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– Al César lo que es del César -arbitró Montenegro, bostezando con disimulo-. Usted no ignorará que la orquestación de esas ententes cordiales ya constituye para mí una segunda naturaleza.

– Preocupado por la falta de plata, Ricardo consultó a Croce; estos parlamentos le demostraron que el Comendador se estaba arruinando a propósito.

»Lo azoraba y humillaba la convicción de que toda su vida era falsa. Fue como si de golpe a usted le dijeran que usted es otra persona. Ricardo se había creído una gran cosa: ahora entendió que todo su pasado y todos sus éxitos eran obra de su padre, y que éste, quién sabe por qué razón, era su enemigo y le estaba preparando un infierno. Por eso pensó que no le valía mucho vivir. No se quejó, no dijo nada contra el Comendador, a quien seguía queriendo; pero dejó una carta para despedirse de todos y para que su padre la comprendiera. Esa carta decía.

Ahora las cosas han cambiado y seguirán cambiando… Lo que mi padre ha hecho por mí no lo ha hecho ningún padre en el mundo.

»Será porque hace tantos años que vivo en esta casa, pero ya no creo en los castigos. Allá se lo haya cada uno con su pecado. No es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres. Al Comendador le quedaban pocos meses de vida; a qué amargárselos delatándolo y revolviendo un avispero inútil de abogados y jueces y comisarios.

Pujato, 4 de agosto de 1942

La víctima de Tadeo Limardo

A la memoria de Franz Kafka

I

El penado de la celda 273, don Isidro Parodi, recibió con algún desgano a su visitante: "otro compadrito que viene a fastidiar", pensó. No sospechaba que veinte años atrás, antes de ascender a criollo viejo, él se expresaba del mismo modo, arrastrando las eses y prodigando los ademanes.

Savastano se ajustó la corbata y arrojó el chambergo marrón sobre la cucheta reglamentaria. Era moreno, buen mozo y ligeramente desagradable.

– El señor Molinari me dijo que lo molestara -aclaró-. Vengo por el hecho de sangre del Hotel El Nuevo Imparcial. El misterio que tiene en jaque a todos los cráneos. Quiero que usted interprete: yo estoy aquí de puro patriota, pero los pesquisas me tienen entre ojos y he sabido que para arrancar el velo del enigma usted es una fiera. Le expondré los hechos grosso modo, sin subterfugios, que son ajenos a mi carácter.

»Los virajes de la vida me han impuesto, por el momento, un compás de espera. Ahora estoy en el llano, contemplando lo más tranquilo cómo pintan las cosas. No me acaloro por un miserable centavo. El tipo estudia, toma soda, y, cuando le conviene, da el zarpazo. Usted se reirá si le digo que hace un año que no concurro al Mercado de Abasto. Los muchachos, cuando me vean, se van a preguntar: ¿Quién es éste? Le juego lo que quiera que abren la boca cuando me vean llegar en el camioncito. En el entre tanto me he retirado a cuarteles de invierno. Para serle franco: al Hotel El Nuevo Imparcial, Cangallo al 3400, un rincón porteño que aporta su acento propio al cuadro de la metrópoli. Lo que es yo, no es por mi gusto que me domicilio en esa barriada, y el día menos pensado

toco la polca 'el espiante,

silbando un modesto tango.

»Los impulsivos que ven en la puerta el cartel que dice Camas para caballeros desde $ 0,60 palpitan que el establecimiento es una roña viva. Le pido sinceramente que no se deje alucinar, don Isidro. Aquí donde me ve, dispongo de un dormitorio particular que provisoriamente comparto con Simón Fainberg, conocido vulgarmente por el Gran Perfil, pero que siempre está en la Casa del Catequista. Se trata de un pasajero golondrina, de esos que un día aparecen en Merlo y otro en Berazategui, y que ya ocupaba el recinto cuando llegué hace dos años, y para mí que ya no se va más. Le hablo con el corazón en la mano: esos rutinarios me sublevan, no vivimos en el tiempo de la carreta y yo soy como esos viajantes que gustan renovar su horizonte. Concretando: Fainberg es un muchacho que no está en el ambiente y que piensa que el mundo gira en torno de su baúl cerrado con llave, pero que en un momento de apuro no es capaz de facilitar a un argentino un peso con cuarenta y cinco centavos. La muchacha se divierte y goza, la farándula sigue, y sólo tienen una carcajada sardónica para estos muertos que caminan.

»Usted, en su nicho, en su punto de mira, como quien dice, va a agradecerme el cuadro vivo que le voy a brindar: la atmósfera del Nuevo Imparcial tiene su interés para el estudioso. Es un verdadero muestrario que hay que reírse. Yo siempre le digo a Fainberg: ¿A qué te vas a patinar dos pesos con Ratti, si ya tenemos en casa el zoológico? Para serle franco, él lo tiene en la cara, porque es un miserable huevo de tero con pelo colorado, que no me extraña que la Juana Musante le haya parado el carro. La Musante, usted sabe, viene a ser como la patrona: para eso es la mujer de Claudio Zarlenga. El señor Vicente Renovales y el mencionado Zarlenga integran el binomio que dirige el establecimiento. Hace tres años que Renovales lo tomó de socio a Zarlenga. El viejo estaba cansado de lidiar solo, y esa infusión de sangre joven le dio un empujón saludable al Nuevo Imparcial. Entre nosotros le paso el dato que es un secreto a voces: ahora las cosas andan peor que antes y el establecimiento es un pálido fantasma de lo que fue. La llegada fatídica de Zarlenga se debe a que llegó de la Pampa; para mí que es un prófugo. Usted calcule, le había sacado la Musante a un empleado del correo en Banderaló, un matón. El presupuestívoro se quedó papando moscas; Zarlenga, que sabe que en la Pampa no se anda con rodeos para estas cosas, echó mano a la red ferroviaria y se vino al Once. Vino a esconderse entre el gentío, si usted me capta. Yo, en cambio, no necesité ni un Lacroze para ser el hombre invisible; me lo paso de sol a sol metido en la piecita, que es un buraco, y me río de la barra de jugo de Carne, que anda compadreando por el Abasto, y no me ve el pelo. Por las dudas me la pasé en el colectivo haciendo visajes, para que me tomaran por otro.

»Zarlenga es un animal con ropa, carente de roce, un compadrón, mejorando lo presente. No tengo por qué negarle que a mí me trata con guante blanco, porque la única vez que me levantó la mano estaba con copas y yo no le llevé el apunte, porque era mi cumpleaños. Intriga negra de la calumnia: a la Juana Musante se le había metido entre ceja y ceja que yo aprovechaba la oscuridad ambiente para aventurarme antes de comer hasta mitad de cuadra y hacerle la pasada a la ñata de la gomería. Es lo que ya le dije: la Musante ve turbio con los celos y, aunque sabe que yo me atengo al patio del fondo, siempre firme en la brecha, como quien dice, le fue a Zarlenga con el cuento de que yo me había conseguido infiltrar en el lavadero con el propósito pecaminoso. El hombre se me vino como leche hervida, y yo le doy la razón. A no ser por el señor Renovales, que de propia mano me puso la carnaza cruda en el ojo, yo de repente me sulfuro. Fábulas que disipa el somero examen: le acepto que la Juana Musante tiene un cuerpo que a uno lo deja de cama, pero un tipo como yo que tuvo una historia con una señorita que ya es manicura, y después con una menor que iba a ser astro de la radio, no se perturba con ese corpachón atractivo, que puede suscitar la atención en Banderaló, pero que a la muchachada del Centro la pone apática.

» Como dice Anteojito en su columnita de Última Hora, la llegada misma de Tadeo Limardo al Nuevo Imparcial está signada por el misterio. Llegó con Momo, entre pomos y bombitas de mal olor, pero Momo no lo verá el otro carnaval. Le pusieron el sobretodo de madera y se radicó en la Quinta del Ñato: los infantes de Aragón ¿qué se fizieron?

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