Литмир - Электронная Библиотека

Miss Bilham agregó:

– Las tuve que tirar por la letrina porque daban tan feo olor.

Lo dijo con una voz casi voluptuosa.

V

Anglada, esa mañana de septiembre estaba inspirado. Su mente lúcida comprendía el pasado y el porvenir; la historia del futurismo y los trabajos de zapa que algunos hommes de lettres urdían a su espalda para que él aceptara el premio Nobel. Cuando Parodi creyó que esa verba se había agotado, Anglada esgrimió una carta y dijo con una risa benévola:

– ¡Ese pobre Formento! Decididamente los piratas chilenos saben su negocio. Lea esta carta, amigo Parodi. No quieren publicar esa grotesca versión de Paul Valéry.

Don Isidro leyó con resignación:

Muy Sr. mío:

Cúmplenos repetir lo que ya explicamos en contestación a las suyas del 19, 26 y 30 de agosto ppdo. Imposible costear edición: gastos de clichés y derechos de Walt Disney, de impresos para Año Nuevo y Pascua en lenguas extranjeras, hacen impracticable el negocio a menos que usted se avenga a adelantar el importe del pliego único y gastos de almacenamiento en el Guardamuebles La Compresora.

Quedamos a sus gratas órdenes.

Por el subgerente: Rufino Gigena S.

Don Isidro, al fin, pudo hablar:

– Esa cartita comercial viene como caída del cielo. Ahora empiezo a atar cabos. Hace rato que usted se da el gusto de hablar de libros. Yo también puedo hablar. Últimamente leí esta cosa que trae esas figuras tan lindas: usted con zancos, usted vestido de criatura, usted biciclista. Mire que me he reído. Quién iba a decirle a uno que don Formento, mozo marica y fúnebre si los hay, supiera reírse tan bien de un sonso. Todos sus libros son un titeo: usted se manda los Himnos para millonarios, y el mocito, que es respetuoso, las Odas para gerentes; usted, La libreta de un gaucho; el otro, Las apuntaciones de un acopiador de aves y huevos. Oiga, le voy a contar desde el principio lo que pasó.

»Primero vino un pavote con el cuento de que le habían robado unas cartas. No le hice caso, porque, si un hombre ha perdido algo, no le va a encargar a un preso que se lo busque. El pavote decía que las cartas comprometían a una señora; que no tenía nada con la señora, pero que se carteaban por afición. Eso lo dijo para que yo pensara que la señora era su querida. A la semana vino ese pan de Dios, Montenegro, y dijo que el pavote andaba de lo más preocupado. Esta vez usted había procedido como alguien que de veras ha perdido algo. Fue a ver a uno que todavía no está en la cárcel y que es mentado como pesquisa. Después todos se fueron al campo, murió el finado Muñagorri, don Formento y una tilinga vinieron a fastidiarme y yo empecé a maliciar la cosa.

»Usted me dijo que le habían robado las cartas. Hasta me dio a entender que se las había robado Formento. Lo que usted quería era que la gente hablara de esas cartas y que se imaginaran no sé qué fábulas de usted y de la señora. Después la mentira le salió verdad: Formento le robó las cartas. Las robó para publicarlas. Usted ya lo tenía cansado; con las dos horas de monólogo que usted me ha descargado esta tarde lo justifico al mozo. Le había tomado tanta rabia que ya no le bastaban las indirectas. Se resolvió a publicar las cartas, para acabar de una vez y para que toda la República viera que usted no tenía nada con la Mariana. Muñagorri veía las cosas de otro modo. No quería que su mujer se pusiera en ridículo con un librito de zonceras. El 29 le paró el carro a Formento. De esta sesión, Formento no me dijo nada; estaban discutiendo el asunto cuando llegó Mariana y tuvieron la finura de hacerle creer que hablaban de un libro que Formento estaba copiando del francés. ¡Qué pueden importarle a un hombre de campo los libros de gente como ustedes! Al otro día Muñagorri se lo llevó a Formento al Pilar, con una carta a los de la imprenta para que pararan el libro. Formento vio el asunto color de hormiga y decidió librarse de Muñagorri. No le dolía mucho, porque siempre había el riesgo de que se descubrieran sus amores con la señora. Esa tilinga no podía contenerse: hasta andaba repitiendo las cosas que le oía -lo del amor y la caridad, lo de la inglesa que no había dado su lugar…-. Hasta una vez se traicionó al nombrarlo.

»Cuando Formento vio que el chico había tirado sus prendas de gaucho, comprendió que había llegado la hora. Caminó sobre seguro. Se agenció una buena coartada: dijo que estaba abierta la puerta entre su dormitorio y el de la inglesa. Ni ella ni el amigo Montenegro lo desmintieron; sin embargo, es costumbre cerrar la puerta, para esos pasatiempos. Formento eligió bien el arma. El cuchillo del Pampa servía para complicar a dos personas: al mismo Pampa, que es medio loco, y a usted, don Anglada, que se finge amante de la señora y que más de una vez se hizo el nene. Dejó el rebenquito en la pieza de usted, para que lo encontrara la policía. A mí me trajo el libro de las figuras, para darme la misma sospecha.

»Con toda comodidad salió a la terraza y lo apuñaló a Muñagorri. Los peones no lo vieron porque estaban abajo, atareados en los toros.

»Vea lo que es la Providencia. Todo eso había hecho el hombre para sacar un libro con las cartitas de esa tilinga y las felicitaciones de Año Nuevo. Basta mirar a esa señora para adivinar lo que son sus cartas. No es milagro que los de la imprenta les sacaran el cuerpo.

Quequén, 22 de febrero de 1942

Las previsiones de Sangiácomo

A Mahoma

I

El recluso de la celda 273 recibió con marcada resignación a la señora de Anglada y a su marido.

– Seré rotundo; daré la espalda a toda metáfora -prometió gravemente Carlos Anglada-. Mi cerebro es una cámara frigorífica: las circunstancias de la muerte de Julia Ruiz Villalba -Pumita, para los de su clase- perduran en ese recipiente gris incorruptas. Seré implacable, fidedigno; miro estas cosas con la indiferencia del deux ex machina. Le impondré un corte transversal de los hechos. Lo conmino, Parodi: sea usted un nervio auditivo.

Parodi no levantó los ojos, siguió iluminando una fotografía del doctor Irigoyen; el introito del vigoroso poeta no le comunicaba hechos nuevos: días antes había leído un sueltito de Molinari sobre la brusca desaparición de la señorita de Ruiz Villalba, uno de los elementos juveniles más animados de nuestro mundillo social.

Anglada impostó la voz; Mariana, su mujer, tomó la palabra:

– Ya Carlos hizo que me costeara a la cárcel y yo que tenía que ir a opiarme en la conferencia de Mario sobre Concepción Arenal. Qué salvada la suya, señor Parodi, no tener que ir a La Casade Arte: hay cada figurón que es un plomo, aunque yo siempre digo que Monseñor habla con mucha altura. Carlos, como toda la vida, va a querer meter su cuchara, pero al fin y al cabo es mi hermana, y no me han arrastrado hasta aquí para que yo esté callada como una ente. Además las mujeres, con la intuición, nos damos más cuenta de todo, como dijo Mario a la vez que me felicitó por el luto (yo estaba hecha una loca, pero a las platinadas nos sienta el negro). Mire, yo con la suite que tengo, voy a contarle las cosas desde el principio, aunque no me hago la difícil con la manía de los libros. Usted habrá visto en la rotogravure que la pobre Pumita, mi hermana, se había comprometido con Rica Sangiácomo, que tiene un apellido que es matador. Aunque parezca un cache, era una pareja ideal: la Pumita tan mona, con el cachet Ruiz Villalba y los ojos de Norma Shearer, que ahora se nos fue, como dijo Mario, ya no quedan más que los míos. Es claro que era una india y que no leía más que Vogue y por eso le faltaba ese charme que tiene el teatro francés, aunque Madeleine Ozeray es un adefesio. Es el colmo venir a decirme a mí que se ha suicidado, yo que estoy tan católica desde el Congreso y ella con esa joie de vivre que yo también la tengo, aunque no soy una mosca muerta. No me diga que es una plancha y una falta de consideración este escándalo como si yo no tuviera bastante con lo del pobre Formento, que le clavó el cuchillito por el sillón a Manuel, que estaba embobado con los toros. A veces me da que pensar y digo que es llover sobre mojado.

14
{"b":"125389","o":1}