Apenas si eran creídas sus disposiciones por los criados de su casa. Estaban demasiado hechos al desprendimiento de ese rey piadoso y distraído, que daba órdenes con voz tímida y las olvidaba enseguida, y de quien se contaba que habiendo pedido en cierta ocasión un vaso de agua y, conchabados sus sirvientes para comprobar si, fingiendo olvido, reiteraría su deseo, vieron con asombro que, una hora más tarde, venía el rey en persona a buscar el agua a donde reían los pajes su insolente broma… Y así, más bien pensaron que el Monje se hubiera vuelto loco al entender que requería al verdugo y sus ayudantes y ordenaba erigir el tajo, cuando ningún crimen se había cometido ni estaba por cumplirse ninguna sentencia.
Estos preparativos fueron hechos con entero sigilo. El tajo no se montó en la plaza pública, sino en una gran cuadra del palacio, próxima al atrio de la iglesia; y nadie podía conjeturar a qué se dirigían, pues sólo algunos familiares de Ramiro y los caballeros de la casa de la reina que la acompañaron a Aragón y se quedaron en el Corte participaban en las idas rápidas y las voces quedas de la conjura. A su hora, fueron saliendo mensajeros en direcciones distintas para buscar bajo engañosas órdenes a los magnates del reino; y todo se fue cumpliendo con helada exactitud.
La primera cabeza que hubo de caer separada por el hacha fue la muy anciana y venerable del prelado de Huesca.
Se comentó más tarde que, recostada ya en el grueso tronco bajo las manos del ayudante, cuyos dedos separaban con torpeza la barba cana del dignatario, aún no terminaba de creer el altivo señor en la mudanza de la suerte, ni se resolvía a deponer la ira y revestirse de la resignada modestia con que es decoroso comparecer a la presencia de Dios.
Sobre la sangre del obispo, que corría hasta el suelo en delgados hilos negros, cayó la de los demás grandes, uno tras otro. Todo era tan rápido que apenas si les daba tiempo a abandonar el aplomo arrogante y asumir, tras la sorpresa, la actitud que a cada cual le dictara su alma frente a la muerte. Y sólo el señor de Barbastro se detuvo a la entrada y perdió el color y se le crispó la boca y se le extraviaron los ojos, viendo a un perrillo lamer la sangre que aún fluía de un tronco sin cabeza, en el que reconoció la corpulencia y la ropa de su propio hermano…
Cuando ya no quedó ninguno por ejecutar, fueron sacados los cuerpos en una carreta y expuestas en el atrio de la iglesia las cabezas, formando una campana que anunciaba el escarmiento dispuesto por el rey en quienes más se habían atrevido -según explicó un pregonero, convocado el pueblo a tambor batiente. Un silencio de horror dominó en la plaza, y eso duró todo el día, y se hizo aún más denso en la noche. Pero pasado un tiempo, ya ni los muchachos miraban las descarnadas cabezas… De todo esto sólo había quedado escrito el testimonio de los Anales Toledanos, que dicen: "Mataron las potestades de Huesca: era 1136."
Pocos meses más tarde festejaba Aragón los solemnes desposorios de doña Petronila con Ramón Berenguer IV. La novia tenía dos años de edad; el novio, veinticuatro…
Ramiro el Monje dio al príncipe catalán, con su hija, el ejercicio del poder, conservando para sí, durante los diecisiete años que se prolongó todavía su existencia mortal, el título y la sombra de rey. De este modo, y a través de tan perturbadoras y dolorosas crisis, de tanto angustiarse y buscar, de tanto dar tormento a su alma, vino por fin a cumplir Ramiro su designio originario, viviendo en la Corte esa dignidad sin servicio que correspondía, en su condición regia, al orden de su nacimiento.
(1943)