Cuando entró Brunetti, los hombres levantaron la mirada, pero no se movieron.
– Ya pueden llevárselo al hospital, dijo, dio media vuelta y salió del camerino, cerrando la puerta.
Miotti seguía donde lo había dejado, hojeando una libreta similar a la que llevaba Brunetti.
– Vamos a tomar una copa -dijo Brunetti-. Probablemente, el hotel es lo único que estará abierto a esta hora. -Suspiró, ya cansado-. Y me vendrá bien un trago. -Echó a andar hacia la izquierda, pero vio que volvía a los bastidores. La escalera había desaparecido. Llevaba tanto rato en el teatro, subiendo y bajando escaleras y recorriendo pasillos que estaba totalmente desorientado y no tenía idea de cómo salir.
Miotti le tocó ligeramente en el brazo y le dijo:
– Por aquí, señor -llevándolo hacia la izquierda, donde estaba la escalera por la que habían subido hacía más de dos horas.
Abajo, el portiere , al ver el uniforme de Miotti, metió la mano debajo del mostrador frente al que estaba sentado y pulsó el botón que desbloqueaba la puerta de torno. Con un ademán, el hombre les indicó que sólo tenían que empujar. Como sabía que Miotti ya había interrogado al hombre acerca de quién había entrado y salido por aquella puerta durante la noche, Brunetti no se molestó en hacerle más preguntas, sino que salió directamente al desierto campo que se extendía más allá de la puerta.
Antes de entrar en la estrecha calle que conducía al hotel, Miotti preguntó:
– ¿Me necesitará para esto, señor?
– No tenga escrúpulos en tomar una copa yendo de uniforme -le dijo Brunetti.
– No es eso, señor. -Quizá el chico estuviera cansado.
– ¿Qué es entonces?
– Verá, señor, el portiere es amigo de mi padre, y he pensado que, si ahora vuelvo y le invito a tomar una copa, quizá me diga algo más. -Como Brunetti no respondiera, el muchacho agregó rápidamente-: Era sólo una idea, señor. No quiero…
– Una buena idea. Muy buena. Vuelva y hable con él. Le veré por la mañana. No hace falta que llegue antes de las nueve.
– Gracias, señor -dijo Miotti con una amplia sonrisa. El joven se llevó la mano a la gorra en un respetuoso saludo que Brunetti contestó agitando la mano con negligencia, y volvió al teatro, a seguir haciendo de policía.