»Esto, Práxedes querida, nunca antes se lo había confiado a nadie, y a ti te lo confío hoy, como a una hermana, para desahogar mi pecho. Los actos humanos, tú lo ves, no pueden juzgarse, ni son nada, si se los separa de sus motivos y circunstancias. ¿Quién se atrevería a condenar la decisión de mi marido, que tan por entero corresponde a la nobleza de su carácter, y que, en consecuencia, era casi obligada? [143] . Pues, siendo así, me pregunto cuáles podrán haber sido los motivos, ahora, de su hermano Luis. Este infeliz, en cambio, se había resuelto aceptar, de acuerdo también con su propio carácter, esa existencia disminuida, decaída e indigna a la que mi Lucas se negó. Seguramente, sus circunstancias le empujaban en tal sentido. Quizás creyó que podría hallar un compromiso, nadar y guardar la ropa, no sé. Sus claudicaciones me dan lástima, sobre todo a la fecha actual, cuando se ha visto que no era un alma tan vil, puesto que a la postre tampoco ha podido vivir sin dignidad. Cada cual tiene su naturaleza y sigue su propia condición. A mí me cabe el orgullo, en medio de mi desgracia, de saber que mi marido no vaciló un momento; y que si no vaciló fue tal vez porque se sentía seguro de mí. Aquella noche, ante nuestros hijitos dormidos, supo él leer en mis ojos, no sólo que admiraba y -con todo mi dolor- aprobaba de antemano su conducta, sino también que, una vez desaparecido, había de sacar adelante a nuestras criaturas con energía pareja de la suya. Ahí están nuestros dos salvajes, tan hermosos, abriéndose paso en un mundo más ancho…
»¿Cuáles han sido, en cambio, las circunstancias de su hermano? Lucas murió en su ley, y en la suya ha muerto Luisito. A veces, el estudio y el cultivo de la inteligencia sólo sirve para debilitar la voluntad, para más extraviarse y para, a vueltas de tantas cavilaciones, hacer por fin la jugada mala. Segura estoy de que el desdichado cometió sus errores por flojedad, cuando no, incluso, por delicadeza de sentimientos. Sí, no te extrañe esta opinión. Ya veo tu gesto de protesta; pero no estoy loca, sé lo que me digo. Y conste que de todos esos errores considero el más grave este suicidio: el más imperdonable y, al mismo tiempo, el más digno de compasión. Es como si Lucas, el hermano mayor, hubiera pretendido sustraerse a su destino, y disimular la realidad, para tener que colgarse al cabo de los años, humillado y vencido. En cierto modo, me parece que algo de esto puede haberle ocurrido a Luisito. Un iluso es lo que él era, con todo su talento. Un perfecto iluso y, en el fondo, un alma candorosa, llena de romanticismo. ¡Dios lo haya perdonado por el mal que se ha hecho a sí mismo y que les ha hecho a sus hijos!
»A propósito de éstos, me dices, prima, que piensas ocuparte de la niña; y eso será, sin duda alguna, lo mejor para ella. Quien más me preocupa a mí es el muchacho. Pienso que quizás podría animarme a recogerlo yo. Los míos estarán encantados de recibirlo, aunque más no sea por la novedad; y, con estrechez, podremos salir adelante todos.»