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Sólo en un punto, como antes dije, encuentra plausible la conducta de Rosales; y es, por cierto, en el cuestionable punto de su aceptación del ministerio. Al joven Tadeo Requena, el hecho de que don Luisito entrara al servicio de quien acababa de asesinar a su hermano el senador, lejos de parecerle una ignominia, o siquiera una debilidad, le revela del modo más inesperado la inteligencia, sagacidad, sensatez y tino de su preceptor. Para él, Rosales demostró ahí un sentido muy agudo de las oportunidades, y se acreditó como persona lo bastante prudente para escarmentar en cabeza ajena, y lo bastante habilidosa para sacarle a la situación el posible partido, acomodándose a tiempo. «El de ministro -reflexiona- no es puesto desdeñable, y mucho menos cuando se ofrece bajo la alternativa de ruina y aun de muerte. El doctor Rosales -añade- supo darse cuenta, antes de que fuera demasiado tarde para él, de que ya hoy nadie puede oponerse impunemente a las reivindicaciones populares, como había pretendido hacerlo, con toda su brutal arrogancia, su hermano mayor, el odioso don Lucas. Y ¿acaso es malo aceptar la realidad?», se pregunta.

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