»Y a todo esto, Bocanegra continuaba en la misma actitud, como si se le hubiera ido el santo al cielo, sin querer darse por enterado de nada. El muy desgraciado se complace con frecuencia en hacer cosas por el estilo; diríase que tiene una vena de loco… Pero eso no es todo. Por si ello no bastara, y quizás porque el disparate atrae al disparate, todavía, en medio de esta situación increíble, observo de pronto que el doctor Rosales rebulle en su fila, se separa de sus compañeros de gobierno y, muy decidido, se lanza a bajar la escalerilla de la tribuna. Yo me eché a temblar: ¿a dónde iría? Pues, créase o no, sin encomendarse a Dios ni al diablo, el muy majadero fue a atizarle una feroz patada al perro ante los ojos innumerables de la tropa y del público. Desde mi puesto, comprendía yo lo que había ocurrido cuando oigo transformarse los presuntuosos ladridos en alaridos lastimeros, y veo al chucho atravesar, corriendo, la avenida para perderse por último entre las piernas de la multitud, mientras el doctor, muy orondo, se reintegraba a su puesto en la tribuna…
»Por fin, ahora esbozaba el Presidente en el aire su ansiado ademán, y la música se extinguía después de haber repetido una vez más los últimos compases, cuyo refrán seguía resonando, obsesivamente, de labios adentro, en el fondo de todos los corazones: vencido, s í, s í, el altivo le ón » [60] .