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– ¿Ni saben contarla?

– Me imagino que no.

Y de regalo El doctor Jivago, de Pasternak, la paloma torcaz del demonio Belcebú Seteventos no dejaba de parir su mensual pelucona de oro, Miguel Strogoff, del inmortal Julio Verne, Yo no soy sino una mujer sumida en la tristeza, anegada por la tristeza, ahogada en la más rítmica e incontenible tristeza, y Aventuras de la novela negra, con hombres duros y muy bellas mujeres, la policía detuvo a la Caralluda de Valadouro porque le partió la cabeza a un cabrito de un botellazo, lo más probable es que con razón, Trini la Madrileña y Carmeliña Conacha Brava le llevaban pitillos y tortilla de patatas a la cárcel, anís no porque lo prohíbe el reglamento, a los quince o veinte días la soltaron.

Un día vimos por la calle a un chico guapísimo, de aire agresivo y salvaje, parecía Tarzán, con el pelo revuelto pero muy cuidado y limpio, los ojos verdes, los labios rojos y carnosos, el porte atlético, con una zamarra de ante forrada de piel de borrego, iba muy a la moda, llevaba un violín en su estuche, después supe que se llamaba Miguel Negreira, que era artista y que su padre había hecho dinero con el volframio; las tres nos quedamos prendadas, casi enamoradas, pero ninguna lo volvimos a ver en mucho tiempo.

– ¿Alguna de ustedes sabe el principio de Arquímedes?

– Sí, señorita, todas menos Araceli.

De vez en cuando las dos López Santana y yo merendábamos en el Galicia con unos chicos de Ferrol, los tres hijos de marinos, que estaban estudiando arquitectura en La Coruña, el mío se llamaba Juan Manuel y jugaba muy bien al ajedrez, el de Matty era un bellezón que se llamaba Rogelio, como el nombre no le gustaba le decíamos Filis, a Betty Boop, que era menos exquisita, le adjudicamos uno muy pijo, muy tontito, que nos daba mucha risa, no recuerdo su nombre pero sí que le llamábamos el Zanahorio porque tenía mucho acné y la cara muy colorada.

– ¿Usted cree que los crímenes se preparan siempre en silencio?

– Me parece recordar que esto ya me lo preguntó usted otra vez, pero procuraré complacerle: los buenos crímenes, sí, sin duda, y los demás, ¿qué importa a nadie?

Los ferrolanos tenían alquilado un piso en Riego de Agua, cerca de la Diputación, en la otra acera, casi esquina a la calle de la Trompeta, a veces nos reuníamos a cantar y a tocar la guitarra, pero la cosa jamás pasaba de ahí; un día, durante las vacaciones de Semana Santa, nos fuimos en autostop hasta Ferrol para verlos, nos llevó un dentista que trabajaba lunes y martes en Puentedeume y que no se propasó lo más mínimo, desde aquí fuimos en una camioneta de gaseosas y el chofer le fue pellizcando todo el camino a Matty, que era la que le quedaba al lado.

A mi marido y a mí nos clavaron en la cruz de San Andrés para que sirviéramos de ejemplo a los hijos de familia, a las hijas de familia, éstas aprendieron la lección todavía peor que sus hermanos; mi marido, cuando agonizábamos en la cruz, cuando ya casi no nos quedaba aliento, me preguntó,

– ¿Cuántos estúpidos crees que se precisan para formar un coro que cante la loa de los crucificados medianamente bien?

– No tengo la menor idea, a lo mejor no muchos.

Don Severino Fontenla, el cura castrense medio putero, se encontró en la calle con Guillermina Fojo, la nuera de Faneca, y se pusieron a hablar:

– ¿A usted qué le parece eso del yoga y la meditación trascendental, don Severino?

– ¡Calla, hija, calla! ¡Cuando el diablo no sabe qué hacer, con el rabo espanta las moscas!

A mí me dieron un papel en el que se leía que en nuestro interior existen tremendos poderes y facultades de los que no somos conscientes, me lo dieron en los Cantones, se lo daban a todo el mundo, para mí que esto no es verdad del todo, tampoco somos conscientes del bazo o del páncreas, la práctica del yoga y la meditación nos ayuda a despertar la más elevada de las inteligencias, bueno, ¿y qué? Loliña Araújo nunca se llevó bien con su nuera Guillermina, a Loliña Araújo, a pesar de los años, los hombres le siguen gustando más que a su nuera, no digo que ésta sea lesbiana, no, a mí me parece que pasa de todo, que lo único que le gusta es mandar, bueno, esto tampoco se sabe nunca y lo mejor va a ser callarse, no merece la pena pasarse la vida argumentando.

– ¿Alguna de ustedes sabe el teorema de Pitágoras?

– Sí, señorita, todas menos Araceli.

– Bien. ¿Alguna de ustedes conoce la geometría cuatridimensional de Minkovski?

– No, señorita, eso no lo sabemos ninguna, eso no viene en el libro.

En La Coruña muere casi todos los días una cigarrera jubilada, da pena ver cómo a la historia la barre el viento, La Coruña es ciudad de mucho viento, sopla por todas partes, a las mujeres nos levanta las faldas y a los hombres les hincha la cabeza, se la llena de fantasías.

En Ferrol, de pronto, vimos al del violín vestido de marinero, el del violín era Miguel Negreira, estaba haciendo la mili y le quedaba ya poco para cumplir; ni cortas ni perezosas fuimos a saludarlo, él también se había fijado en nosotras y nos había reconocido, y quedamos en vernos cuando volviese por La Coruña. Después, cuando nos enteramos que el del violín era profesor de violín, a Betty Boop le faltó tiempo para apuntarse a sus clases particulares, las impartía, vamos, las daba muy serio y poseído, muy en su papel, en la calle de Rosalía de Castro, 27, estudio, a un grupo de jóvenes, tres chicos muy espiritados y pálidos, Bernabé, Cristino y Nicolás, y dos chicas muy alegres y animadas, Adelita, que también era poetisa y recitadora, bueno, iba camino de serlo, y Betty Boop, que estaba especializada en Rabindranath Tagore, sin duda por influencia de su hermana, y en Bécquer y Juan Ramón Jiménez, a estos poetas la aficionó la madrileña Shell. Betty Boop y el del violín, además de verse en las clases, se solían encontrar en la piscina de la Hípica, tampoco siempre; Miguel Negreira andaba mucho con Lucas Muñoz, que era muy simpático, muy cariñoso y culto y que se había licenciado ya en filología clásica. sabía hasta sánscrito y hebreo. Un domingo quedaron los tres en ir a bañarse a la playa de Balco, o, más allá de Arteijo, que era de muy difícil acceso y estaba casi siempre vacía, a la playa de Balcobo había que ir desde la playa de Barrañán y saltando por encima de las rocas, ésta es ya la mar abierta y las olas baten con mayor o menor fuerza pero iodo el año. Betty Boop iba de medio tacón y Miguel la cogió en brazos para cruzarle las peñas sin que se mojase; ya en Balcobo la puso sobre la arena con una delicadeza infinita, con un mimo amoroso y enfermizo, y él y Lucas, cada uno por su lado, la estuvieron adorando en silencio toda la tarde y sin rozarle siquiera la piel, Betty Boop se sentía como un rosa, quise decir como una diosa.

A Baldomero, el sacristán de Santa Lucía, le gustaba mucho leer la Historia de España del padre Mariana, el de sacristán no es un oficio muy instruido, es cierto, pero siempre hay sus excepciones a todo.

– ¿Usted cree que la historia hay que contarla con detalle y parándose en minucias y pejigueras?

– Sí, sin duda, con todo detalle y sin pararse en nada, la historia no es más que el detalle y su interpretación, lo demás es la crónica; si se le quita el detalle, la historia se esfuma porque los sucesos no acontecen de forma general sino particular.

– Sí, puede que tenga usted razón, no se lo niego, yo aprendo algo cada día que pasa, en eso soy muy afortunado.

Baldomero Calvete no se siente con fuerzas para luchar contra el feo vicio de la masturbación, parece un mico, entre cuidar la iglesia, leer al padre Mariana y masturbarse se le va la vida, debe andar ya cerca de los cincuenta años. A la salida de la novena del Carmen, doña Concha Reigosa le dijo a doña Fermina la del registrador:

– ¿Qué opina usted de eso que se dice de que Loliña Araújo comete actos deshonestos con el sacristán en el primer confesonario de la izquierda según se entra de la calle? Que Dios me perdone, pero es un rumor muy extendido.

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