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– Por supuesto que insisto en que todos cuantos me rodean piensen con claridad -dijo-. Pero también explico, a quien me quiera escuchar, que el único modo de pensar con claridad es no pensar en absoluto. Yo creía que tú comprendías esa contradicción de la brujería.

Casi a gritos lo acusé de hablar en acertijos. Riendo a carcajadas, se burló de lo que él llamó "mi compulsiva necesidad de defenderme." Luego explicó que, para los brujos, había dos maneras de pensar. Una era la manera normal y cotidiana, regida por la posición usual del punto de encaje; una manera que dejaba todo en una gran oscuridad y producía pensamientos poco claros que no servían para mucho. La otra era una manera de pensamientos precisos, funcional y económica que dejaba muy pocas cosas sin explicar. Don Juan comentó que para que cesara la manera normal de pensar era indispensable mover el punto de encaje. O era indispensable hacer cesar la manera normal de pensar para así permitir que el punto de encaje se moviera. Aseguró que si uno encaraba sin pensamientos esta aparente contradicción, no era contradicción en absoluto.

– Quiero que te acuerdes de algo que hiciste en el pasado -dijo-. Debes acordarte de un movimiento especial de tu punto de encaje. Para acordarte, como yo quiero que lo hagas, tienes que dejar de pensar pensamientos normales. Entonces predominará la otra manera de pensar, la que produce pensamientos claros y ellos harán que te acuerdes.

– ¿Y cómo dejo de pensar? -pregunté, aunque bien sabía lo que me iba a responder.

– Intentando el movimiento de tu punto de encaje -dijo-. Al intento se lo llama con los ojos.

Le dije a don Juan que mi mente estaba en un vaivén, fluctuando entre momentos de extremada lucidez, en que todo parecía cristalino, y lapsos de profunda fatiga mental en los que yo no llegaba a entender lo que él decía. Trató de tranquilizarme, explicando que mi inestabilidad se debía a una ligera fluctuación de mi punto de encaje, el cual aún no se hallaba fijo en su nueva posición, alcanzada algunos años antes. La fluctuación era resultado del residuo de compasión por mí mismo que todavía existía en mí.

– ¿Qué nueva posición es ésa, don Juan? -pregunté.

– Hace años, y esto es lo que quiero hacerte recordar, tu punto de encaje llegó al sitio donde no hay compasión -respondió.

– ¿El sitio donde no hay compasión? ¿Qué cosa es eso? -pregunté.

– Es el mero centro del no tener compasión. Pero tú ya sabes todo esto. Por el momento, hasta que te acuerdes, digamos solamente que el no tener compasión, siendo una posición específica del punto de encaje, se manifiesta en los ojos de los brujos. Es como una nube brillante y trémula que cubre el ojo. Los ojos de los brujos son brillantes. Cuanto mayor es el brillo, más intenso es su sentido de no tener compasión. Por ejemplo, en este momento tus ojos están opacos.

Explicó que, cuando el punto de encaje se mueve al sitio donde no existe la compasión, los ojos comienzan a brillar. Mientras mas firme es la fijeza del punto de encaje en su nueva posición, mas brillan los ojos.

– Trata de acordarte de todo lo que ya sabes al respecto -me insistió.

Guardó silencio por un momento. Después habló sin mirarme.

– Para los brujos, acordarse no es lo mismo que recordar -continuó-. Recordar es cuestión del pensamiento cotidiano, cuestión de la posición habitual del punto de encaje. Acordarse, en cambio, depende del movimiento del punto de encaje. La recapitulación de sus vidas, que hacen todos los brujos, es la clave para mover el punto de encaje. Los brujos inician la recapitulación pensando, recordando los actos más importantes de sus vidas. De simplemente pensar en ellos pasan a verdaderamente estar en los eventos mismos, pasan a revivirlos. Cuando logran eso, revivir los eventos mismos, han movido, en efecto, el punto de encaje al sitio preciso en el que estaba cuando ocurrió el evento que están reviviendo. Revivir totalmente un acontecimiento pasado, mediante el movimiento del punto de encaje, es lo que los brujos llaman acordarse.

Me miró fijamente por un momento, como tratando de asegurarse de que yo lo escuchara.

– Nuestros puntos de encaje están en constante movimiento -explicó-. Son movimientos imperceptibles. Ahora, si queremos un movimiento considerable debemos poner en juego el intento. Como no hay modo de saber qué es el intento, los brujos dejan que sus ojos lo llamen.

– Esto si que es realmente incomprensible -protesté.

Don Juan puso las manos en la nuca y se acostó en el suelo. Yo hice lo mismo. Permanecimos quietos por largo tiempo, mientras el viento impulsaba rápidamente las nubes. Ese movimiento de nubes al deslizarse en el cielo estuvo a punto de marearme. El mareo de repente se convirtió en una sensación de angustia muy familiar para mí.

Siempre que estaba con don Juan, sentía, sobre todo en momentos de quietud y silencio, una abrumadora sensación de desconsuelo, unas ansias de algo que no hubiera podido describir porque no sabía lo que era. Cuando estaba solo, o con otras personas, nunca fui víctima de esa sensación. Don Juan me había explicado que lo que yo sentía e interpretaba como ansias era un movimiento súbito de mi punto de encaje.

Cuando don Juan comenzó a hablar, el sonido de su voz me sobresaltó y me hizo incorporar.

– Debes acordarte de la primera vez que te brillaron los ojos -dijo-, porque esa fue la primera vez que tu punto de encaje llegó al sitio donde no hay compasión. Te poseyó entonces el no tener compasión, lo cual es, como ya te dije, lo que hace brillar los ojos de los brujos, y ese brillo es lo que llama al intento. Cada sitio al que se mueve el punto de encaje esta representado por un brillo específico en los ojos. Puesto que los ojos tienen memoria propia, pueden acordarse de cualquier sitio a donde se movió el punto de encaje acordándose del brillo específico asociado con ese sitio.

Explicó que la razón por la que los brujos dan tanta importancia al brillo de sus ojos y a su mirada es porque los ojos están directamente vinculados al intento. Agregó que por contradictorio que parezca, la verdad es que los ojos sólo están superficialmente conectados con el mundo cotidiano. Su conexión más profunda es con lo abstracto.

Le dije a don Juan que yo no concebía que mis ojos pudieran almacenar ese tipo de memoria. Don Juan contestó que las posibilidades del hombre son tan vastas y misteriosas que los brujos, en vez de pensar en ellas, prefieren explorarlas, sin esperanzas de entenderlas jamás.

Pregunte si los ojos de un hombre común y corriente también están afectados por el intento.

– ¡Por supuesto! -exclamó-. Tú sabes todo esto. Pero lo sabes en un nivel tan profundo que es conocimiento silencioso. No tienes suficiente energía para explicarlo, ni siquiera a ti mismo.

"El hombre común y corriente sabe lo mismo acerca de sus ojos, pero tiene aún menos energía que tú. La única ventaja que quizá tengan los brujos sobre los hombres comunes y corrientes es que han ahorrado su energía, y eso significa un vínculo de conexión con el intento más claro y preciso. Naturalmente, eso también significa el poder acordarse a voluntad, usando el brillo de los ojos para mover el punto de encaje.

Don Juan dejó de hablar y me clavó la mirada. Sentí con claridad que sus ojos guiaban, empujaban y tiraban de algo indefinido dentro de mí. No podía zafarme de su mirada. Su concentración era tan intensa que hasta me provocó una sensación física; me sentí como si estuviera dentro de un horno. Y muy repentinamente me encontré mirando hacia dentro de mí. Era una sensación muy parecida a la de dejarse llevar por una distraída fantasía mental, pero con una diferencia muy extraña: yo tenía una intensa conciencia de mí mismo y una falta total de pensamientos. Supremamente consciente de mí mismo, yo miraba hacia la nada que existía dentro de mí.

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