Литмир - Электронная Библиотека

– Será un gran cuadro -dije.

Era sincero. Sería un gran cuadro y el mundo, tal vez, recordase a nuestra infeliz España embellecida a través de ese lienzo donde no era difícil intuir el soplo de la inmortalidad, salido de la paleta del más grande pintor que los tiempos vieron nunca. Pero la realidad, mis verdaderos recuerdos, estaban en el segundo plano de la escena; allí donde sin poder remediarlo se me iba la mirada, más allá de la composición central que me importaba un gentil carajo: en la vieja bandera ajedrezada de azul y blanco, tenida al hombro por un portaenseña de pelo hirsuto y mostacho, que bien podía ser el alférez Chacón, a quien vi morir intentando salvar ese mismo lienzo en la ladera del reducto de Terheyden. En los arcabuceros -Rivas, Llop y los otros que no volvieron a España ni a ningún otro sitio- vueltos de espaldas a la escena principal, o en el bosque de lanzas disciplinadas, anónimas en la pintura, a las que yo podía sin embargo, una por una, poner nombres de camaradas vivos y muertos que las habían paseado por Europa, sosteniéndolas con el sudor y con la sangre, para hacer muy cumplida verdad aquello de:

Y siempre a punto de guerra

combatieron, siempre grandes,

en Alemania y en Flandes,

en Francia y en Inglaterra.

Y se posternó la tierra

estremecida a su paso;

y simples soldados rasos,

en portentosa campaña,

llevaron el sol de España

desde el Oriente al Ocaso.

A ellos, españoles de lenguas y tierras diferentes entre sí, pero solidarios en la ambición, la soberbia y el sufrimiento, y no a los figurones retratados en primer término del lienzo, era a quien el holandés entregaba su maldita llave. A aquella tropa sin nombre ni rostro, que el pintor dejaba sólo entrever en la falda de una colina que nunca existió; donde a las diez de la mañana del día 5 de junio del año veinticinco del siglo, reinando en España nuestro rey don Felipe Cuarto, yo presencié la rendición de Breda junto al capitán Alatriste, Sebastián Copons, Curro Garrote y los demás supervivientes de su diezmada escuadra. Y nueve años después, en Madrid, de pie ante el cuadro pintado por Diego Velázquez, me parecía de nuevo escuchar el tambor mientras veía moverse despacio, entre los fuertes y trincheras humeantes en la distancia, frente a Breda, los viejos escuadrones impasibles, las picas y las banderas de la que fue última y mejor infantería del mundo: españoles odiados, crueles, arrogantes, sólo disciplinados bajo el fuego, que todo lo sufrían en cualquier asalto, pero no sufrían que les hablaran alto.

Madrid, agosto de 1998.

NOTA DEL EDITOR SOBRE LA PRESENCIA DEL CAPITÁN ALATRISTE EN LA RENDICIÓN DE BREDA, DE DIEGO VELÁZQUEZ

Durante mucho tiempo se ha debatido la supuesta presencia del capitán Diego Alatriste y Tenorio en el lienzo sobre La rendición de Breda. Frente al testimonio de Íñigo Balboa, que fue testigo de la composición del cuadro y afirma sin vacilar en dos ocasiones (página 13 de El capitán Alatriste y página 243 de El sol de Breda) que el capitán está representado en el lienzo de Velázquez, los estudios de las cabezas del lado derecho, que permitieron identificar como auténtica la de Spínola y probables las de Carlos Coloma, los marqueses de Leganés y de Espinar y el príncipe de Neoburgo -según análisis de los profesores Justi, Allende Salazar, Sánchez Cantón y Temboury Álvarez-, descartan que alguna de las otras cabezas anónimas corresponda a los rasgos físicos que íñigo Balboa atribuye al capitán.

El alférez que sostiene sobre el hombro la bandera no puede ser Diego Alatriste, y el mosquetero sin barba ni bigote del último término, tampoco. Descartados asimismo el caballero pálido y descubierto que se halla bajo la bandera y junto al caballo, y el oficial corpulento y destocado, de complexión fuerte, que aparece bajo el cañón horizontal del arcabuz -en quien el profesor Sergio Zamorano, de la universidad de Sevilla, cree identificar al capitán Carmelo Bragado-, algunos estudiosos defendieron la posibilidad de que Alatriste estuviera representado en el oficial que hay detrás del caballo, mirando al espectador en el extremo derecho de la escena; personaje que otros expertos, como Temboury, estiman autorretrato del propio Velázquez, que equilibraría así la supuesta aparición de su amigo Alonso Cano al extremo izquierdo, como arcabucero holandés.

El profesor Zamorano apunta asimismo en su estudio Breda: realidad y leyenda que Diego Alatriste podría coincidir con alguno de los rasgos físicos de ese oficial situado a la derecha del lienzo; aunque las facciones del español pintado, señala, son más suaves que las descritas por íñigo Balboa cuando habla del capitán Alatriste. De cualquier modo, como apuntó el traductor y estudioso barcelonés Miguel Antón en su ensayo El capitán Alatriste y la rendición de Breda, la edad del caballero, no mayor de treinta años, no coincide con la efectiva que tenía Alatriste en 1625, y mucho menos con los 51 o 52 años que se le calculan en 1634-1635, fecha en que fue realizado el cuadro; sin que las ropas del oficial correspondan tampoco con la indumentaria que Alatriste, entonces simple soldado con cargo nominal de cabo de escuadra, podía permitirse lucir en Flandes. Aún cabría la posibilidad de que Alatriste no estuviera representado en el grupo de la derecha, sino entre los españoles que hay ladera abajo, en el centro del cuadro y tras el brazo extendido del general Spínola; pero un estudio minucioso de sus facciones e indumentarias, realizado por el especialista de Figaro Magazine Etienne de Montety, parece descartarlo.

Y sin embargo, la afirmación de íñigo Balboa en la página 13 del primer volumen de la serie, suena inequívoca: «A mi padre lo mataron de un tiro de arcabuz en un baluarte de Jülich. Por eso Diego Velázquez no llegó a sacarlo más tarde en el cuadro de la toma de Breda como a su amigo y tocayo Alatriste, que sí está allí, tras el caballo»… Esas desconcertantes palabras fueron consideradas durante mucho tiempo por la mayor parte de los expertos como afirmación gratuita de Íñigo Balboa, interpretándola a modo de homenaje imaginario a su querido capitán Alatriste, pero desprovisto de toda justificación veraz. El propio Arturo Pérez-Reverte, a la hora de manejar como fuente documental para Las aventuras del capitán Alatriste las memorias de íñigo Balboa, que fue soldado en Flandes e Italia, alférez abanderado en Rocroi, teniente de los correos reales y capitán de la Guardia Española del rey Felipe IV antes de su retirada por asuntos particulares hacia 1660, a la edad de cincuenta años, tras su matrimonio con doña Inés Álvarez de Toledo, marquesa viuda de Alguazas, y su posterior desaparición de la vida pública -las memorias manuscritas de Íñigo Balboa no aparecieron hasta 1951, en una subasta de libros y manuscritos de la casa Claymore de Londres-, confiesa haber creído durante mucho tiempo en la falsedad de la afirmación del propio Íñigo sobre que Diego Alatriste figure realmente en el lienzo de Velázquez.

Pero el azar ha terminado por resolver el misterio, aportando un dato que habían pasado por alto algunos estudiosos, incluido el propio autor de esta serie de novelas basadas casi íntegramente en el manuscrito original 1. En agosto de 1998, cuando acudí a visitar a Pérez-Reverte en su casa cercana a El Escorial por asuntos editoriales, éste me confió, aún estupefacto, un descubrimiento que acababa de hacer de modo casual mientras documentaba el epílogo del tercer volumen de la serie. El día anterior, al consultar la obra de José Camón Aznar Velázquez -una de las más decisivas sobre el autor de La rendición de Breda-, Pérez-Reverte había dado con algo que aún lo tenía estupefacto. En las páginas 508 y 509 del primer volumen (Madrid, Espasa Calpe, 1964) el profesor Camón Aznar confirma, mediante el estudio de una radiografía del lienzo, algunas afirmaciones de íñigo Balboa sobre el cuadro de Velázquez que en principio tenían apariencia contradictoria; como el hecho, probado en la placa radiológica, de que el artista pintó originalmente banderas en vez de lanzas. Nada infrecuente, por otra parte, en un pintor famoso por sus arrepentimientos: modificaciones hechas sobre la marcha que lo llevaban aveces a cambiar trazos, alterar situaciones y eliminar objetos Y personajes ya pintados. Además de las banderas trocadas en lanzas -¡qué diferente habría sido, tal vez, el efecto del cuadro!-, el caballo de los españoles fue proyectado de tres formas distintas; al fondo, en la orientación geográfica adecuada, hacia el dique de Sevenberge y el mar, parece advertirse una extensión de agua con un navío; Spínola estaba abocetado más erguido; y en la parte española es posible adivinar otras cabezas con valonas bordadas. Por rzones que desconocemos, en la versión definitiva Velázquez suprimió la cabeza de noble apariencia de un caballero, y alguna otra más. Respecto a la presencia de Diego Alatriste, que íñigo Balboa describe en el lienzo, precisando incluso su localización exacta -«… bajo el caño horizontal del arcabuz que el soldado sin barba ni bigote sostiene al hombro…»-, el espectador sólo puede ver un lugar vacío sobre el jubón azul de un piquero vuelto de espaldas.

38
{"b":"125326","o":1}