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– De Cazaril. Sois vos . Os dábamos por muerto.

Seguro que sí .

– No, mi lord. Escapé.

– Algunos de vuestros amigos se temían que hubierais desertado…

Ninguno de mis amigos se temería algo así .

– Pero los roknari dijeron que habíais muerto.

– Una ruin mentira, sir. -Omitió decir de quién era la mentira, sofrenando su audacia-. Me vendieron a las galeras con los hombres que no fueron rescatados.

– ¡Tamaña vileza!

– Eso mismo pensé yo.

– Es un milagro que sobrevivierais a tan dura prueba.

– Sí. Lo fue. -Cazaril parpadeó, y ensayó una cándida sonrisa-. ¿Recuperasteis al menos el dinero del rescate, en retribución por la mentira? ¿O se lo embolsó algún ladrón? Me gustaría pensar que alguien pagó caro el ardid.

– No lo recuerdo. De eso se ocuparía el maestre contable.

– Bueno, fue una espantosa equivocación, pero todo ha acabado bien.

– Por cierto. Tenéis que hablarme de vuestras aventuras, en alguna ocasión.

– Cuando lo deseéis, mi lord.

De Jironal asintió austeramente, risueño, y prosiguió su camino, evidentemente tranquilizado.

Cazaril sonrió para sí, satisfecho de su autocontrol… si es que no lo confundía con miedo cerval. Se diría que sería capaz de sonreír, y seguir sonriendo, sin abalanzarse sobre la garganta del mendaz villano… Aún tendré madera de cortesano, ¿eh?

Apaciguados sus mayores temores, Cazaril abandonó su fútil intento de pasar desapercibido y se animó a pedir un baile a lady Betriz. Sabía que era alto y desgarbado, carente de gracia, pero por lo menos no deambulaba ebrio haciendo eses, lo que a esas alturas le confería ventaja sobre la mitad de los jóvenes presentes. Por no hablar de lord Dondo de Jironal, que después de monopolizar a Iselle en la pista durante algún tiempo, se había alejado con su caterva de alborotados aduladores para buscar placeres más escabrosos o un pasillo tranquilo en el que vomitar. Cazaril esperaba que fuera esto último. Los ojos de Betriz resplandecían de exultación mientras formaba las figuras con él.

Al cabo, Orico despertó, los músicos perdieron su brío, y la velada tocó a su fin. Cazaril movilizó a los pajes, a lady Betriz y a la señora de Vrit para recaudar el botín de Iselle y trasladarlo a lugar seguro. Teidez, desdeñando el baile, se había dado un atracón del espectacular surtido de dulces en detrimento del vino, aunque de Sanda seguiría teniendo que ocuparse de un violento caso de indisposición antes del amanecer como resultado. Pero estaba claro que el muchacho estaba más ebrio de atención que de alcohol.

– ¡Lord Dondo me ha dicho que parece que tengo dieciocho años! -dijo a Iselle, triunfante. El estirón que había pegado el verano pasado y que lo había encumbrado por encima de su hermana mayor le había dado pie para cacarearse en ocasiones, y para que Iselle lo ignorara siempre con un bufido. Ahora caminaba al trote hacia su dormitorio sin que sus pies tocaran apenas el suelo.

Betriz, con las manos llenas de joyas, preguntó a Cazaril mientras colocaban las alhajas en las cajas con cerradura de la antecámara de Iselle:

– ¿Y por qué no usáis vuestro nombre, lord Caz? ¿No os gusta Lupe? Lo cierto es que un nombre bastante varonil .

– Le cogí manía muy pronto -suspiró Cazaril-. Mi hermano mayor y sus amigos solían martirizarme ladrando y aullando hasta que me hacían llorar de rabia, lo que me enfadaba todavía más… por desgracia, para cuando hube crecido lo suficiente para defenderme de él, ya era demasiado mayor para juegos. Tuve la impresión de que era una injusticia.

Betriz se rió.

– ¡Ya veo!

Cazaril se retiró a la quietud de su propia antecámara, donde se dio cuenta de que había faltado a su palabra de redactar la prometida nota tranquilizadora a la provincara. Dividido entre el deber y la cama, suspiró y sacó sus plumas, papel y cera, aunque su informe fue mucho más escueto que el ameno relato que había planeado, apenas unos cuantos renglones sucintos que concluían: Todo está en orden en Cardegoss .

La selló, encontró un somnoliento paje que la entregara al primer correo que partiera del Zangre por la mañana, y se derrumbó en la cama.

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