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– Por supuesto.

– Entonces, ya te llamaré.

Y colgó. Me esforcé por no desanimarme por su brusquedad. Después de todo, Sally era una jugadora, y así era cómo se comportaban los jugadores cuando la cosa se ponía fea.

Unos minutos después, llamaron al timbre y encontré un chófer con librea esperando junto a un reluciente Lincoln Town Car flamante.

– ¿Cómo está, señor?

– Dispuesto a disfrutar del sol -dije.

Capítulo 4

Bobby y yo éramos los únicos pasajeros del Gulf stream. Sin embargo, la tripulación se componía de cuatro personas: dos pilotos y dos azafatas. Las azafatas eran rubias, de veintipocos años las dos, y con aspecto de haber sido majorettes. Se llamaban Cheryl y Nancy, y las dos trabajaban en exclusiva para «Air Fleck», como Bobby se refería a la flota de aviones de nuestro anfitrión. Antes de despegar, Bobby ya se le estaba insinuando a Cheryl, diciendo cosas como:

– ¿Crees que me darían un masaje durante el vuelo?

– Por supuesto -dijo Cheryl-. Precisamente estoy estudiando osteopatía a tiempo parcial.

Bobby le dedicó una sonrisa maliciosa:

– ¿Y si te dijera que querría un masaje muy localizado?

La sonrisa de Cheryl se tensó, y evitó la respuesta volviéndose para preguntarme:

– ¿Desea una bebida antes del despegue, señor?

– Buena idea. ¿Tiene agua mineral?

– Perrier, Badoit, Ballygowan, Poland Spring, San Pellegrino…

– No soporto la San Pellegrino -dijo Bobby-. Tiene demasiado cuerpo.

La sonrisa de Cheryl se tensó aún más.

– San Pellegrino para mí -dije.

– Vamos -dijo Bobby-, tenemos que brindar por este viaje con unas burbujas francesas; piensa que en Air Fleck sólo sirven Cristal…, ¿verdad, guapa?

– Sí, señor -dijo Cheryl-. Cristal es el champán de a bordo.

– Entonces dos copas de Cristal -dijo Bobby-. Y que sean grandes, por favor.

– Sí, señor -dijo ella-. Le pediré a Nancy que les tome nota de lo que desean para desayunar antes de despegar.

– Estupendo -dijo Bobby. En cuanto Cheryl desapareció en la bodega, Bobby se volvió para decirme-: Buen culo, si te va el estilo «animadora respondona».

– No hay duda de que tienes clase, Bobby.

– Sólo estaba flirteando.

– ¿Llamas flirtear a pedir una paja?

– No se lo he pedido directamente. He sido sutil.

– Eres tan sutil como un accidente de coche. ¿Y quién pide Cristal en copa grande? Esto no es un Burger King, por favor, norma número uno del buen invitado, Bobby: no intentes acostarte con el servicio.

– Eh, señor quisquilloso, el invitado eres tú.

– ¿Y tú qué se supone que eres?

– Un habitual.

Cheryl se presentó con dos copas de champán. Para acompañarlo traía triangulitos de tostada, moteados con huevos negros de pescado.

– ¿Beluga? -preguntó Bobby.

– Beluga iraní, señor -dijo Cheryl.

A continuación habló el piloto a través del interfono, pidiendo que nos abrocháramos el cinturón para el despegue. Estábamos sentados en butacones de piel, gruesos y mullidos, clavados al suelo, pero completamente giratorios. Según Bobby, aquél era el Gulfstream «pequeño», con sólo ocho asientos en la cabina delantera, una cama doble, un estudio y un sofá que adornaba la cabina trasera. El avión volaría aquella mañana únicamente para nosotros. No iba a ser yo quien se quejara. Saboreé el Cristal. El avión se paró completamente, luego aumentó la potencia y se lanzó sobre la pista. A los pocos segundos estábamos en el aire y el San Fernando Valley se fue alejando de nosotros.

– ¿Qué va a ser? -preguntó Bobby-. ¿Una película o dos? ¿Unas manos de póquer? ¿Un Chateaubriand para almorzar? Puede que tengan langosta…

– Tengo que trabajar un poco -dije.

– Eres divertidísimo.

– Quiero que este guión haya mejorado bastante antes de que lo vea nuestro anfitrión. ¿Crees que tendrá secretario en la isla?

– Phil tiene todo un departamento administrativo allí. Si quieres que te copien el guión, te lo copiarán.

Nancy apareció para apuntar lo que queríamos desayunar. Bobby preguntó:

– ¿Podría hacerme una tortilla de clara de huevo, esponjosa, con cebolletas y una pizca de gruyer?

– Por supuesto -dijo Nancy, un poco desorientada. Pero me dedicó una sonrisa-: ¿Y para usted, señor?

– Sólo zumo de pomelo, tostadas y café, por favor.

– ¿Desde cuando te has vuelto mormón? -preguntó Bobby.

– Los mormones no toman café -dije, y me fui a trabajar a la cabina trasera.

Saqué el guión de Nosotros, los veteranos, y mi rotulador rojo. Me instalé en la mesa. En la cabina delantera, oí a Bobby pidiendo un Watchman Sony y la lista de películas pornográficas del avión («¿No tendrás por casualidad Rin Tin Tin entra por fin, guapa?», oí que preguntaba. «Claro que si sólo tienes Bambi…»). Suspiré profundamente y empecé a estar de acuerdo con la conclusión crítica de Sally sobre Bobby: podía ser un imbécil redomado. Decidí abstraerme de su interminable corriente de necedades con el trabajo.

Leí la mitad del guión, complacido con los cambios que había hecho. Lo que más me sorprendió del borrador original de 1993 fue que necesitara explicarlo todo con palabras, paladas y paladas de palabras. Había diálogos inteligentes, pero ¡por el amor de Dios!, ¡qué necesidad de demostrar mi virtuosismo, mis posibilidades! En el fondo, aquélla sólo era una película de atracos, pero había intentado disimularlo adornando la acción con bromitas pretenciosas, que (en ese momento me daba cuenta) eran un fin en sí mismo. Era un guión que rebosaba autocomplacencia. Siguiendo con el trabajo que había hecho hasta entonces, lo limé, eliminando grandes fragmentos de diálogo demasiado explicativos y puntos de la trama innecesarios, y lo convertí en algo más robusto, más audaz, más sardónico… y definitivamente más ingenioso.

Trabajé sin parar durante casi cinco horas. Mis únicas interrupciones fueron la llegada del desayuno y la voz de Bobby que pedía alguna estupidez con voz afectada imitando a Hugh Hefner [5] («Sé que puede ser demasiado, guapa…, pero ¿podrías prepararme un daiquiri de plátano?»), o ladraba órdenes por teléfono a algún subalterno de la central de Barra en Los Ángeles. Cheryl apareció de vez en cuando en la cabina trasera para servirme más café y preguntarme si necesitaba algo.

– ¿Cree que podría amordazar a mi amigo?

Ella sonrió.

– Será un placer.

En la cabina delantera, oí que Bobby gritaba al teléfono:

– Escúchame, cretino, si no resuelves nuestro problemilla en seguida, no sólo me voy a tirar a tu hermana, me voy a tirar a tu madre también.

La sonrisa de Cheryl se volvió de nuevo forzada.

– No es realmente mi amigo, ¿sabe? Es mi agente de bolsa.

– Estoy segura de que gana mucho dinero para usted, señor. ¿Quiere que le traiga algo más?

– Sólo me gustaría utilizar el teléfono cuando él haya terminado.

– No es necesario que espere, señor. Tenemos dos líneas.

Descolgó el teléfono de la mesa, marcó un código y me lo pasó.

– Sólo tiene que marcar el prefijo y el número, y tendrá comunicación.

Le di las gracias y mientras ella salía de la cabina, marqué el número del móvil de Sally. Después de dos timbres, me salió el buzón de voz. Intenté disimular mi decepción dejando un mensaje muy animado:

– Hola. Soy yo a diez mil metros de altura. Creo que deberíamos comprarnos un Gulfstream para Navidad. Es la única forma de viajar, aunque si puede ser sin Bobby Barra, mejor, porque está intentando ganar un Oscar a Mejor Actor como Macho Asqueroso. Bueno…, te llamaba para saber cómo iba todo en el fuerte Fox, y también para decirte que ojalá estuvieras aquí conmigo ahora mismo. Te quiero, cariño…, y cuando salgas de las trincheras corporativas un minuto, llámame al móvil. Hasta pronto, vida…

Colgué, sintiendo el vacío que deja siempre hablar con un contestador. Después volví al trabajo.

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