déjeme hacer la mía en paz!
– Precisamente por esa decisión que tomé y de la cual estoy completamente arrepentido, le pido que recapacite. Usted sabe muy bien cuál fue el motivo que me unió a su hermana, pero resultó un acto inútil que no funcionó, ahora pienso que lo mejor hubiera sido huir con usted.
– Pues lo piensa demasiado tarde. Ahora ya no hay remedio. Y le suplico que nunca más en la vida me vuelva a molestar, ni se atreva a repetir lo que me acaba de decir, mi hermana lo podría escuchar y no tiene por qué haber otra persona infeliz en esta casa. ¡Con permiso…! Ah. Y le sugiero que para la próxima vez que se enamore, ¡no sea tan cobarde!
Tita, tomando la olla con furia, se encaminó hacia la cocina. Terminó el mole entre masculleos y aventones de trastes, y mientras éste se cocía siguió con la preparación del champandongo.
Cuando la carne se empieza a dorar, se le agregan el jitomate picado junto con el acitrón, las nueces y las almendras partidas en trozos pequeños.
El calor del vapor de la olla se confundía con el que se desprendía del cuerpo de Tita. El enojo que sentía por dentro actuaba como la levadura con la masa del pan. Lo sentía crecer atropelladamente, inundando hasta el último resquicio que su cuerpo podía contener y, como levadura en un traste diminuto, se desbordaba hacia el exterior, saliendo en forma de vapor por los oídos, la nariz y todos los poros de su cuerpo.
Este desmesurado enojo era causado en una mínima parte por la discusión con Pedro, en otra, por los incidentes y el trabajo de la cocina, y en una gran parte por las palabras que Rosaura había pronunciado unos días antes. Estaban reunidos en la recámara de su hermana, Mita, John y Alex. John había, llevado a su hijo a la visita médica, pues el niño extrañaba mucho la presencia de Tita en su casa y la quería ver nuevamente. El niño se asomó a la cuna para conocer a Esperanza y quedó muy impresionado con la belleza de la niña. Y como todos los niños de esa edad que no se andan con tapujos, dijo en voz alta:
– Oye, papi, yo quiero casarme también, así como tú. Pero yo con esta niñita.
Todos rieron por la graciosa ocurrencia, pero cuando Rosaura le explicó a Alex que eso no podía ser pues esa niñita estaba destinada a cuidarla hasta el día de su muerte, Tita sintió que los cabellos se le erizaban. Sólo a Rosaura se le podía ocurrir semejante horror, perpetuar una tradición por demás inhumana
¡Ojalá que a Rosaura la boca se le hiciera chicharrón! Y que nunca hubiera dejado escapar esas repugnantes, malolientes, incoherentes, pestilentes, indecentes y repelentes palabras. Más valía que se las hubiera tragado y guardado en el fondo de sus entrañas hasta que se le pudrieran y agusanaran. Y ojalá que ella viviera lo suficiente como para impedir que su hermana llevara a cabo tan nefastas intenciones.
En fin, no sabía por qué tenia que pensar en esas cosas tan desagradables en estos momentos que deberían ser para ella los más felices de su vida, ni sabía por qué estaba tan molesta. Tal vez Pedro la había contagiado de su mal humor. Desde que regresaron al rancho y se enteró que Tita se pensaba casar con John andaba de un mal humor de los mil demonios. Ni siquiera se le podía dirigir la palabra. Procuraba salir muy temprano y recorrer el rancho a galope en su caballo. Regresaba por la noche justo a tiempo para la cena y se encerraba en su recámara inmediatamente después.
Nadie se explicaba este comportamiento, algunos creían que era porque le habla afectado profundamente la idea de no volver a tener más hijos. Por lo que fuera, pero tal parecía que la ira dominaba los pensamientos y las acciones de todos en la casa. Tita literalmente estaba «como agua para chocolate». Se sentía de lo más irritable. Hasta el canturreo tan querido de las palomas, que ya se habían reinstalado en el techo de la casa y que el día de su regreso le había proporcionado tanto placer, en este momento la molestaba. Sentía que la cabeza le iba a estallar como roseta de maíz. Tratando de impedirlo se la apretó fuertemente con las dos manos. Un tímido golpe que sintió en el hombro la hizo reaccionar sobresaltada, con ganas de golpear a quien fuera el que lo hizo, que de seguro venía a quitarle más.el tiempo. Pero cuál no sería su sorpresa al ver a Chencha frente a ella. La misma Chencha de siempre, sonriente y feliz. Nunca en la vida le había dado tanto gusto verla, ni siquiera cuando la había visitado en casa de John. Como siempre Chencha llegaba caída del cielo, en el momento en que Tita más lo necesitaba.