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Pasearon con aparente indiferencia hasta llegar a la cámara adjunta, donde Cazaril condujo a Palli hasta una aspillera desde la que se dominaba un patio iluminado por la luna. En la otra punta del patio, había una pareja sentada y arrumada, pero Cazaril calculó que se encontraban demasiado lejos y absortos para reparar en su conversación.

– ¿Qué es lo que trae a de Yarrin a la corte tan precipitadamente? -preguntó Cazaril, con curiosidad. El provincar de Yarrin era el lord chalionés de mayor rango que había decidido jurar fidelidad a la santa orden militar de la Hija. La mayoría de jóvenes con inclinaciones militares se dedicaban a la Orden del Hijo, mucho más glamurosa, con su gloriosa tradición de batallas contra los invasores roknari. Incluso Cazaril había prestado juramento como lego dedicado al Hijo, de joven, y había retirado el juramento, cuando… déjalo . La santa orden marcial de la Hija, mucho más pequeña, se ocupaba de quehaceres más domésticos, como guardar los templos, o patrullar los caminos que conducían a los templos de peregrinaje; por extensión, controlaban el bandidaje, perseguían ladrones de ganado y caballerías, ayudaban a capturar asesinos. Los soldados de la diosa compensaban su escaso número con su romántica dedicación. Palli encajaba perfectamente en el perfil, pensó Cazaril con una sonrisa, y sin duda había encontrado su vocación al final.

– Limpieza de primavera. -Palli sonrió igual que uno de los zorros de arena de Umegat por un momento-. Por fin vamos a arreglar un maloliente desperfecto entre las paredes del templo. De Yarrin sospechaba desde hacía tiempo que, llevando tanto tiempo enfermo y moribundo el antiguo general, el interventor de la orden de Cardegoss estaba filtrando los fondos de la orden conforme pasaban por sus dedos. -Meneó los suyos, para ilustrar sus palabras-. Hacia su propia bolsa.

Cazaril soltó un gruñido.

– Qué pena.

Palli arqueó una ceja.

– ¿No te sorprendes?

Cazaril se encogió de hombros.

– Ni un ápice. Estas cosas pasan a veces, cuando se tienta a los hombres más allá de sus fuerzas. Aunque no había oído mencionar nada específico contra el interventor de la Hija, aparte de las calumnias habituales contra cualquier oficial de Cardegoss, sea honrado o no, que repiten todos los ilusos.

Palli asintió.

– De Yarrin ha tardado más de un año en reunir las pruebas y los testigos sin despertar sospechas. Cogimos al interventor, y sus libros, por sorpresa hace unas dos horas. Ahora está encerrado en el sótano de la casa de la Hija, bajo vigilancia. De Yarrin presentará el caso ante el consejo de la orden mañana por la mañana. El interventor será despojado de su puesto y rango mañana por la tarde, y entregado a la Cancillería de Cardegoss para recibir su castigo mañana por la noche. ¡Ja!

Cerró el puño en gesto de triunfo anticipado.

– ¡Así se hace! ¿Vas a quedarte, después de eso?

– Espero pasar aquí una o dos semanas, por la caza.

– ¡Ah, excelente! Tiempo para hablar, y un hombre de ingenio y honor sin tacha con el que emplear ese tiempo… doble lujo.

– Me hospedo en la ciudad, en el palacio de Yarrin, pero esta noche no puedo entretenerme aquí. Sólo he venido al Zangre con de Yarrin para que presente sus respetos e informe al roya Orico y al general lord Dondo de Jironal. -Palli se interrumpió-. A juzgar por tu saludable aspecto, intuyo que tus preocupaciones acerca de los Jironal resultaron estar infundadas.

Cazaril guardó silencio. La brisa que entraba por la aspillera era cada vez más fría. Incluso los amantes del patio habían buscado refugio dentro. Al cabo, dijo:

– Procuro no cruzarme con ninguno de los Jironal. En todos los sentidos.

Palli frunció el ceño, y pareció que tuviera las palabras a flor de boca.

Un par de sirvientes aparecieron empujando un carro que portaba un cántaro de vino caliente, perfumado con especias y azúcar, cruzando la antecámara en dirección al salón de baile. Salió una jovencita risueña, perseguida de cerca y entre carcajadas por un joven cortesano; ambos desaparecieron en dirección opuesta, aunque su risa imbricada se demoró en el aire. Sonaron de nuevo notas musicales, que flotaban en la galería igual que flores.

El ceño de Palli se suavizó.

– ¿Ha acompañado también lady Betriz de Ferrej a la rósea Iselle desde Valenda?

– ¿No la has visto, entre los bailarines?

– No… te vi a ti primero, con lo larguirucho que eres, sosteniendo la pared. Cuando supe que la rósea estaba aquí, vine con la esperanza de encontrarte también a ti, aunque a juzgar por la forma en que hablaste la última vez que conversamos no estaba seguro de que hubieras venido. ¿Tú crees que podría robarle un baile antes de que de Yarrin haya terminado de conferenciar con Orico?

– Si crees que tienes fuerzas suficientes para abrirte paso a empujones entre la multitud que la rodea, quizá -respondió Cazaril, secamente, animándolo con un gesto-. A mí siempre me derrotan.

Palli lo consiguió sin esfuerzo aparente, y no tardó en sostener la mano de una sorprendida y risueña Betriz dentro y fuera de las figuras, con garbo. Dedicó algún tiempo también a la rósea Iselle. Las dos damiselas parecían encantadas de volver a verlo. Cuando se tomó un descanso, le dieron la bienvenida cuatro o cinco señores que aparentemente conocía, hasta que se le acercó un paje y le tocó el codo, y le murmuró un mensaje al oído. Palli se despidió y se fue, presumiblemente para reunirse con su camarada el lord dedicado de Yarrin y escoltarlo de regreso a su mansión.

Cazaril esperaba que el nuevo santo general de la Hija, lord Dondo de Jironal, se alegrara y congratulara de encontrar la casa limpia mañana. Lo esperaba fervientemente.

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