– ¡Caramba! -dijo el mozo retirando el arma-. Esta vez el patrón no podrá decir que estaba mal afilado.
A sus pies, el cadáver se desangraba en el agua ennegrecida.
– Bueno, ya está -murmuró el joven-. He mantenido la palabra empeñada.
Una masa contundente se estrelló de improviso sobre su sien, haciéndole derrumbarse sin sentido.
El agente F-5 emitió un silbido casi imperceptible. Una canoa se aproximó al lugar.
– Súbelo a bordo -dijo-. Este cerdo me ha evitado un desagradable trabajito.
El hombre de la canoa tiró del cuerpo del aprendiz.
– Una inyección de N.R.F. [15] -continuó el otro-, y lo devolvemos a casita.
Registraron el cuerpo inerte. La herida había dejado de sangrar. Uno de ellos recogió el arma y la arrojó lo más lejos que pudo.
La billetera, el cinturón. Había que deshacerse también de todo aquello. A continuación, empujaron el cuerpo hacia la orilla. Era preciso que alguien llegase a dar con él. F-5 tenía necesidad de cubrirse las espaldas con relación a Mackinley.
El zumbido de la pequeña canoa parecía sonar con sordina. F-5 se subió a ella. El frágil casco se sumergió un poco más en el agua acusando su peso.
– Vamos -dijo-. Nos queda trabajo todavía.
La mancha negra de la embarcación desapareció entre las sombras.
(1949)