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– ¡Bob! ¡Bob! ¡Tengo miedo…!

La estreché contra mí al mismo tiempo que me sentaba prestamente sobre el escritorio. La máquina dio de lleno contra éste, y lo empujó hasta la pared, con la cual chocó con una fuerza irresistible. La habitación tembló, y un pedazo de cascote se desprendió del techo. si nos hubiéramos quedado entre la pared y el escritorio, nos hubiese cortado por la mitad.

– Suerte que no la haya provisto de ejecutores de más alcance -murmuré-. Quédate aquí.

Dejé sentada a Florence sobre el escritorio. Por muy poco, quedaba fuera del alcance de la máquina. Yo eché pie a tierra.

– ¿Qué vas a hacer, Bob?

– No hay ninguna necesidad de decirlo en voz alta… -respondí.

– Lo sé -comentó la máquina-. De nuevo vas a intentar desconectarme.

Al verla recular, esperé.

– Conque te acobardas ¿eh? -ironicé.

La máquina emitió un gruñido furioso.

– ¿Eso crees? ¡Ahora verás!

Volvió a precipitarse sobre el escritorio. Es lo que yo estaba esperando. En el momento en que lo alcanzó y comenzó a intentar espachurrarlo para llegar hasta mí, me lancé sobre ella de un salto. Con la mano izquierda me agarré a los cables de alimentación que le salían por la parte superior, mientras que con la otra me esforzaba por alcanzar la palanquita de contacto. Al intante recibí un violento golpe sobre el cráneo. Volvió contra mí la barra del lectoscopio y se disponía a volver a golpearme. Aún gimiendo de dolor, alcancé a torcerle brutalmente la palanca. La máquina gritó. Pero antes de que tuviera tiempo de reforzar mi presa, comenzó a sacudirse como un caballo encabritado y salí despedido como un proyectil. Me estrellé contra el suelo. Sentí un violento dolor en una de las piernas y vi, entre penumbras, que la máquina reculaba disponiéndose a acabar conmigo. Luego fue la completa oscuridad.

Cuando volví en mí, estaba tumbado, con los ojos cerrados y la cabeza sobre las rodillas de Florence. Experimentaba todo un conjunto de complejas sensaciones. La pierna me dolía, pero algo muy dulce se apretaba contra mis labios haciéndome sentir una emoción fuera de lo común. Abrí los ojos y pude ver los de Florence a dos centímetros escasos de los míos. Me estaba besando. Me volví a desvanecer. Pero en esta ocasión ella me sopapeó, y recobré el conocimiento acto seguido.

– Me has salvado la vida, Florence…

– Bob… -me respondió-. ¿Quieres casarte conmigo?

– No era a mí a quien correspondía proponértelo, querida Florence -contesté sonrojándome-. Pero acepto con alegría.

– Conseguí desconectarla a tiempo -prosiguió ella-. Ahora no hay aquí ningún testigo. Y ahora…, no me atrevo a pedírtelo, Bob… Quieres…

Había perdido el aplomo. La lámpara del techo del laboratorio me hacía daño en los ojos.

– Florence, ángel mio, háblame…

– Bob… recitame a Géraldy…

Sentí que la sangre comenzaba a circularme más de prisa. Cogí su bonita y rasurada cabeza entre mis manos y busqué sus labios con audacia.

– Baja un poco la pantalla … -murmuré.

(1950)

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