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Don Juan cambió de tema y observó que, en lo tocante a la manera especifica en que se puede romper el espejo de la imagen de sí, era muy importante entender el valor práctico de las diferentes maneras en que los naguales enmascaran el no tener compasión. Dijo que por ejemplo, mi máscara de generosidad era adecuada para tratar con la gente en un nivel superficial pero inútil para mover su punto de encaje y romper así su imagen de sí.

Tal vez porque yo deseaba desesperadamente creerme generoso, sus comentarios renovaron mi sentido de culpabilidad. Me aseguró que no tenía nada de que avergonzarme y que el único efecto indeseable era que mi supuesta generosidad no se prestaba para crear artificios positivos. Mi máscara de generosidad era demasiado tosca, demasiado obvia para serme útil como maestro. En cambio, una máscara de razonabilidad, como la suya, era muy efectiva para crear una atmósfera propicia a fin de mover el punto de encaje. Sus discípulos creían por completo en su supuesta razonabilidad, y los inspiraba tanto que le era muy fácil a él lograr engatusarlos a que se esforzaran hasta el máximo.

– Lo que te sucedió aquel día, en Guaymas, fue un ejemplo de cómo el no tener compasión enmascarado de razonabilidad hace pedazos a la imagen de sí -continuó-. Mi máscara fue tu perdición. Tú, como todos los que me rodean, crees en mi razonabilidad. Y naturalmente, ese día, esperabas, por sobre todas las cosas, que esa razonabilidad continuara.

"Cuando te enfrenté, no sólo con la conducta senil de un viejo endeble, sino con el viejo mismo, tu mente llegó a extremos impensados para reparar mi continuidad y tu imagen de si. Fue entonces cuando te dijiste que yo debía de haber sufrido un ataque. Pero aún así tu conocimiento silencioso te decía que yo era el nagual.

"Finalmente, cuando se te hizo imposible creer en la continuidad de mi razonabilidad, a pesar de tu conocimiento silencioso, el espejo de tu imagen de sí comenzó a romperse. Desde allí en adelante, el movimiento de tu punto de encaje era sólo cuestión de tiempo. La única incógnita era si llegaría o no al sitio donde no hay compasión.

Debía parecerle escéptico, pues explicó que el mundo de nuestra imagen de sí, que es el mundo de nuestra mente, es muy frágil; y se mantiene estructurado gracias a unas cuantas ideas clave que le sirven de orden básico, ideas aceptadas por el conocimiento silencioso así como por la razón. Cuando esas ideas fracasan, el orden básico deja de funcionar.

– ¿Cuáles son esas ideas clave, don Juan? -pregunté.

– En tu caso, ese día en Guaymas, y en el caso de los espectadores de la curandera de la que hablamos, la idea clave es la continuidad.

– ¿Qué es la continuidad? -pregunté.

– La idea de que somos un bloque sólido -dijo-. En nuestra mente, lo que sostiene nuestro mundo es la certeza de que somos inmutables. Podemos aceptar que nuestra conducta se puede modificar, que nuestras reacciones y opiniones se pueden modificar; pero la idea de que somos maleables al punto de cambiar de aspecto, al punto de ser otra persona, no forma parte del orden básico de nuestra imagen de sí. Cada vez que el brujo interrumpe ese orden básico, el mundo de la razón se viene abajo.

Quise preguntarle si bastaba romper la continuidad de un individuo para que se moviera el punto de encaje. El se adelantó a mi pregunta. Dijo que la ruptura es sólo un precursor. Lo que ayuda al punto de encaje a moverse es el hecho de que el nagual sin tener compasión apela directamente al conocimiento silencioso.

Luego comparó las acciones que él había llevado a cabo aquella tarde, en Guaymas, con las acciones de la curandera. Dijo que la curandera había destruido las imágenes de sí de sus espectadores con una serie de actos que no tenían equivalentes en la existencia cotidiana de esos espectadores: la dramática posesión del espíritu, los cambios de voces, el abrir con un cuchillo el cuerpo del paciente. En cuanto se rompió la idea de la continuidad de sí mismos, sus puntos de encaje quedaron listos para moverse.

Me recordó que en el pasado me había hablado muchísimo del concepto de detener el mundo. Había dicho que detener el mundo consiste en introducir un elemento disonante en la trama de la conducta cotidiana, con el propósito de detener lo que habitualmente es un fluir ininterrumpido de acontecimientos comunes; acontecimientos que están catalogados en nuestra mente, por la razón Había dicho que detener el mundo es tan necesario para los brujos como leer y escribir lo es para mí.

Me había dicho también que el elemento disonante se llama "no-hacer", o lo opuesto de hacer. "Hacer" es cualquier cosa que forma parte de un todo del cual podemos dar cuenta cognoscitivamente. No-hacer es el elemento que no forma parte de ese todo conocido.

– Los brujos, debido a que son acechadores, comprenden a la perfección la conducta humana -dijo-. Comprenden, por ejemplo, que los seres humanos son criaturas de inventario. Conocer los pormenores de cualquier inventario es lo que convierte a un hombre en erudito o experto en su terreno.

"Los brujos saben que, cuando una persona común y corriente encuentra una falta en su inventario, esa persona o bien extiende su inventario o el mundo de su imagen de sí se derrumba. La persona común y corriente está dispuesta a incorporar nuevos artículos, siempre y cuando no contradigan el orden básico de su imagen de sí, porque si lo contradicen, la mente se deteriora. El inventario es la mente. Los brujos cuentan con eso cuando tratan de romper el espejo de la imagen de sí.

Explicó que aquel día en Guaymas él había elegido con sumo cuidado los elementos con qué romper mi continuidad. Lentamente se fue transformando hasta que llegó a ser verdaderamente un anciano senil. Y después, a fin de reforzar la ruptura de mi continuidad, me llevó a un restaurante donde lo conocían como un viejo enfermizo.

Lo interrumpí. Había una contradicción que hasta entonces me pasara desapercibida. En Guaymas me dijo que, como la ocasión nunca se volvería a repetir, el deseo de saber exactamente cómo se sentiría si fuera un viejo endeble había sido la razón de su transformación. Yo lo entendí en el sentido de que, esa fue la primera y única vez que él logró ser un viejo senil. Sin embargo en el restaurante lo conocían como el viejecito enfermo que sufría de ataques.

– Aunque había estado muchas veces antes en ese restaurante, como un viejecito enfermo -dijo-, mi vejez era sólo un ejercicio del acecho. Estuve simplemente jugando, fingiendo ser viejo. Nunca hasta ese día había movido mi punto de encaje al sitio exacto de la vejez y la senilidad. Nunca hasta ese día tuve que usar el no tener compasión de un modo tan específico.

"Para el nagual, el no tener compasión consta de muchos aspectos -continuó él-. Es como una herramienta que se adapta a muchos usos. El no tener compasión es un estado de ser, un nivel de intento.

"El nagual lo utiliza para provocar el descenso del espíritu y el movimiento de su propio punto de encaje o el de sus aprendices. O lo usa para acechar. Aquel día comencé como acechador, fingiendo ser viejo, y terminé siendo auténticamente un viejo enfermo. El no tener compasión, controlado por mis ojos, hizo que se moviera mi propio punto de encaje con precisión.

Dijo que, en el momento que intentó ser viejo, sus ojos perdieron el brillo y yo lo noté de inmediato. Mi susto y alarma fueron muy obvios. La pérdida del brillo en sus ojos se debía a que los estaba usando para intentar la posición de un viejo. Al llegar su punto de encaje a esa posición, pudo envejecer en aspecto, conducta y sensaciones.

Le pedí que me aclarase la idea de intentar con los ojos. Tenía una vaga impresión de comprenderla, pero no podía formular lo que sabía.

– El único modo de hablar de eso es decir que el intento se intenta con los ojos -dijo-. Sé que es así. Sin embargo, al igual que tú, no puedo precisar qué es lo que sé. Los brujos resuelven esta dificultad aceptando algo sumamente obvio: los seres humanos son infinitamente más complejos y misteriosos que nuestras más locas fantasías.

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