– Debo intentarlo. No puedo, no pienso, abandonar mi destino para que vague a la deriva rumbo a otra desastrosa cascada, sin timón con el que gobernarlo. Tengo que hablar con mi regio hermano, de inmediato.
Se dirigió a la puerta y anunció secamente, igual que arenga un general a sus tropas:
– ¡Betriz, Cazaril, acompañadme!