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Palli le devolvió la sonrisa y aceptó un poco de queso y pastel del sirviente.

– Mi tropa se aloja en la ciudad. ¡Pero tú, Caz! En cuanto dije, Gotorget , me preguntaron si nos conocíamos… si me das con una brizna de paja me caigo, cuando mi lady me dijo que te habías presentado aquí, que venías caminando, ¡caminando!, desde Ibra, hecho un desastre.

La provincara se encogió de hombros, impenitente, ante la mirada de soslayo ligeramente reprobatoria que le lanzó Cazaril.

– Llevo media hora contándoles historias de la guerra -continuó Palli-. ¿Cómo tienes la mano?

Cazaril la recogió en el regazo.

– Casi recuperada. -Se apresuró a cambiar de tema-. ¿Qué te lleva a la corte?

– Bueno, no había tenido ocasión de pronunciar formalmente el juramento ante Orico desde la muerte de mi padre, y además, voy a representar a la Orden de la Hija de Palliar en la investidura.

– ¿Investidura? -preguntó Cazaril, con la mirada vacía.

– Ah, ¿ha decidido Orico al fin a quién va a entregar el generalato de la Orden de la Hija? -preguntó de Ferrej-. Desde la muerte del antiguo general, tengo entendido que hasta la última familia noble de Chalion lo importuna suplicándole el honor.

– No es de extrañar -comentó la provincara-. Comporta lucro y poder suficientes, aunque sea más modesto que el del Hijo.

– Oh, sí -convino Palli-. Todavía no se ha hecho público, pero es sabido… que recaerá sobre Dondo de Jironal, el hermano menor del canciller.

Cazaril se puso rígido; bebió un sorbo de vino para ocultar su desolación.

Tras una pausa prolongada, la provincara dijo:

– Qué elección más extraña. Sería de esperar que el general de una orden militar sagrada fuera un personaje más… austero.

– Pero, pero -apostilló de Ferrej-. ¡El canciller Martou de Jironal ostenta el generalato de la Orden del Hijo! ¿Dos, en una misma familia? Supone una peligrosa concentración del poder.

– Martou aspira también a convertirse en el provincar de Jironal -murmuró la provincara-, según los rumores. En cuanto se le terminen las fuerzas al viejo de Ildar.

– Eso no lo sabía -se sobresaltó Palli.

– Sí -dijo secamente la provincara-. A la familia Ildar no le hace ninguna gracia. Creo que cuentan con que el provincarazgo recaiga sobre uno de sus sobrinos.

Palli se encogió de hombros.

– Los hermanos Jironal ostentan una alta estima en Chalion, sin duda, merced a Orico. Supongo que yo, si fuera listo, encontraría la manera de agarrarme al dobladillo de sus capas e ir donde fueran ellos.

Cazaril frunció el ceño con la cara vuelta hacia el fondo de su copa y buscó la manera de desviar la conversación.

– ¿Qué otras noticias has oído?

– Bueno, hace dos semanas, el Heredero de Ibra ha enarbolado su estandarte en Ibra del Sur, una vez más, contra el viejo zorro, su padre. Todos pensaban que el tratado del verano pasado resistiría, pero parece que se reanudaron las disensiones el otoño pasado, y el roya lo ha repudiado. Otra vez.

– El Heredero -dijo la provincara-, presume. Ibra tiene otro hijo, al fin y al cabo.

– Orico respaldó al Heredero la última vez -observó Palli.

– A expensas de Chalion -murmuró Cazaril.

– Me da la impresión de que Orico pensaba a largo plazo. Al final -dijo Palli-, seguramente venza el Heredero. De uno u otro modo.

– El anciano gozará de una victoria amarga si para ello ha de derrotar a su hijo -comentó de Ferrej, en tono de meditada consideración-. No, apostaría a que se perderán más vidas, y luego firmarán un acuerdo entre ellos sobre los cadáveres.

– Lamentable tesitura -dijo la provincara, tensos los labios-. No puede salir nada bueno de ahí. Eh, de Palliar. Cuéntame una noticia agradable. Dime que la royina de Orico está embarazada.

Palli meneó la cabeza, apesadumbrado.

– No que yo sepa, mi dama.

– Bueno, en tal caso, vayamos a cenar y dejemos de hablar de política. Me despierta dolor de cabeza.

Los músculos de Cazaril se habían agarrotado en el tiempo que había pasado sentado, a despecho del vino; estuvo a punto de caerse al intentar levantarse de la silla. Palli lo cogió de un codo y le ayudó a incorporarse, con el ceño profundamente fruncido. Cazaril le dedicó un discreto movimiento de cabeza y se marchó para lavarse y cambiarse de ropa. Y auscultar sus heridas en privado.

La cena fue un evento jubiloso, al que asistió casi la totalidad de la casa. De Palliar, que desconocía la pereza cuando se trataba de comer o conversar en la mesa, acaparó la atención de todos los presentes, desde la de lord Teidez y lady Iselle hasta el último paje, con sus relatos. A pesar del vino, supo mantener la compostura ante tan ínclito auditorio, y contó únicamente las anécdotas más alegres, concediéndose en ellas más el papel de blanco de las bromas que el de héroe. La narración de cómo había seguido a Cazaril en una batida nocturna contra los zapadores roknari, disuadiéndolos así de su empeño durante un mes, consiguió que las miradas desorbitadas de los presentes se volcaran sobre Cazaril además de sobre el narrador. Era evidente que les costaba imaginarse al tímido y comedido secretario de la rósea sonriendo en medio del fango y el hollín, escalando la montaña de humeantes escombros con una daga en la mano. Cazaril se dio cuenta de que se resentía de las miradas. Querría ser… invisible, en esos momentos. En dos ocasiones intentó Palli pasarle la pelota de la conversación, para dar un nuevo giro al entretenimiento, y por dos veces volvió al campo de Palli o de de Ferrej. Ante el segundo fracaso, Palli desistió de intentar tirarle de la lengua.

La velada se prolongó hasta bien entrada la noche, pero al fin llegó la hora que tanto había anhelado y temido Cazaril, cuando todo el mundo se hubo retirado a sus aposentos, y Palli llamó a la puerta de su habitación. Cazaril le invitó a pasar, arrimó el baúl a la pared, lo cubrió con un cojín para su huésped y él mismo se sentó en la cama; tanto él como ella crujían audiblemente. Palli se acomodó y lo miró fijamente a la tenue luz de las dos velas, y comenzó con una franqueza que revelaba el hilo de sus pensamientos con pasmosa nitidez.

– ¿Un error, Caz? ¿Te has parado a pensarlo?

Cazaril exhaló un suspiro.

– Tuve diecinueve meses para pensarlo, Palli. Manoseé todas las posibilidades mentalmente hasta dejarlas tan desgastadas como una moneda vieja. Pensé en ello hasta hartarme de pensar, y lo di por olvidado. Está olvidado.

Esta vez, Palli desechó la noción con firmeza.

– ¿Crees que los roknari quisieron vengarse de ti, escondiéndote de nosotros y proclamando tu muerte?

– Es una posibilidad. -Salvo por el hecho de que vi la lista .

– ¿U omitiría alguien tu nombre en la lista a propósito? -insistió Palli.

La lista estaba redactada del puño y letra de Martou de Jironal .

– Ésa fue mi conclusión final.

Palli expulsó el aliento con un silbido.

– ¡Vil! Vil traición, después de todo lo que padecimos… ¡Maldita sea, Caz! Cuando llegue a la corte, pienso hablar de esto al marzo de Jironal. Es el señor más poderoso de Chalion, bien lo saben los dioses. Juntos, apuesto a que llegaremos al fondo de…

– ¡No! -Cazaril se elevó de sus cojines, aterrado-. ¡Palli, no! ¡Ni siquiera le digas que existo a de Jironal! No saques el tema, no me menciones… si el mundo cree que estoy muerto, tanto mejor. Si hubiera estado al corriente de la situación, me habría quedado en Ibra. Tú… déjalo correr.

Palli se le quedó mirando fijamente.

– Pero… Valenda no es que sea el confín del mundo. Está claro que la gente se enterará de que sigues con vida.

– Es un lugar tranquilo y pacífico. Aquí no molesto a nadie.

Había otros hombres igual de valientes, algunos más fuertes; era la inteligencia de Palli lo que le había convertido en el teniente favorito de Cazaril en Gotorget. Sólo hacía falta mostrarle el cabo de un hilo para que empezara a desenredar la madeja… entornó los ojos, que centellaban a la suave luz de las velas.

– ¿De Jironal? ¿En persona? Por los cinco dioses, ¿qué le hiciste?

Cazaril se revolvió, incómodo.

– No creo que fuese nada personal. Creo que fue tan sólo un pequeño… favor, a otra persona. Un favor de nada.

– Entonces hay al menos dos hombres que saben la verdad. Dioses, Caz, ¿qué dos?

Palli continuaría husmeando… Cazaril no tendría que decirle nada… demasiado tarde para eso… o lo suficiente para acallar sus dudas. Nada de medias tintas, la mente de Palli persistiría en la solución del rompecabezas… a la que ya se estaba aplicando.

– ¿Quién podría odiarte de ese modo? Siempre fuiste una persona afable, eras célebre por tu negativa a participar en duelo alguno, dejando que los fanfarrones se pusieran en evidencia ellos solos, por tu talante pacificador, por conseguir los términos más asombrosos en los tratados, por evitar el partidismo… ¡Por el infierno del Bastardo, ni siquiera apostabas jugando! ¡Un favor de nada! ¿Quién iba a albergar un odio tan implacable y cruel contra ti ?

Cazaril se frotó la frente, donde comenzaba a instalarse un dolor sordo, y no por culpa del vino de la cena.

– Miedo. Creo.

Palli frunció los labios en señal de estupefacción.

– Y si se llega a saber que tú lo sabes, tendrán miedo también de ti. No te lo deseo, Palli. Quiero que permanezcas al margen.

– Si el miedo llega hasta ese extremo, el simple hecho de que hayamos conversado me convertirá en sospechoso. Su miedo, sumado a mi ignorancia… ¡dioses, Caz! ¡No me sueltes en el campo de batalla con los ojos vendados!

– ¡No quiero volver a enviar a ningún hombre al campo de batalla! -La fiereza de su propia voz cogió a Cazaril por sorpresa. Palli abrió mucho los ojos. Pero la solución, la manera de utilizar la insaciable curiosidad de Palli contra él, se le apareció a Cazaril en ese momento-. Si te digo lo que sé, y cómo lo sé, ¿me darás tu palabra -¡tu palabra!- de olvidar el asunto? No investigues, no lo menciones, no me menciones a mí… nada de sugerencias veladas, nada de rondar el tema…

– ¿Cómo, igual que tú ahora? -lo interrumpió secamente Palli.

Cazaril soltó un gruñido, medio divertido, medio de dolor.

– Exacto.

Palli apoyó la espalda en la pared, y se pasó la mano por los labios.

– Menudo comerciante -dijo, risueño-. Intentando venderme un cerdo encerrado en un saco, sin abrirlo para que vea antes al animal.

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