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Mikael hizo una pausa. Era la primera vez que, conscientemente, formulaba la suposición de que Harriet podía haber sido asesinada. Dudó, pero pronto se dio cuenta de que comulgaba con la idea de Henrik Vanger. Harriet estaba muerta y ahora él perseguía a un asesino.

Volvió a la investigación. Entre las miles de páginas sólo una mínima parte versaba sobre las horas que pasó Harriet en Hedestad. Estuvo con tres compañeras de clase; a cada una de ellas les tomaron declaración, en su momento, de las observaciones de aquella jornada. Habían quedado en el parque de la estación a las nueve de la mañana. Una de las chicas quería comprarse unos vaqueros y sus amigas la acompañaron. Tomaron café en el restaurante de los grandes almacenes EPA; más tarde subieron al polideportivo, luego dieron una vuelta por los puestos y las casetas de la feria, y se encontraron además con otros compañeros del colegio. Después de las doce volvieron a acercarse al centro para ver el desfile del Día del Niño. Poco antes de las dos de la tarde, Harriet dijo, de improviso, que tenía que irse a casa. Se despidieron en una parada de autobús cerca de Järnvägsgatan.

Ninguna de las amigas advirtió nada raro. Una de ellas, Inger Stenberg, describió el cambio de Harriet Vanger en el transcurso del último año diciendo que se había vuelto «impersonal». Añadió que aquel sábado Harriet se mostró taciturna, como siempre, y que lo único que hizo fue seguir a las demás.

El inspector Morell había entrevistado a todas las personas que vieron a Harriet durante esa jornada, aunque sólo se hubieran saludado en la feria. En cuanto se anunció su desaparición, su foto fue publicada en los periódicos locales. Varios ciudadanos de Hedestad se pusieron en contacto con la policía afirmando que creían haberla visto, pero nadie había reparado en nada extraño.

Mikael se pasó toda la noche dándole vueltas a cómo seguir tirando del hilo que acababa de descubrir. Ya por la mañana subió a ver a Henrik Vanger, que estaba desayunando en la mesa de la cocina.

– Has dicho que la familia todavía tiene intereses en el Hedestads-Kuriren.

– Así es.

– Necesitaría acceder al archivo de fotografías del periódico. Desde 1966.

Henrik Vanger dejó el vaso de leche en la mesa y se limpió el labio superior.

– Mikael, ¿qué has encontrado?

Miró al anciano directamente a los ojos.

– Nada concreto. Pero creo que podemos haber hecho una interpretación errónea del curso de los acontecimientos.

Le enseñó la foto y le contó sus conclusiones. Henrik Vanger permaneció callado un buen rato.

– Si estoy en lo cierto, debemos concentrarnos en lo que pasó en Hedestad aquel día, no sólo en los acontecimientos de la isla de Hedeby -dijo Mikael-. No sé qué hacer después de tanto tiempo, pero seguro que en la celebración del Día del Niño se hicieron muchas fotos que nunca se llegaron a publicar. Quiero verlas.

Henrik Vanger cogió el teléfono de la pared de la cocina. Llamó a Martin Vanger, le explicó lo que buscaba y le preguntó quién estaba a cargo del departamento de fotografía del periódico en ese momento. Al cabo de diez minutos, localizaron a la persona y consiguieron el permiso.

La persona responsable se llamaba Madeleine Blomberg, aunque todos la conocían como Maja, y rondaba los sesenta años. Se trataba de la primera mujer en ese puesto que Mikael conocía en la profesión, donde la fotografía todavía se consideraba un arte exclusivamente reservado a los hombres.

Era sábado y la redacción estaba vacía, pero resultó que Maja Blomberg vivía a tan sólo cinco minutos a píe. Recibió a Mikael en la entrada. Llevaba trabajando en el Hedestads-Kurir en la mayor parte de su vida. Empezó como correctora de pruebas en 1964; luego trabajó unos cuantos años en el cuarto de revelado a la vez que la enviaban como fotógrafa extra cuando la plantilla era insuficiente. Al cabo de algún tiempo consiguió el puesto de redactora y cuando el viejo jefe de fotografía se jubiló -de eso hacía ya una década-, se convirtió en jefa del departamento. El cargo no significaba que estuviera al mando de un imperio; hacía ya diez años que el departamento se había fusionado con el de publicidad. Eran, en total, sólo seis personas que se turnaban haciendo todo el trabajo.

Mikael preguntó cómo estaba organizado el archivo.

– Me temo que se encuentra bastante desordenado. Desde que tenemos ordenadores y fotos digitales, todo se archiva en soporte digital. Hemos tenido un becario que ha estado escaneando viejas fotos importantes, pero tan sólo se ha registrado el uno o dos por ciento del total del archivo. Las fotos antiguas están clasificadas por fechas en sus correspondientes carpetas de negativos. Se encuentran o aquí abajo, en la redacción, o arriba en el desván.

– Me interesan las fotos del desfile del Día del Niño de 1966, pero también, en general, todas las realizadas aquella semana.

Maja Blomberg observó inquisitivamente a Mikael.

– O sea, la semana en la que desapareció Harriet Vanger.

– ¿Conoce la historia?

– Es imposible haber trabajado toda la vida en el Hedestads-Kuriren y no conocerla; además, que te llame Martin Vanger tan temprano en tu día libre da que pensar. Corregí las pruebas de los textos que se escribieron sobre el caso en los años sesenta. ¿Por qué estás hurgando en esa historia? ¿Ha surgido algo nuevo?

Maja Blomberg también parecía tener olfato periodístico. Mikael negó con la cabeza sonriendo y le contó su cover story.

– No, y dudo que alguna vez demos respuesta a lo que le pasó. Esto que quede entre usted y yo: estoy escribiendo la biografía de Henrik Vanger. Simplemente eso. La historia sobre la desaparición de Harriet es un tema que queda un poco al margen, pero también es un capítulo que no se puede pasar por alto. Estoy buscando fotografías que puedan ilustrar aquel día, tanto de Harriet como de sus compañeras.

Maja Blomberg no se mostró muy convencida, pero la explicación resultaba razonable y no tenía por qué poner en duda sus palabras.

El fotógrafo de un periódico acaba con una media de dos a diez rollos de película por día. Cubriendo grandes eventos, fácilmente puede llegar al doble. Cada película contiene treinta y seis negativos; así que es normal que un periódico acumule más de trescientas fotografías por día, de las cuales sólo se publican unas pocas. Una redacción bien organizada corta las películas y mete los negativos, de seis en seis, en unas fundas. Un rollo se convierte más o menos en una página de una carpeta de negativos. Una carpeta contiene más de ciento diez películas. Eso, al año, da un total de entre veinte y treinta carpetas. Si vamos sumando años, nos encontramos con una enorme cantidad de carpetas, fundamentalmente sin valor comercial y sin sitio en las estanterías de la redacción. En cambio, todos los fotógrafos y todas las redacciones están convencidos de que las fotos representan «una documentación histórica de inestimable valor», así que nunca tiran nada.

El Hedestads-Kuriren se fundó en 1922; el departamento de fotografía existía desde 1937. El desván contenía más de mil doscientas carpetas, organizadas por fechas. Las fotos de septiembre de 1966 comprendían cuatro de esas baratas carpetas de cartón.

– ¿Cómo lo hacemos? -preguntó Mikael-. Necesitaría un negatoscopio y la posibilidad de copiar lo que pueda ser de interés.

– Ya no tenemos cuarto de revelado. Lo escaneamos todo. ¿Sabes usar un escáner de negativos?

– Sí, he trabajado con fotos y la verdad es que en casa tengo uno, marca Agfa. Trabajo con Photoshop.

– Entonces empleas el mismo equipo que nosotros.

Maja Blomberg llevó a Mikael a hacer una rápida visita por la pequeña redacción, lo instaló delante de un negatoscope y le encendió un ordenador y un escáner. También le enseñó dónde estaba la máquina del café del comedor. Acordaron que Mikael se quedaría a trabajar solo, pero que la llamaría cuando quisiera irse para que ella pasara a cerrar con llave y conectar la alarma. Luego le dejó con un alegre «pásatelo bien».

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