Felicidades: éste es tu momento.
SEGUNDA PARTE
Capítulo 1
Los problemas empezaron con una llamada telefónica. Una llamada a primera hora de la mañana, a las seis cuarenta y ocho para ser exactos (según el reloj digital de la mesita) el miércoles después de los premios Emmy. Sally ya se había ido a uno de sus desayunos habituales de confabulación con Stu Barker, y yo estaba profundamente dormido cuando el teléfono me despertó de golpe. Me incorporé sobresaltado, con una idea incrustada en mi nublado cerebro: una llamada a esas horas nunca es para dar buenas noticias.
La llamada era de mi productor, Brad Bruce. Como cualquier productor, Brad siempre parecía tenso. Pero en cuanto empezó a hablar, me di cuenta de que no estaba simplemente nervioso: pasaba algo muy grave.
– Perdona que te llame a estas horas -dijo Brad-, pero tenemos un problema.
Me senté en la cama.
– ¿Qué problema, Brad?
– ¿Te suena un periodicucho sensacionalista llamado Hollywood Legit -preguntó, mencionando un periódico alternativo que había aparecido en escena hacía un año, en competencia con Los Angeles Reader, que se jactaba de realizar reportajes de investigación y de criticar la habitual prosopopeya de Hollywood.
– ¿Ha salido la serie en The Legit? -pregunté.
– Eres tú el que has salido, David.
– ¿Yo? Si sólo soy guionista.
– Un guionista muy famoso, lo que te hace vulnerable a toda clase de acusaciones.
– ¿Me han acusado de algo?
– Me temo que sí.
– ¿De qué exactamente?
Oí que Brad tragaba saliva, y después, expulsaba airé al pronunciar una sola palabra:
– Plagio.
Mi corazón se saltó tres latidos.
– ¿Qué?
– Te acusan de plagio, David.
– Es una locura.
– Me alegro de oírlo.
– Yo no plagio, Brad.
– Estoy seguro de que no.
– Entonces si no plagio, ¿por qué me acusan de plagiar?
– Porque ese periodista de mierda, Theo MacAnna, escribió algo en su columna semanal, que va a salir a la calle mañana por la mañana.
Conocía la columna de Theo MacAnna: se titulaba «Trapos sucios» y sin duda sacaba muchos a relucir. Semana sí, semana también, aquel hombre destapaba toda clase de desagradables escándalos del mundo del espectáculo. Era de las columnas que yo siempre leía con cierto interés morboso, porque a todos nos gustan los cotilleos, hasta que nosotros somos el objetivo.
– ¿No saldré yo en esa columna? -pregunté.
– En la misma. ¿Quieres que te lea el fragmento? Es bastante largo.
No prometía nada bueno.
– Adelante -dije.
– De acuerdo, allá voy: «Las felicitaciones se acumulan para el creador de Te vendo, David Armitage. Después de recibir la semana pasada un Emmy como escritor de comedia, ahora está acumulando una sensacional colección de críticas de la nueva temporada que, hay que reconocerlo, es aún mejor que la primera…».
Le interrumpí.
– «Hay que reconocerlo», qué observación más mezquina.
– Me temo que se pone peor. «Indiscutiblemente, David Armitage debe ser considerado uno de los grandes descubrimientos de los últimos años, y no sólo por su comicidad irónica y sarcàstica, sino también por el brillante repertorio de observaciones ingeniosas pronunciadas, una semana tras otra, por sus hiperansiosos personajes. Sin embargo, por mucho que nadie quiera discutir la originalidad del talento cómico del señor Armitage, hace unos días un informador de largas orejas ha proporcionado a esta columna la intrigante noticia de que un diálogo completo de un episodio del ganador del premio Emmy, David Armitage, se ha sacado casi palabra por palabra de una comedia clásica del periodismo, Primera plana…»
Interrumpí a Brad de nuevo.
– Eso es una estupidez -dije-, hace mil años que no veo Primera plana…
Entonces me interrumpió Brad a mí.
– ¿Pero la has visto?
– Claro, las dos, la película de Billy Wilder y la versión de Howard Hawkes con Cary Grant y Rosalind Russell. Y también actué en una producción de la universidad en Dartmouth.
– Ah, qué maravilla…
– Todo eso fue hace casi veinte años.
– Pues evidentemente te acuerdas de algo. Porque el fragmento que supuestamente utilizaste…
– Brad, no he utilizado nada.
– Escúchame. Esto es lo que escribe MacAnna: «El intercambio de frases ingeniosas en cuestión puede localizarse en el episodio de Te vendo gracias al cual Armitage ha ganado el Emmy, en el que JOEY, el chico de los recados de la ficticia agencia de relaciones públicas de Armitage, choca contra un furgón de la policía mientras lleva a una clienta importante a una grabación del Oprah Show. A continuación entra vacilante en la oficina, para informar a Jerome, el fundador de la agencia, de que su diva está en el hospital, quejándose de brutalidad policial. En el guión de Armitage, éste es el diálogo:
»Jerome: ¿Que has chocado con un furgón de la policía?
»Joey: ¿Qué puedo decir, jefe? Ha sido un accidente.
»Jerome: ¿Hay algún policía herido?
»Joey: No me he quedado para averiguarlo. Pero ya sabes lo que pasa cuando le das a un furgón de la policía. Salen todos rodando como limones.
«Comparen ahora este brillante diálogo con el siguiente fragmento de Primera plana, en el que Louis, el guardaespaldas del intrigante editor, Walter Burns, se precipita en la sala de prensa para advertir a su jefe de que, mientras paseaba por la ciudad a la futura suegra de la mejor reportera, Hildy Johnson, ha chocado con una furgoneta de la policía de Chicago:
»Walter: ¿Que has chocado con un furgón de la policía?
»Louie: ¿Qué puedo decir, jefe? Ha sido un accidente.
»Walter: ¿Hay algún policía herido?
»Louie: No me he quedado para averiguarlo. Pero ya sabes lo que pasa cuando le das a un furgón de la policía. Salen todos rodando como limones».
– Dios Santo -susurré-. Nunca he…
– Espera a oír el párrafo final de MacAnna. «Indiscutiblemente, esta reproducción literal de Armitage es uno de los ejemplos involuntarios más claros de lo que los franceses llaman “homenaje”, más conocido en lenguaje llano como copiar. Éste será sin duda el único caso de plagio en la obra de Armitage. Sin embargo, está absolutamente claro, que en esta ocasión, este autor de extraordinario talento e ingenio ha confirmado un famoso aforismo de T. S. Eliot: “Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban”.»
Un largo silencio. De repente me sentía como si acabara de caer por el agujero de un ascensor.
– No sé qué decir, Brad.
– No hay mucho que decir. Por decirlo directamente, te ha pillado con las manos en la masa…
– Eh, no tan deprisa. ¿Estás diciendo que utilicé deliberadamente el diálogo de Primera plana?
– No estoy diciendo nada. Sólo veo los hechos. Y los hechos son éstos: el diálogo que ha citado de tu guión y el de esa película son esencialmente el mismo.
– Vale, vale, puede que el diálogo sea el mismo. Pero no es como si me hubiera puesto a escribir con el guión de Primera plana delante y hubiera copiado…
– David, créeme, no te estoy acusando de nada. Pero el hecho es que te han pillado con el arma humeante en la mano.
– Todo esto es banal.
– No, éste es un asunto muy serio.
– A ver, ¿de qué se trata? Un diálogo de un guión que tiene setenta años y que de algún modo acaba, por osmosis, en mi guión. No se trata de un caso intencionado de plagio literario. Se trata de un uso involuntario de un diálogo ya utilizado, nada más. ¿Quién no se apropia de bromas? Es la esencia del juego.
– Es cierto, pero hay una diferencia entre utilizar el gag de alguien y que aparezcan cuatro líneas de diálogo de una obra famosa en tu guión.
Un largo silencio. Me estallaba la cabeza, y de golpe me di cuenta de que estaba metido en un buen lío.